Por: Andrés Quintero Olmos.
“París ultrajado, París quebrantado, París martirizado, pero París liberado”, gritaba el General Charles de Gaulle al expulsar los nazis de la capital francesa. Justamente era desde esa fecha, desde la Segunda Guerra Mundial, que este país no tenía tantos muertos en un mismo día. Y lo fue en pleno siglo XXI, en la noche de un día viernes 13 de noviembre, durante la cual observamos cómo extremistas se explotaban en mil pedazos oscuros, a espaldas de la ciudad luz.
Esa misma noche, mi amigo Anthony recibió una llamada desde Colombia: “Andrés, estoy a 400 metros del tiroteo de la Rue de Charonne, oigo los tiros, estoy bien, pero te tengo que dejar porque no tengo mucha batería, es horrible, estamos atrincherados en un bar”.
Al mismo tiempo, Valentín, un compañero de la Sorbona, disfrutaba de un concierto de rock con su novia Eva. Los músicos entonaban hasta que hombres armados comenzaron a proclamar su terror en nombre de un Dios inexistente que, como decía Nietzsche, había nacido muerto. A pesar de los disparos, el tumulto, las explosiones y de estar herida, Eva logró salir de la penumbra del Bataclán. Valentín, no tuvo la misma suerte.
Pocos minutos después, el Presidente francés subió a la tarima y pronunció un discurso: “No destruirán a la República. La República destruirá al terrorismo”.
Al día siguiente, un hombre empujó su piano de cola hasta llegar frente al Bataclán, y comenzó a tocar, se reconocían las notas de “Imagine”, canción de John Lennon, no había letra pero sí había llanto.
El ambiente es de miedo, todo el mundo está estupefacto y los muertos duelen. Muchos sacuden la bandera francesa y escriben en los muros de París el lema en latín de la ciudad: “fluctuat nec mergitur” que significa “es batida por las olas, pero no se hunde”, haciendo referencia a la isla de La Cité que tiene forma de barco y que nunca se sumergirá pese a la tormenta.
Francia es sacudida y un niño afirma ante su padre y frente a las cámaras de televisión: “Tenemos que mudarnos Papá, ellos tienen pistolas y nos pueden disparar”. A lo cual el padre conmovido responde: “No, Francia es nuestra casa. No importa que tengan ellos pistolas, nosotros tenemos flores”. Los nubarrones negros poco a poco se van alejando, sale el sol y un marido que perdió a su esposa en los atentados exclama: “no tendrán mi odio”.
Los fanáticos quisieron embestir al París chispeante, festivo, joven, irreverente y multicultural de sus barrios décimo y undécimo. Pero no lo lograron ni lo lograrán. Los parisinos los esquivarán y serán más que nunca hedonistas y lo notificarán al mundo entero sin resentimiento alguno. La gente volverá a leer el libro “París es una fiesta” de Hemingway y festejará su alegría en las esquinas de sus calles, en las terrazas de sus cafés y bistrós y el parisino volverá a sus teatros, a sus óperas, a sus napoleónicos bulevares y todo el mundo -en resistencia- se explotará de risa.
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