Papá Noel es más conocido que Jesucristo en China. Está en todas partes y forma parte del folclore consumista, en un país donde cada día más personas celebran el 24 de diciembre, a su manera.
Basta con entrar en un centro comercial para zambullirse de lleno en un ambiente festivo al son de “jingle bells”. Abetos de plástico, bolas doradas y guirnaldas decoran las tiendas. “Feliz navidad” se lee en las escuelas y los hoteles, pero también en la publicidad, medios de comunicación, redes sociales…
En los restaurantes los camareros visten el típico gorro rojo con pompón blanco o llevan un cuerno de reno en fieltro. Y es que la Navidad reina en el país donde el Estado, con el Partido Comunista a la cabeza, ha convertido el ateísmo en su doctrina oficial.
“En los centros comerciales, Papá Noel se ha convertido en un instrumento promocional para impulsar las ventas; a los chinos les encanta ir de compras”, explica Sara Jane Ho, fundadora en Pekín de un colegio en el que los ricos se inician en las reglas del buen vivir occidental.
Abundan los Papás Noel jóvenes, sin la barriga pronunciada, pero con un saxofón. “El saxofón se considera algo muy occidental, al igual que Papá Noel, se asocia con ello”, comenta Ho.
En realidad, en China cualquier cosa sirve para representar la Navidad, con tal de que “parezca occidental”, como los ositos, los siete enanitos, un tiovivo, aladino, una locomotora o ….. los pitufos. La Navidad está sobre todo de moda entre los jóvenes de clase media o adinerados que viven en las ciudades.
“En mi pueblo, la gente no celebra la Navidad. Sin embargo los hijos, que viven en la ciudad, salen el 24 de diciembre para divertirse con sus amigos”, cuenta Guo Dengxiu, una inmigrante de la provincia de Anhui. La cena de Nochebuena se parece más a un día de San Valentín que a otra cosa. “En Occidente, se comparte una comida familiar, preparada en casa, se dan regalos y se asiste a un oficio religioso”, describe Sara Jane Ho.
“En China, es una comilona en el restaurante con amigos o el novio, una noche romántica que continúa en el cine, en el karaoke, en una discoteca o en un baile de disfraces”.
Las reuniones familiares se reservan para el Año Nuevo chino, confirma Benoît Vermander, sinólogo y jesuita, que interpreta esta afición por la Navidad como “una estrecha mezcla entre la atracción por una costumbre occidental globalizada y una búsqueda religiosa, de la que da fe la popularidad del cristianismo en las grandes ciudades del este”.
Las autoridades comunistas chinas ejercen un control estricto sobre las religiones, imponiendo a los creyentes que se adhieran a una organización afiliada al partido único.
Según las últimas estadísticas oficiales (2010), China cuenta con 23 millones de protestantes y 5,7 millones de católicos, unas cifras que excluyen a decenas de millones de miembros de las iglesias oficiosas que pululan, principalmente las protestantes.
“Un diluvio”
“China celebra a la vez la Navidad y el Año Nuevo occidental, y unas semanas después, el Nuevo Año chino. De este modo tiene dos pulmones culturales, uno para su cultura ancestral y otro para la cultura globalizada que toma de la tradición cristiana”, afirma Benoît Vermander, profesor de la universidad Fudan de Shanghai.
El entusiasmo por la Navidad en China es llamativo en la ciudad oriental de Yiwu, donde se fabrica el 60% del mercado mundial de los adornos navideños.
Según la prensa local, la vitalidad de la demanda interna compensa la caída del 20% de los pedidos del extranjero. La navidad se conoce gracias a las legiones de chinos que estudian o trabajan en el extranjero. El dirigente Xi Jinping incluso visitó en 2010 la cabaña de Papá Noel en Laponia, cuando era vicepresidente.
Pero esta oleada no es del gusto de todos. El “frenesí por la Navidad” es la prueba del “naufragio” de la cultura china, lamentan diez doctoranos en un texto de 2006 traducido y presentado este mes por el Instituto Ricci. “De brisa ligera y llovizna”, la cultura occidental en China pasó a ser “viento fuerte y verdadero diluvio”, denuncian. (AFP)
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