La inestabilidad que puede causar un plebiscito quedó en evidencia en Colombia, donde los ciudadanos rechazaron en una consulta popular el acuerdo de paz firmado con las FARC tras cuatro años de negociaciones, decisión que abre un gran interrogante sobre el futuro del país.
Así como pasó en junio pasado en el Reino Unido, donde los británicos votaron por abandonar la Unión Europea (UE) contra las previsiones de los sondeos, los colombianos rompieron las apuestas y dijeron “no” al acuerdo de paz.
El “no” se impuso con el 50,21 % contra el 49,78 % del “sí” en una votación con una elevada abstención del 62,57 %.
También como en el caso británico, las encuestas preveían una victoria clara para los partidarios del acuerdo de paz y, también como en Londres, la lluvia fue la protagonista de una jornada electoral que abre una gran incógnita sobre si se podrán cerrar 52 años de conflicto armado.
El gran damnificado en el campo político es el presidente Juan Manuel Santos, que se jugó todo su capital político por la paz, eje de Gobierno que, según dijo, no tiene por qué verse afectado por la derrota en el plebiscito.
“Como jefe de Estado, soy el garante de la estabilidad de la nación, y esta decisión democrática no debe afectar dicha estabilidad, que voy a garantizar”, aseguró en una alocución al país.
Igualmente subrayó que no desfallecerá y enviará a su equipo de negociadores de vuelta a La Habana, sede de los diálogos, para continuar las conversaciones con los líderes guerrilleros.
Esa es otra gran duda: cómo continuarán conversando después del rechazo frontal mostrado por la sociedad en el plebiscito, una apuesta personal de Santos que ha tumbado su antecesor, Álvaro Uribe, principal opositor al proceso y gran triunfador de la noche.
Las FARC también han mostrado su disposición a seguir adelante en las conversaciones, pero ninguna de las dos partes puede obviar que no han sido capaces de movilizar en torno a un proyecto de paz a una sociedad como la colombiana que ha sufrido más de medio siglo de conflicto armado.
Pese al sufrimiento de cinco décadas, el proceso ha generado una cierta desidia en la sociedad que se ha mostrado en el plebiscito, donde apenas el 37,43 % de los ciudadanos votó pese a que lo que estaba en juego era nada menos que la paz.
Eso ha sido aprovechado por los opositores, que han conseguido movilizar a su electorado para pedir el “no”, mientras que Santos no ha sido capaz de transmitir su mensaje.
El punto que más fricción ha generado entre los colombianos es el referido a la justicia transicional acordado por ambas partes en La Habana.
En ese apartado acordaron un proyecto de ley de amnistía que prevé un perdón legal para todos aquellos guerrilleros que no hayan cometido delitos recogidos en el Estatuto de Roma como los crímenes de lesa humanidad, torturas, secuestros o reclutamiento infantil.
Esos casos serían castigados hasta con ocho años de penas restrictivas de la libertad, algo que no gustó nada a los colombianos y que generó las principales protestas por parte de los opositores al acuerdo de paz.
Tampoco gustó a los colombianos que otorgasen a las FARC diez representantes en el Congreso garantizados hasta 2026 más allá de sus resultados en los comicios.
La gran incógnita es si esos dos elementos serán vueltos a analizar por los negociadores que a partir de ahora mantendrán el silencio acerca de sus avances.
En un limbo quedan también las FARC, uno de cuyos líderes “Pastor Alape” dijo en una entrevista reciente que no tienen un plan B que no sea la paz.
Si harán bueno o no ese principio es algo que deben demostrar ahora, cuando llevan varios meses sin reclutar a nuevos integrantes, empezaron a liberar a los menores de edad que estaban en sus filas y renunciaron a la extorsión.
Por tanto, su número se ha reducido y su capital también, lo que se suma al alto el fuego unilateral que iniciaron en julio de 2015 y que les ha hecho llegar al cese de hostilidades bilateral y definitivo antes de la firma de la paz.
Qué sucederá con ellos es una gran duda, puesto que sus líderes también han apostado todo su capital a la paz y después de pregonar entre sus bases las bondades del fin de la guerra, aprobadas incluso en su Décima Conferencia Guerrillera, no podrán optar por el camino de las armas nuevamente.
Todas esas dudas quedan abiertas y Colombia, su Gobierno y las FARC se convierten en una incógnita que entregan el futuro del país a una gran incertidumbre. EFE
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