Por: Andrés Quintero Olmos.
Cuando Primo Levi, un escritor italiano que sobrevivió al holocausto, llegó al campo de concentración de Auschwitz murmuró en su mente: “aquí, no cabe preguntar ¿por qué?”. ¿Por qué hacen esto?
Este año conmemoramos tristemente la ocurrencia de varios genocidios: los 70 años de la liberación de los campos nazis, los 40 años de la toma de Phnom Penh por los Jemeres Rojos y el centenario de la matanza de los armenios, esta última siendo recordada, el pasado 12 de abril, por el Papa Francisco como el primer genocidio del siglo XX.
En 1944, el jurista estadounidense Raphael Lemkin se inventó el término genocidio, con el objetivo de determinar toda “puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento”. Aunque la calificación de algunos hechos como genocidio puede ser políticamente polémica, como en el caso de Armenia versus Turquía, su reconocimiento es transcendental para las víctimas y la memoria colectiva.
Lastimosamente algunos siempre han preferido acallar los hechos. En Camboya, por ejemplo, los Jemeres Rojos quisieron eliminar a los hombres, mujeres, niños, pero también quisieron aniquilar el recuerdo de éstos: prohibían los funerarios o desaparecían los cuerpos para que los sobrevivientes o familiares fuesen los únicos que pudiesen recordar. Algo semejante al caso colombiano.
Es claro que en nuestro país no se ha perpetuado un genocidio. Pero la carencia institucional del Estado, la aparición reaccionaria y pavorosa de las fuerzas paramilitares y el continuo y despiadado terrorismo de las guerrillas han ido alargando la violencia nacional, creando una bola de nieve y un ambiente sistemático de atrocidades, cercano al genocidio.
Muchos jefes paramilitares y militares que realizaron actos sanguinarios han ido aceptando sus respectivas responsabilidades pagando cárcel y contando a cuenta gota la verdad. A pesar de esto, ni el posconflicto ni la memoria colectiva han podido construirse, en gran parte porque las guerrillas siguen usando sus armas y siguen justificando sus actos a partir de su legítima defensa y desde su verdad.
He ahí el problema: como en Auschwitz, en La Habana no existe espacio para el ¿por qué? ¿Por qué hacen esto? El asesinato de múltiples soldados en la noche del 14 de abril por parte de las FARC no es más que su materialización más reciente. En muchos países donde hubo amnistía para facilitar la transición, el efecto bumerán de la falta de justicia ha ido creando nuevas violencias: no todo posconflicto plasma la paz.
A pesar de que la responsabilidad penal de la violencia sea crucial a corto y mediano plazo, es aún más crítico obtener el reordenamiento de la verdad para lograr construir, a largo plazo, una memoria colectiva que asegure la no repetición. El objetivo no es sanear los hechos con el olvido, es lograr perennizar en la memoria nacional lo acontecido para que podamos preguntarnos permanentemente ¿por qué?, sin miedo a desestabilizar el presente con las heridas del pasado.
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