Por: Francisco Manrique.
!Tu puedes cambiar y yo también!. Con estas palabras quiero referirme al rol del sistema educativo, y en especial, al papel del sector universitario en la construcción de una nueva narrativa, un nuevo capítulo de nuestra historia, donde las armas, ni los odios, jueguen el papel sangriento que han tenido y donde la crítica académica sea el faro que ilumine el camino hacia adelante.
En mi columna anterior (La historia de un emprendedor de paz) quise abordar un tema que se vuelve con los días cada vez más crítico. El rol de actores claves de la sociedad, como son los empresarios y los miembros de las Fuerzas Armadas. Es crítico, porque contra las apuestas de muchos, el escepticismo de otros tantos, y la indiferencia de muchos mas, es posible que estemos, mas cerca que lejos, de cerrar un capítulo violento de la historia colombiana si se llega a un acuerdo con las FARC. Como lo comenté en mi columna, hay cambios estructurales que apuntan positivamente en esa dirección.
Mencioné que había un punto común entre los actores mencionados: el miedo. Los empresarios, posiblemente por no quererse ver expuesto al fuego cruzado que hoy divide el entorno político entre uribistas recalcitrantes, y quienes creen, como Santos, que llegó la hora “de sanar las heridas”, como lo expresaba Mandela. Los militares, porque no ven con claridad cual es su futuro, ni el de su institución, ante la eventualidad de un acuerdo con las FARC y posiblemente el ELN.
Para todos es un nuevo mundo para el cual no estamos preparados los colombianos. En mi caso, son ya tres generaciones que hemos experimentado el miedo, los odios, la inseguridad, las agresiones verbales y de todo tipo, que han sembrado de cadáveres el territorio nacional, y destruido la vida de millones de personas desplazadas por una violencia demencial.
La reacción ante el asesinato de hace unas semanas, de cuatro niños en el Caqueta, es una señal de que tan bajo ha llegado la criminalidad en nuestro país. Pero la movilización que ha generado, y la velocidad con la que fueron capturados los sicarios por la Policia, demuestra que algo está cambiando. Hay una reacción de la comunidad en relación a la insensibilidad con la que hemos respondido los colombianos ante este tipo de actos violentos, y una claro rechazo a que sigamos por este camino de degradación y muerte.
Ahora bien, quiero referirme al rol del sistema educativo, y en especial, al papel del sector universitario en la construcción de una nueva narrativa, un nuevo capítulo de nuestra historia, donde las armas, ni los odios, jueguen el papel sangriento que han tenido y donde la crítica académica sea el faro que ilumine el camino hacia adelante. Para abordar este reto, voy a aprovechar varias reflexiones de una conferencia que me envió el profesor Carlos Tognato, Doctor en Sociología y actual jefe de investigación de esta área en la Universidad Nacional, Sede Bogota.
Por la importancia de este centro de formación e investigación en el contexto universitario en el país, las denuncias y las reflexiones hechas por el conferencista e investigador italiano, nos muestran su interpretación de donde está la universidad hoy y el camino que debería seguir hacia el futuro. Y de una vez aclaró que comparto íntegramente muchos de sus planteamientos porque reflejan una cruda realidad, pero al mismo tiempo una gran oportunidad, si los sabemos entender.
El título de su disquisición: “Reconstruir después de la guerra”. En ella, el expositor hace unas críticas muy valientes y relevantes en relación al papel de la cultura universitaria que se ha desarrollado a lo largo de tantas décadas de violencia en el país, y donde la universidad no ha sido inmune a este proceso de degradación. Sus reflexiones son tremendamente relevantes, para poder proponer un replanteamiento del rol que la Academia y la educación universitaria , debe jugar hacia el futuro en un nuevo escenario de país.
La asimetría es el primer aspecto que trata Tognato en su intervención, y que a mi me llamó mucho la atención porque no lo había visto mencionado en otros foros. Esta se relaciona con el manejo de los discursos políticos, disfrazados de posiciones críticas académicas, al interior de los centros universitarios como la U Nacional.
Para demostrar su tesis, el expositor utiliza el caso de un profesor, que fuera destituido por la Procuraduría, por un escrito suyo relacionado con la violencia en Colombia, y que sus defensores tildaron de un ataque contra la libertad de cátedra y la autonomía universitaria. A Ordóñez lo tildaron de inquisidor y de utilizar sus posiciones religiosas “Lefevristas” de extrema derecha, para tratar de callar las opiniones contrarias a la suya al interior de la universidad.
En este ejemplo, Tognato advierte que hay una gran asimetría en el tratamiento del caso y en la defensa del profesor frente a “la interferencia de otras lógicas externas importadas de otras esferas de la sociedad, y que buscan colonizar nuestra cotidianidad académica”.
Con toda la razón, el investigador reclama que se defienda la autonomía universitaria con la misma fuerza para también protegerla de todos los actos vandálicos, las amenazas contra los profesores que no comulgan con ideas extremistas de izquierda, las bombas molotov usadas contra policías que cumplen con su deber, la destrucción de los edificios, la suspensión coactiva de clases, los desfiles de encapuchados armados, y un largo etc. de acciones de intimidación violenta directa o encubierta.
