Ribereños de la Amazonía: el arte de vivir en la mayor selva tropical del mundo

Por: Mauro Pimentel.

Nadar es necesario en la Amazonía, pero hay que saber cómo y cuándo porque uno puede toparse con caimanes o pirañas. La disyuntiva puede resultar difícil para foráneos, pero no para los pobladores de las Reservas Mamirauá y Amanã, en plena floresta tropical brasileña.

La identificación de animales y el buen uso de los recursos naturales son esenciales para sobrevivir en este medio.

“Aquí tenemos acai [‘açai’, una baya amazónica] en abundancia, pero por hoy ya recogimos lo suficiente”, dice Joao, un vecino de 52 años de Boa Esperança. Joao prepara en el suelo verde y amarillo de su casa de madera este fruto parecido al arándano, que recogieron en la mañana los jóvenes del poblado.


Amazonía

dumotim / Pixabay


Para cosecharlo hay que escalar una palmera, parecida al cocotero pero con el tronco mucho más delgado, y retirar los frutos a unos 20 metros del suelo. Los niños se entrenan a diario en palmeras menores, escalando con un pañuelo amarrado entre los pies, llamado “peconha”.

El acai, consumido en todo Brasil y muy de moda en los países occidentales por sus valores nutricionales, es una de las principales fuentes de ingresos de la reserva de Amanã.

La conservación de la naturaleza exige un trabajo de concientización. El Instituto Mamirauá busca controlar la pesca del ‘pirarucú’, un gigantesco pez amazónico que puede llegar a pesar 200kg y medir tres metros, muy apreciado por su delicioso costillar. Su valor de mercado es alto, pero los vecinos de las comunidades establecen cuotas que cumplan las necesidades de los pescadores y aseguren la reproducción de la especie.

Pero las costumbres no siempre se mantienen en la línea que los científicos del Instituto Mamirauá desearían. Dona Maria, de 71 años, pasea por su casa con un pequeño bebé de mono Uacari-Branco, una especie protegida y símbolo de la reserva.

El mono, con su característico rostro rojo, no debería oficiar de mascota, pero “es como un perrito para mí. Lo encontramos en la selva y está siempre en mi regazo”, cuenta feliz la mujer.

Lejos de la Copa del Mundo

El silencio en Sao Raimundo do Jarauá, un poblado de una veintena de casas, solo es interrumpido por los delfines de río que emergen para respirar o por algún pájaro más estridente que se funde en el azul y el verde del horizonte.

Pocos ecos llegan del resto de Brasil. Durante la Copa Mundial de Rusia-2018, una familia de la aldea de Sao Raimundo do Jarauá abrió las puertas de su casa a los científicos de WWF-Brasil y del Instituto Mamirauá para ver un partido de la ‘canarinha’ en un televisor encendido gracias a un generador a diésel.

Pero el resto de vecinos parecía indiferente a Neymar y su ‘troupe’: una familia conversaba sin prestar atención a la pantalla, dos niños remaban en un barco de madera y un grupo de jóvenes volvía extenuado después de su día de pesca.

La vida se modula con el ritmo de la selva. Las casas son flotantes o sencillos palafitos elevados para resistir a las crecidas.

Los ríos son carreteras sin señalizaciones, que se modifican con el nivel del agua.

“Tenemos una flora diferente según la época del año. Hay temporadas en que el río tiene entre 10 y 20 metros de ancho y crea igarapés (arroyos), por los que apenas puede pasar el barco”, explica Joao, uno de los barqueros del Instituto Mamirauá, de 50 años.


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