Por: Pascual Gaviria Uribe.
Alberto Durero dibujó en 1515, basado en una descripción escrita, un rinoceronte que se convirtió en el protagonista de fábulas e imaginaciones. Una joya acorazada y rugosa. La criatura era digna de los bestiarios pero tenía la ventaja de haber habitado la “casa de fieras” del rey Manuel I de Portugal y haber muerto ahogado cuando iba camino al jardín del Papa León X. Era un monstruo con itinerario y algunas certidumbres.
La descripción que acompaña el “retrato” de Durero hace envidiar los tiempos en que los animales salvajes eran quimeras: “Tiene el color de una tortuga moteada, y está casi completamente cubierto de gruesas escamas. Es del tamaño de un elefante, pero tiene las patas más cortas y es casi invulnerable. Tiene un poderoso y puntiagudo cuerno en la punta de su nariz, que afila en las rocas (…) Se dice que el rinoceronte es rápido, impetuoso y astuto”.
Es posible que en pocos años perdamos buena parte de la realidad de esa naturaleza salvaje y distante. Y nuestra imaginación ya no tendrá el impulso de hace siglos. Nuestras fábulas serán los documentales de Discovery Channel y NatGeo. Necrologías detallas de especies extintas. Hace poco se le hizo seguimiento día a día a una tortuga macho de la especie de Chelonoidis Abigdonii que vivía en las islas galápagos. Se le llamó Solitario Jorge y se comentó en sus diarios apócrifos el desdén con las hembras de una especie parecida, y los 21 huevos infértiles que dejaron sus intentos azuzados por los científicos.
En los zoológicos todo se ve distinto. Hace dos años vi a un tigre blanco en el umbral de una cueva con reja en Cali. Le creí toda su majestad. También se han convertido en ancianatos para ejemplares de algunas especies en peligro. Y en laboratorios de fertilidad, desde hace unos 25 años cuando la importación de animales salvajes comenzó a dificultarse. Desde 1989 Europa a “importado” 61 elefantes africanos y ha logrado 100 nacimientos. Para algunos los zoológicos encarnan un Arca de Noé y para otros un circo sin látigos.
Pero la verdad es que poco a poco la Tierra se convierte en una especie de Panaca, una granja donde los establos, los galpones, los corrales y los cercos de ganaderos y pastores imponen las reglas. Y las especies. Gerardo Caballo, biólogo e investigador de la UNAM en México, publicó hace poco un estudio que se pregunta si no estamos frente a la sexta extinción en masa en el planeta.
Las cifras parecen dar una respuesta afirmativa. Por razones de facilidad en la verificación su estudio se limita a los vertebrados: desde 1900 hasta hoy, en circunstancias geológicas normales, se deberían haber presentado 9 extinciones. Sin embargo los cálculos más conservadores hablan de 468 entre mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces. Por su parte un estudio del profesor Vaclav Smil, de la Universidad de Manitoba, afirma que si medimos solo la masa, los humanos ya representamos una tercera parte de los vertebrados terrestres. Y nuestros animales de engorde, diversión y trabajo agrupan la mayoría de las dos terceras partes restantes. Los animales salvajes “encarnan” solo el 5% de la masa de los vertebrados terrestres en el planeta.
Hace un año cazadores mataron Satao, el elefante más grande del parque natural Tsavo, en Kenia. Hace un mes el turno fue para Cecil en Zimbawe, un león que también era la estrella de una reserva natural. Casi posaba para las fotos. Cada año mueren más de 25.000 elefantes a manos de cazadores en África. Más de 400 cabezas de leones llegaron a España el año pasado como trofeo de caza. Tal vez sea mejor dejar de esterilizar a los hipopótamos del Magdalena medio.
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