Por: Andrés Quintero Olmos.
Leopoldo López es víctima de un tirano. Desde Amnesty International, Human Rights Watch (HRW) hasta Barack Obama han calificado la situación del líder del partido Voluntad Popular como de persecución política. Quien lo niega o cierra los ojos ante esta realidad, o es temerario del chavismo o depende de su mando.
En este último caso, se encuentra Ernesto Samper, como Secretario General de UNASUR, y el Presidente Santos y su Unidad Nacional. Curiosamente, también andan silenciosos los defensores de los derechos humanos de la izquierda colombiana. Ha sido tan nefasta la forma en cómo se planteó el proceso con las FARC que, además de lograr convertir en panelistas de Caracol Radio a criminales de lesa humanidad, se adquirió la manera de depender políticamente de Caracas y de la Habana, reduciendo la diplomacia colombiana a meros comunicados de buenas intenciones.
Entretanto, Maduro sigue anunciando que la oposición de su país quiere hacerle un golpe de Estado en nombre del neoliberalismo estadounidense. Todavía sigue sin entender que el golpe se lo dará, tarde o temprano, su mismo pueblo o, peor aún, sus mismas tropas chavistas.
Mientras las mentiras de Maduro “maduran” en las mentes de los últimos revolucionarios del socialismo del siglo XXI, las penurias de los productos básicos se hacen insostenibles, agravadas por el hecho de tener la mayor inflación del mundo. La tasa de homicidio ha aumentado tanto en Venezuela, que es desde el año pasado la segunda más significativa del planeta.
A pesar de todo esto, muchos expertos sostienen que el contexto no da todavía para que el pueblo se subleve. Según la historiadora venezolana Margarita López Maya, “las condiciones están reunidas, por la situación económica desastrosa y la indignación creciente, pero el contexto no es todavía favorable. Por un lado, porque las manifestaciones del año 2014 fueron un fracaso. Por otro lado, porque el poder se tornó en ser cada vez represivo. Hay, hoy en día, militares por todos lados, hasta en los supermercados para controlar las colas”.
Venezuela se está cubanizando cada vez más. Si su pueblo no reacciona en los próximos meses, será ya muy tarde; la nación se militarizará aún más con el objetivo que Maduro ejerza toda la opresión posible para mantenerse en el poder.
En Colombia, si los líderes de las FARC no reconocen a sus víctimas y pagan cárcel por sus atrocidades, y si aceptamos que éstos participen en política con circunscripciones especiales (como lo prevé los presentes y preliminares acuerdos), tendremos que aguantarnos el cinismo de los absolutistas en nuestra democracia, de igual manera a cómo Leopoldo López lo hace desde su exigua celda.
De ahí el desafío de la sociedad colombiana en entender que la paz y la firma de La Habana son dos cosas distintas. En estas condiciones, la estampilla de la paz será un regalo envenenado que sólo creará más resentimientos y desajustes sociales, convirtiéndonos en prisioneros de nuestras propias políticas.
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