La asimetría es evidente cuando se observa que, ante estas acciones violentas, y posiblemente igualmente censurables que la intervención del Procurador, hay una selectividad evidente, y un silencio muy disiente, por parte de quienes dicen defender la “cacareada autonomía universitaria”, que queda secuestrada por unos intereses no alienados con el objetivo final del espacio academico.
Me recuerdo muy bien de los “estudiantes profesionales” de mi época universitaria, quienes eran “sembrados” por los grupos de extrema izquierda para generar el desorden y el caos permanente en la universidad. Sus acciones han sido responsables por la pérdida de muchos semestres a lo largo de los años con un inmenso costo y perjuicio para los demás. No en balde, los estudiantes becados por Santos han escogido mayoritariamente las universidades privadas donde si pueden estudiar en paz.
Con el silencio selectivo de estos grupos extremistas, pero que vociferan reclamando la libertad de expresión en las aulas universitarias cuando les conviene, es la existencia de unas agendas ocultas que le hacen mucho daño al papel crítico de la academia. Como resultado, convierten el claustro universitario en otro campo de batalla entre los extremos de la política colombiana.
Esta asimetría critica también se hace evidente al observar la posición de algunas ONG que censuran las acciones del Estado. Estas organizaciones se hacen los de la vista gorda, ante las violaciones de los derechos de la oposición en Venezuela, Ecuador o la Argentina, o el caso de la China y Rusia, en otras partes del mundo. Igualmente, este sesgo se puede observar cuando critican a las empresas mineras formales por su impacto ambiental, pero desconocen los desastres que produce la minería ilegal liderada por las FARC y otros grupos criminales. En estos casos pasan agachados y con un silencio sepulcral.
El siguiente punto tratado por Tognato, es de crucial importancia pensando en el futuro. Su crítica se extiende a la manera infundada, como se adelantan hoy los debates al interior de la Universidad. Hay una total falta de rigurosidad en la construcción argumentativa que le debería ser propia de un debate al interior de los claustros universitarios. Hoy se ha perdido la disciplina académica de escribir los análisis y las críticas, soportados con argumentos bien construidos, e igualmente fundamentados. En el caso del ejemplo del profesor, lo que se ven son declaraciones verbales, mas alineadas con un debate político, que con un serio debate academico. Es otro ejemplo de la enfermedad de la “verborrea demagógica” que ha invadido nuestros espacios políticos últimamente.
En este “diálogo entre sordos”, está ausente el considerar seriamente el punto de vista opuesto para darle altura a la argumentación. El resultado se ve en la universidad, y más recientemente en la campaña política del año pasado: el uso de un lenguaje soez, propio de una pelea de verduleras en una plaza de mercado, que si se quiere, tiene mas altura que lo que se ve en estos espacios que deberían orientar a la sociedad.
Algo muy grave debe estar pasando al interior de la Universidad Nacional, y posiblemente en otras instituciones similares en el país, cuando Tognato explica que hay una tendencia creciente para descalificar la argumentación académica. Con motivo del problema del profesor sancionado por la Procuraduría, ante la falta de contra argumentos sólidos, hay grupos que han declarado recientemente que defienden la siguiente posición: la argumentación académica es una ingenuidad, y por lo tanto, es necesario pasar a las vías de hecho.
En mi interpretación de los expuesto por el investigador, el mensaje es horroroso: “si no puedo vencer con mis ideas, utilizo las balas para silenciar a mi adversario”. En ese contexto, la universidad es un espacio para la prolongación de la guerra. Como tal, es un sofisma donde el debate se lleva a la agresión física, y se convierte en la extensión de la lógica perversa con la que hemos llegado a niveles de violencia bochornosos.
En estas circunstancias, y ante la pasividad de muchos, la complicidad de pocos, la universidad es un reproductor de la cultura de violencia que tanto daño le ha hecho a la sociedad colombiana. Y lo que es peor, todo un ex presidente como es Uribe, es hoy el principal inspirador de esta lógica perversa en el campo político.
En este entorno, como bien lo expresa Tognalio, el ejercicio de la crítica no es sino un medio para “la toma del otro, dirigido a subyugarlo o a convertirlo”. Se grita para defender “la participación democrática a la carta” mientras sea con las reglas de juego que mas me convengan. El resultado no es de extrañar: tres de cada cuatro estudiantes en la Nacional, confiesan que “violarían las leyes según la ocasión”. Y después nos asombramos por el tipo de persona que se está formando en las instituciones de educación Superior.
Y como en el caso de los empresarios y los militares, Tognalio nos recuerda que, en el claustro universitario, el miedo es también el compañero de estos proceso de reproducción de una cultura violenta a través de la intimidación, la censura, y la estigmatizarían del otro. Hay una serie de tabúes al interior de la Universidad donde “el primer mandamiento prohíbe pronunciarse públicamente sobre el accionar de los grupos violentos” que azotan el campus de la Nacional. Se prohíbe manifestar el disenso en público.
