Por: Pascual Gaviria Uribe.
Desde hace un siglo los maestros mexicanos han ejercido un poder real en la política. Fueron protagonistas y ejemplo en la revolución, sirvieron como engranaje y caja de resonancia durante la hegemonía del PRI, formaron y forman parte del clientelismo y las estrategias electorales en las regiones, hicieron de muleta en los peores tiempos del gobierno de Salinas de Gortari y marcaron la derrota de Andrés Manuel Pérez Obrador y la continuidad del PAN al empujar el reñido triunfo de Felipe Calderón en 2006.
El actual Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SNTE) se creó en 1943 luego de la unión de cuatro sindicatos de maestros. Hoy tiene cerca de 1’200.000 afiliados y sus dirigentes han colonizado parcelas burocráticas en diversos edificios públicos.
Hasta hace poco, Esther Gordillo, quien dirigió el sindicato durante más de veinte años, tenía “acciones” en loterías públicas y servicios sociales y no tuvo problema en decir públicamente que apoyó a Calderón a cambio de puestos en el gabinete. En su momento una tercera parte de los mexicanos dijeron que el presidente había llegado al cargo por la ayuda electoral de la señora Gordillo y el SNTE. Esther Gordillo terminó en la cárcel acusada de fraude fiscal y lavado de activos. Hoy, desde su reclusión en un hospital, les sigue hablando a los once congresistas de Nueva Alianza, el partido que creó cuando fue expulsada del PRI.
El enorme poder político del sindicato de maestros en México no ha servido para mejorar la calidad de la educación. El reciente Reporte de Capital Humano publicado por el World Economic Forum pone a México muy abajo en el escalafón cuando evalúa la educación primaria y secundaria. Puestos 102 y 107, respectivamente, en un ranking de 125 países. Muy por debajo de Chile, Argentina, Costa Rica, Panamá y Colombia, entre otros países de la región. Ni siquiera para pelear por los salarios de sus afiliados ha servido la fuerte muñeca del SNTE. Todo ha terminado en alianzas electorales y beneficios clientelistas y económicos para una cúpula de 44.000 “directivos”.
La venta de plazas, el manejo de las tiendas de consumo, el control de los préstamos hipotecarios y otras arandelas terminaron por convertir al sindicato en un monstruo de intereses ajenos a la educación. México tiene el más salario más bajo de la región (415 dólares) para los maestros ocupan el último puesto en su escalafón y uno de los más altos (1.610 dólares) para quienes están en la cima de sus tablas. Algo parecido a lo que pasa en Colombia.
El reciente paro de maestros dejó a Fecode con tres mil nuevos afiliados y algunas molestias internas luego de la firma del acuerdo. De algún modo el interior de Fecode reproduce, a escala, las fisuras de la izquierda colombiana. Navarro, Robledo, Clara López, Avellaneda, Petro y Piedad Córdoba tienen hombres cercanos entre los directivos del sindicato. Y jalan sus cuerdas y buscan imponer sus visiones y ganar algún camino electoral para lo que viene.
Hace ocho años Jaime Dussán no tenía problema en decir que el 80% de los miembros y directivos de Fecode eran del Polo Democrático. Ahora López y Robledo son más cautos en las cuentas e intentan resaltar la independencia del sindicato frente al partido. Las banderas electorales y las banderas sociales suelen tener doble faz, y los que gritan no son siempre los que ganan.
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