Icono de una era soñada, el cabaré parisiense intuye nuevos tiempos tras la última revista del emblemático Lido, “Paris Merveilles”, enésima puesta al día de un género ligado a la herencia sentimental de la capital francesa.
“Escondan los móviles y las cámaras, lo que vamos a ofrecerles no puede fotografiarse, es pura felicidad”, proclama una voz sobre la expectante oscuridad que precede al “show” del mayor de los cabarés parisienses, una sala panorámica con cerca de dos mil metros cuadrados y ubicada en los exclusivos Campos Elíseos.
Tras cuatro meses de reformas, probaturas y ensayos -y 25 millones de euros después-, el Lido reabri sus puertas con la promesa de ser otro, “de ser mejor”, sin dejar de parecerse a sí mismo. La idea, desvelaba un empleado tras la velada, era evitar una sobredosis de nostalgia.
Sobre el escenario y ante una abarrotada platea, sus responsables también quisieron confirmar el tan ansiado espíritu de regeneración. El objetivo, no obstante, no ha variado y apunta a los 500.000 visitantes que franquean anualmente el umbral de este templo nocturno. “Inauguramos un capítulo de nuestra historia con la misma meta de los orígenes, hacer soñar”, prometió la presidenta, Nathalie Bellon-Szabo, franqueada por el hombre elegido para concretar el desafío, el escenógrafo italo-belga Franco Dragone.
A Dragone, célebre por idear la primera etapa del Circo del Sol, se le encomendó la tarea de actualizar el espectáculo sin desterrar el ADN de un género popular que, avisó anoche en tono combativo, siempre fue “infinitamente noble”.
Y a ello se entregaron las 32 “Bluebell Girls” y catorce “Lido Boys” que pueblan los números de la esperada revista, homenaje a un París soñado y sacudido por el espectro de la “Belle Époque”, la sombra de Joséphine Baker y una banda sonora orbitada en torno al “swing” orquestal y el ineludible acordeón.
Ante un decorado móvil cruzado por seis pantallas, el estallido de corsés, plumas y extravagantes tocados culminó con éxito una primera función que ya aspira a igualar los 7.000 telones que enterró la revista anterior, la clásica “Bonheur”.
Cuando se cumplen siete décadas desde la primera velada del Lido, la 27 revista de su historia vuelve a otorgar el peso artístico a sus bailarinas, epicentro de una sucesión de suntuosas coreografías puntuadas por números musicales y un trabajado despliegue que -influencia de Dragone- rinde tributo al imaginario circense. “Lo cierto es que en un principio el cabaré se inspiró del circo, pero su evolución ha ido concediendo más importancia a las bailarinas”, relata el trapecista e historiador Christopher Memin, quien lamenta la “tendencia a vincular el género a la nostalgia”.
De origen popular, el cabaré germinó en un París mundano que, a finales del siglo XIX, adivinó en aquellas primeras salas la puerta de acceso a un seductor universo cuyos misterios -entonces había más que ahora- se aclaraban en los muslos de las coristas.
Fueron los años dorados de la revista musical, una época que sentó las base de un género que hoy, tras iluminar el París de entreguerras y el bullicio de los “ismos”, brilla en los legendarios escenarios del Crazy Horse, el Moulin Rouge y, naturalmente, el Lido.
Cantera artística del talento francófono, el cabaré alimentó las iconografías de Toulouse-Lautrec y Pierre Bonnard, influyó en las colecciones de Yves Saint Laurent y abrigó la juventud de voces como Serge Gainsbourg o Edith Piaf.
“Es un arte y hay que entenderlo como tal, como una sublimación de la belleza femenina”, arguye Memin, convencido de la salud creativa de una disciplina “popular y al tiempo respetable” que sigue alimentando la imagen mítica de París.
La última apuesta del Lido no hace más que confirmar el porvenir del cabaré, razona este experto. “Ese es su encanto, narrar una época que parece lejana pero que nunca se fue del todo”. (EFE)
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