Por: Pascual Gaviria Uribe.
La atención desmesurada es a la vez un privilegio y un riesgo. Cuando detrás de cada palabra y cada gesto de una persona se busca una pequeña revelación, una gran lección, un señalamiento o una aprobación, todo puede terminar en una maraña de interpretaciones, en fragmentos que buscan afianzar convicciones propias, en un sermón convertido en cientos de discursos.
Despedazar, acomodar, falsear son posibles acciones frente a las palabras dichas por quien tiene un aura especial. Era inevitable que la visita del papa a Colombia fuera leída en claves políticas, que sus palabras tuvieran un acomodo en nuestros pleitos electorales y que sus gestos dijeran algo sobre el encono nacional. El papa les dijo a sus obispos que ellos no eran técnicos ni políticos sino pastores, pero es imposible negar la conciencia política de Bergoglio, su ánimo frente a causas terrenas, sus certezas ante dilemas ideológicos.
Argentina ha sufrido y gozado como ningún otro país ese dudoso privilegio de tener un representante de dios (elegido según fumatas lejanas a su democracia) para tratar a sus demonios políticos. Bergoglio ha sido un cura conservador y amigo de la dictadura, acusado incluso de entregar a dos sacerdotes de la Compañía de Jesús a los torturadores la Escuela Mecánica de la Armada, durante años el peronismo lo señaló de derechista y misógino. En sus tiempos de cura en Buenos Aires sus misas no congregaban a más de doscientos fieles.
Luego, siendo cardenal y luego presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Néstor Kirchner lo declaro “el jefe espiritual de la oposición crítica”. Uno años antes, como presidente, se había negado a asistir al Tedeum que conmemoraba en la catedral el primer gobierno patrio de Argentina. Las luchas siguieron con Cristina y la posición de Bergoglio frente al paro patronal de los productores agrícolas y el matrimonio de parejas del mismo sexo.
La elección en el Vaticano hizo que Cristina cambiara de opinión y de los señalamientos pasara a las felicitaciones. Ahora, las reuniones entre la presidenta y el papa eran vistas como una estrategia política CFK para soportar un clima turbio. Se aseguraba que Francisco decía en privado que había que proteger a Cristina, asegurar que terminara su periodo. De nuevo medios y políticos recordaban cercanías de Bergoglio con el peronismo.
Ahora el entorno de Macri lo ve como un cura de izquierda, rojo casi, amigo íntimo de un troskista como Gustavo Vera, y principal opositor del gobierno que busca ajustes económicos. La primera audiencia entre Francisco y Macri, de apenas 22 minutos y con el papa mostrando la más amarga de sus caras, fue interpretada como un gran revés político del presidente. “El papa no mueve 10 votos”, dijeron algunos cercanos a Macri. Pero el presidente no quería emprender cruzadas. El “pastor con olor a oveja”, así lo define su íntimo Vera, le dio una segunda oportunidad al presidente a finales del año pasado. La visita mejoró en gestos y tiempos y los sindicatos que anunciaban huelga general esperaron posibles arreglos.
Los opositores dicen que desde el Vaticano se ha ayudado a medidas más graduales y concertadas. Si Macri cede, el papa sonríe. Dicen que Bergoglio evita los mensajes directos en la política Argentina, pero es sin duda un simbolista consumado, un experto en el lenguaje de señas. La patria del papa corre los más grandes riesgos que implica romper el dique entre religión y política.
El reto, luego de su visita a Colombia, es encontrar una traducción un poco más profunda que nuestro habitual debate político, menos maniquea, más personal si se quiere, menos trivial y oportunista. No será fácil.
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