Por: Pascual Gaviria Uribe.
Hasta 1994 estuvo vigente el artículo 175 del Código Penal alemán: “La fornicación contra natura, realizada entre personas del sexo masculino o de personas con animales, está castigada con una pena de cárcel de seis meses a cuatro años, además de la suspensión temporal de los derechos civiles”.
Durante más de 100 años se aplicó el castigo con distinto rigor. En las primeras décadas del siglo XX Alemania, Berlín específicamente, logró la paradoja de que las penas de prisión convivieran con un movimiento homosexual que tenía cien locales “adecuados” y treinta publicaciones “especializadas”. Europa miraba con una curiosidad y un recelo irresistibles. Klaus Mann escribía una pequeña esquela de invitación en 1923: “Mírenme, señoras y señores, truena la capital del imperio. Antes teníamos un ejército formidable, ahora dirigimos la vida nocturna más tumultuosa. Es Sodoma y Gomorra con un tempo prusiano. No se pierdan el circo de las perversidades”.
El círculo del emperador Guillermo II fue acusado bajo el artículo 175 y sus consejeros enfrentaron juicios por blandos, románticos y pacifistas. Los nazis acabaron con el auge “uranista”, endurecieron las penas y condenaron incluso a quienes tenían la “intención lujuriosa de despertar la sensualidad de uno de los dos hombres o de un tercero”. En los campos de concentración los homosexuales fueron usados para experimentos con hormonas, además de tratamientos un poco más drásticos: lobotomías y castraciones.
Apenas hace unos años Alemania comenzó a anular las sentencias que marcaban la historia de muchos homosexuales y solo hoy intenta una reparación para las víctimas de su política criminal. Ver a Alemania tan cerca de Irán demuestra los muy recientes cambios y muy vigentes prejuicios mundiales contra la comunidad gay. En Colombia las relaciones sexuales entre parejas del mismo sexo fueron delito hasta 1980. Nada raro si tenemos en cuenta que la Organización Mundial de la Salud excluyó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales en 1983.
Leer los argumentos de los juristas que perdieron la discusión en Colombia, en la comisión redactora del código penal a mediados de los años setenta, es leer los prejuicios que se mantienen intactos en millones de ciudadanos: “No creo incurrir en exageración, al afirmar que el homosexualismo de los hombres o de las mujeres, constituye un hecho antisocial, que envuelve un ataque a nuestros sentimientos, a nuestras costumbres y a nuestra organización familiar… El Código Penal por el carácter intimidativo que tiene, constituye un freno contra lo graves ilícitos que puedan cometerse.”
Ha pasado muy poco tiempo entre el Código Penal de 1980 y las sentencias de la Corte Constitucional que reconocen derechos a parejas del mismo sexo. La élite mayoritaria de los juristas cambió de opinión pero las mayorías siguen aplaudiendo y exigiendo la discriminación. Y la policía está atenta para respaldarlas.
Hace días una campaña en Medellín, llamada Necesitamos más besos, terminó con una pareja de hombres acosada por una pareja de policías que amenazaron con arrestarlos por sus besos en público. No había generales a la vista. Algunos congresistas del Centro Democrático han centrado sus críticas a Claudia López en sus preferencias sexuales. Deben estar orgullosos porque en su “estado de opinión” comparten los sentimientos de alumnos bogotanos de secundaria frente a sus compañeros homosexuales: 38% asco, 17.6% miedo, 9.7% rabia y 6.5% odio. Podrían ser copartidarios de Dan Patrick, vicegobernador de Texas, quien soltó una cita sugerente cuando la policía recogía los cadáveres en la discoteca Pulse: “No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Gálatas 6:7.”
Debes loguearte para poder agregar comentarios ingresa ahora