El hambre aguda o la inanición aparecen a menudo en las pantallas de televisión: madres hambrientas demasiado débiles para amamantar a sus hijos debido a la sequía que azotó Etiopía, refugiados de la guerra en Siria haciendo largas colas para recibir sus raciones de alimentos, helicópteros transportando galletas con alto contenido energético para las víctimas del terremoto en Haití o Pakistán.
Estas situaciones son el resultado de crisis de alto perfil como la guerra o los desastres naturales, que privan a una población de los alimentos. Sin embargo, las emergencias representan menos del ocho por ciento de las víctimas del hambre.
La desnutrición diaria es una forma menos visible del hambre, pero afecta a muchas más personas, desde ciudades como Yakarta en Indonesia y la capital de Camboya, Phnom Penh, hasta los pueblos de las montañas de Bolivia y Nepal. En lugares como estos, el hambre es mucho más que un estómago vacío.
Durante semanas, incluso meses, los afectados deben vivir con mucho menos de las 2.100 kilocalorías recomendadas que una persona promedio necesita para llevar una vida sana.
El cuerpo compensa dicha falta de energía disminuyendo sus actividades físicas y mentales. Una mente con hambre no puede concentrarse, un cuerpo con hambre no toma la iniciativa, un niño hambriento pierde todo el deseo de jugar y estudiar.
El hambre también debilita el sistema inmune. Privados de la nutrición adecuada, los niños con hambre son especialmente vulnerables y se vuelven demasiado débiles como para luchar contra la enfermedad y pueden morir por infecciones comunes como el sarampión y la diarrea. Cada año, casi 7 millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años; la desnutrición es un factor clave en más de un tercio de estas muertes (fuente: Niveles y Tendencias de la Mortalidad Infantil, IGME, 2012)
Programa Mundial de Alimentos (WFP)
SOURCE: ¿Qué es el Hambre?
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