Guerra circular

Por: Pascual Gaviria Uribe.

Los protagonistas del conflicto colombiano se renuevan constantemente en una cantera más o menos definida en cincuenta o sesenta municipios.

Entran los jóvenes atraídos por un primer trabajo relacionado con la coca o por el gancho de una moto y un celular en las milicias, y salen luego de cinco o seis años cuando se han cansado de esa esclavitud en armas que solo deja miedo y enemigos. Eso si no encuentran una bala del ejército o de sus propios camaradas, o una bomba les cae del cielo.

En los últimos cuatro años se han desmovilizado de manera individual 5.366 miembros de organizaciones armadas al margen de la ley. Un poco menos de 4 desmovilizados diarios. Cerca del 80% han llegado desde las filas de las Farc y un 20% han dejado las armas siendo menores de edad. En 2008 se dio el tope de desmovilizados individuales con una cifra que alcanzó casi los 3.500 combatientes.

Desde hace años vivimos entre guerreros que recién dejaron el camuflado. Les compramos los aguacates, nos atienden en el call center, los vemos caminar recién bañados luego de un día de albañilería. Muchas veces ni sus compañeros de trabajo lo saben. Seis de cada diez les ocultan a sus empleadores y colegas que estuvieron en la guerra. Ese supuesto honor de guerreros se convierte en una vergüenza y una carga en la civil.

La mayoría de los desmovilizados individuales no solo no sufren una pena de cárcel, a no ser que les hayan probado delitos de lesa humanidad o tengan cuentas pendientes por delitos distintos a concierto para delinquir, sino que reciben ayuda social por parte del Estado durante siete años.

Desde 2002 se han desmovilizado más de 17.000 guerrilleros de las Farc, la gran mayoría no han pasado por la cárcel ni por guarniciones militares para purgar sus faltas. Según las cifras del gobierno las farc tienen actualmente algo más de 9.000 combatientes entre guerrilleros y milicianos. Hombres y mujeres en permanente proceso de recambio bajo el mando de unos pocos comandantes históricos.

Quienes claman por las penas de cárcel para la guerrilla de las farc deberían enterarse que a diario 3 o 4 guerrilleros son recibidos por el Estado con proyectos de trabajo y educación y no con los rigores de un juzgado y una celda. La impunidad que tanto dicen les duele en el corazón propio y en el del Estado se ha convertido en una especie de regla gota a gota de nuestra guerra. Solo que un círculo vicioso de coca, minería ilegal sumado a la inercia de un conflicto de cincuenta años le entrega al más vicioso de los bandos nuevos combatientes día a día, forzados en el mejor de los casos por las condiciones sociales e históricas de sus territorios.

El fin del conflicto supondría sobre todo un corte a ese circuito perverso entre desmovilizados y nuevos combatientes. De modo que el Estado pudiera dedicarse a ganar legitimidad en sitios donde casi siempre ha sido visto como enemigo. Para no tener que seguir siendo el eterno tutor de guerrilleros desmovilizados e impunes que se “gradúan” de ciudadanos con derechos luego de un “curso” de siete años en la Agencia Nacional de Reintegración.

Tal vez valga la pena concentrarse en los posibles castigos a los jefes de las Farc y ponerlos en la balanza con el sistema de guerra eterna y perdón continuo a los guerrilleros de corto plazo que se producen en sus feudos. No puede ser que luego de atender a 57.000 desmovilizados en menos de 20 años sigamos jugando el papel de los jueces implacables.


 

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