Como lo dice Tognato textualmente en su conferencia: “el miedo es una realidad de nuestra vida universitaria”. En ese entorno “disentir puede ser demasiado peligroso”. Lo dice desde la experiencia personal, por las advertencias que recibió, después de que decidió circular una carta denunciando la situación que estaba observando como el investigador crítico que es.
El secuestró de los espacios académicos universitarios, como es el caso denunciado por Tognato en la U Nacional, es el resultado de la indiferencia y el silencio de muchos de sus miembros. Por acción o por omisión, la responsabilidad le cabe a todos y al sistema que lo ha permitido. Este es un señalamiento muy duro y tremendamente valiente. Me hace acordar de situaciones similares que viví cuando fui estudiante de esta universidad a finales de los años sesenta. Tal parece que cinco décadas mas tarde, esta narrativa sigue vivita y coleando en este claustro universitario. Algo similar se ve en otras instituciones en el resto del país.
En un aparte final de su intervención Carlo Tognato hace el siguiente comentario:
“La Universidad Nacional en su sede Bogotá ha sido gravemente afectada por la guerra. Su cultura académica ha sido gravemente erosionada y debilitada por la polarización política, y eso es cada vez mas manifiesto durante los periodos de crisis y durante sus periódicas convulsiones. Hoy, la Universidad Nacional es un mero espejo de la sociedad, con todas su contradicciones y sus problemas, y por efecto de la erosión de su tejido academico, está perdiendo en sus prácticas, y en su cotidianidad académica, la utopia de una sociedad mejor a la cual está llamada cualquier institución universitaria. Una Colombia pacificada requiere reconstruir a la Universidad Nacional sobre la cenizas a las cuales la guerra a reducido dimensiones fundamentales del tejido academico y social de la institución. Ese ejercicio de reconstrucción, necesita sin embargo, de un esfuerzo sistemático de análisis, esta vez genuinamente crítico, sobre los efectos que la guerra ha tenido sobre nuestra cotidianidad académica.”
Cambie el lector al nombre de la Universidad Nacional por el del país, y verá la profundidad de este párrafo. Tognato es un sociólogo italiano, con un curriculum academico impresionante, que decidió, por cuenta de su matrimonio con una colombiana, radicarse en nuestro país. Con su visión crítica y coherente con su propuesta, al igual que otro extranjero, James Robison, a quien me referí en un blog anterior, tienen la capacidad de ponernos el espejo a los colombianos para que tengamos el valor de ver lo que no hemos querido ver por tantos años.
A pesar de la gravedad de los hechas, y de la cruda realidad presentada por Tognato, tomó la decisión de no quedarse simplemente en una denuncia mas. Hacia adelante en su exposición, hace un aporte magistral que me parece esencial para el nuevo rol que debe de jugar una universidad desde la perspectiva de la investigación. Es un aporte de liderazgo impecable que debería enmarcar el debate serio sobre el papel de la universidad para dar una orientación clara a la sociedad colombiana que tanto lo necesita. A continuación transcribo textualmente su mensaje de fondo:
“El investigador crítico , es un investigador irremediablemente dudoso, cauteloso, consciente de que la realidad tiene todas las tonalidades de grises; rechaza los dogmas; es alérgicos a las profesiones de fe; está permanentemente disponible a encontrar al otro en algún punto intermedio, porque quizás por ahí, podrá conjurar con el otro la manera de escaparse de los intereses, y de las formas de poder social, que buscan enjaular a ambos. Aun mas, el investigador crítico es portador de un mensaje esperanzador y liberador hacia el otro: ¡Tu puedes cambiar y yo también! Y por eso no es portador de una utopía de poder, sino una utopía de encuentro”.
Subrayo la invitación a encontrarnos con el otro -a pesar de las diferencias, añadiría yo- para evitar la trampa -(jaula)- de otros intereses, y de nuestros modelos mentales que definen una realidad que hay que cambiar. !Tu puedes cambiar y yo también!, debería de volverse el lema que inspire la construcción de la nueva narrativa de nuestra historia del futuro en Colombia.
Volviendo al objeto de este blog en relación al rol de las universidades en los próximos años, con acuerdos o si ellos en la Habana, creo que las reflexiones de Carlo Tognato son retadoras, sabias y valientes. Estoy convencido de su gran pertenencia para sustentar la ecuación de futuro para Colombia: ExI=D+P, -(Educacion x innovacion = Desarrollo -+ Paz. Ver blogs anteriores)-. Ellas deberían de ser escuchadas y puesta en práctica por quienes dicen ejercer el liderazgo político en nuestro país.
Este tipo de planteamientos bien estructurados, retadores y oportunos, abren un espacio de reflexión profundo para re enmarcar hacia adelante, el papel de la academia y la investigación crítica, como lo propone Tognado en su disertación. Esto es de la esencia del rol formativo y de investigación de una universidad.
Señor lector, lo animo a entrar con altura en este debate esencial para el futuro de nuestra sociedad.
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