Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – En lo referente al cambio climático, debemos ir más allá de la trillada historia de los “negadores” vs. el “consenso científico”. A menos que quede desacreditado por una caída en las temperaturas, el calentamiento global es una realidad.
Aún podemos debatir en qué medida ha tenido lugar y la porción que puede atribuirse a la actividad humana, pero la cuestión más relevante es qué se puede hacer, si es que puede hacerse algo. El plan del presidente Obama para reducir las emisiones de gas de invernadero de las centrales eléctricas, que representan aproximadamente un tercio de las emisiones de invernadero de Estados Unidos, muestra las limitaciones prácticas en una sociedad democrática.
Supongamos, por motivos de simplicidad, que el plan funciona perfectamente. Logra su objetivo de reducir, para 2030, las emisiones de CO2 de las centrales eléctricas en un 32 por ciento, tomando 2005 como año base. Otros problemas se disipan. Se rechazan las demandas legales contra las regulaciones. La expansión de la generación energética solar y eólica no nos lleva a un suministro de electricidad menos fiable. Una mayor eficiencia y el gas natural barato evitan aumentos considerables en las tasas del consumidor.
Incluso bajo esas suposiciones favorables, el plan de Obama no reducirá inmediatamente las temperaturas globales, que—si se mantiene la lógica del cambio climático—serán más altas en 2030 que en la actualidad.
Un repaso de los conocimientos sobre el calentamiento global explica la causa. Lo que importa son las cantidades de CO2 y otros gases de invernadero en la atmósfera. Se dice que estas concentraciones atrapan el calor y elevan las temperaturas. Las concentraciones pasaron de aproximadamente 280 partes por millón (ppm) de CO2 en épocas preindustriales, alrededor de 1800, a unas 315 ppm en 1960 y 400 ppm en la actualidad. A medida que las concentraciones aumentan, también lo hace el potencial de mayor calentamiento.
El plan de Obama no reduce esas concentraciones. Sólo reduce—pero no elimina—las emisiones anuales a la atmósfera. Esas emisiones aumentan el nivel de concentración, que crece ahora a alrededor de 2 ppm por año, expresa el científico Michael Oppenheimer. Es cierto, el plan de Obama podría reducir eso un poquito. Sin embargo, el punto más importante es que las emisiones actuales en las centrales eléctricas, aunque han disminuido, seguirían fortaleciendo los niveles de concentración.
He aquí el dilema. Eliminar las emisiones de combustibles fósiles de carbón, petróleo y gas natural supuestamente estabilizaría la mayor parte del impacto humano en el calentamiento global. Pero si se lleva eso a cabo ahora, también se destruiría economías modernas, porque los combustibles fósiles proporcionan cuatro quintos de la energía principal del mundo. No hay una manera rápida de encontrar sustitutos para todos los combustibles fósiles. El enfoque exclusivo en el calentamiento global sumergiría al mundo en una depresión.
Los políticos eluden el dilema hablando duramente sobre el calentamiento global, mientras dan prioridad a la economía. El enfoque de Obama parece ser parte de esa tendencia. Su retórica, la semana pasada, fue fuerte. “No hay problema que suponga una amenaza mayor para nuestro futuro y para las generaciones futuras que un clima cambiante,” dijo. Comparado con esa amenaza, su plan es modesto. En verdad, es un agregado a tendencias ya existentes. Los servicios eléctricos ya redujeron las emisiones de CO2 en alrededor de un 15 por ciento desde 2005, al cambiar de carbón a gas natural barato, que produce alrededor de la mitad de las emisiones de carbono.
Necesitamos mayor franqueza en lo concerniente al calentamiento global. El plan de Obama es un gran cambio para los servicios eléctricos y, si resulta mal, potencialmente para millones de familias. El plan es complicado. Los estados reciben objetivos de emisiones, que pueden cumplir por medio de diversas normas (eficiencia energética, un programa de límite y cambio, un impuesto al carbono, una mayor generación de gas natural, preferencias de energía eólica y solar.) Le guste a uno o no, el plan aún contribuye a concentraciones mayores de CO2. Quizás valga la pena llevarlo a cabo; tal vez aprendamos lecciones valiosas. Pero no es una panacea.
Consideraciones similares son ciertas en todo el mundo. En 2010, importantes países adoptaron un objetivo de limitar los aumentos de temperatura en todo el mundo a 2 grados Celsius (3,6 grados Fahrenheit) del período preindustrial. La Agencia Internacional de Energía (AIE) en París, calculó recientemente que cumplir ese objetivo, en efecto, requiere que para 2040 se eliminen todas las emisiones de combustibles fósiles. No hace falta decir que eso no ocurrirá. Tal como señaló la AIE, las políticas de los países “no toman medidas suficientes para cumplir el objetivo climático de 2 grados Celsius.”
Hay una sensación de “misión imposible” en la tarea de reducir el calentamiento global, aunque pocos lo dicen abiertamente. La dependencia del crecimiento económico de los combustibles fósiles parece demasiado difícil para superar. Quedan dos aspectos en los que puede haber esperanza. Uno es que el calentamiento pronosticado por algunos modelos informáticos sea exagerado; hay gran incertidumbre.
La segunda esperanza es que inventos tecnológicos liberen al crecimiento económico de los combustibles fósiles. Es fácil hacer una lista de las innovaciones deseables: mejores pilas y almacenamiento eléctrico (eso favorecería una mayor energía eólica y solar); energía nuclear más segura y barata; “captación de carbono” rentable (que almacenaría las emisiones de las centrales eléctricas bajo tierra).
Internet muestra que las revoluciones tecnológicas rápidas son posibles. Por otro lado, se han explorado esas tecnologías energéticas durante décadas—y aún no están disponibles.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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