Olvidar la coca, el reto de los campesinos colombianos

Aunque aseguran no echar de menos la coca, los campesinos de la selvática región colombiana del Guaviare admiten que conseguir las ganancias que producía ese cultivo ilícito les llevará el triple de tiempo y trabajo, un reto que han empezado a asumir con ayuda internacional.

El Guaviare, en el sur del país, es uno de los epicentros del cultivo de coca, la materia prima de la cocaína y fuente de financiación del conflicto armado que vive Colombia desde hace 50 años.


Planta de coca. Wikimedia Commons. Por: Ste, 2007. CC BY-SA 3.0

Planta de coca. Wikimedia Commons. Por: Ste, 2007. CC BY-SA 3.0


La tentación por este cultivo es fuerte, toda vez que una hectárea puede generar, según cuentan antiguos cocaleros, unos cuatro millones de pesos (unos 1.250 dólares) cada dos meses, cifra que equivale a casi seis veces el salario mínimo del país.

El dato ayuda a entender por qué la superficie cultivada con coca en Colombia creció un 44 % en 2014, según el más reciente informe sobre el país elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), que apuntó además que en el Guaviare el precio del kilo de hoja de coca subió un 42 % ese año.

Yo llegué al Guaviare como llegó todo el mundo: buscando la coca. En un principio era bueno, no había violencia, pero luego los grupos armados se multiplicaron, empezaron a manejar ellos el precio y hubo disputas por las ventas: Wilson Caro, hoy presidente de la Asociación de Ganaderos Ecológicos del Guaviare (Asogeg).

Caro se mudó hace más de 20 años a la finca de la que hoy es propietario y trabajó allí hasta 800 hectáreas de coca, algo que reconoce fue “rentable” gracias a los intermediarios de los grupos armados -nunca supo a quién vendía en realidad- hasta que la violencia se desató.

Era 1990, y poco después de eso los aviones de las Fuerzas Armadas empezaron las aspersiones con glifosato, un potente herbicida que era la joya del Plan Colombia, estrategia de cooperación militar de EE.UU. creada hace 15 años para combatir el narcotráfico.

El miedo terminó con los cultivos, que Caro erradicó a mano con varias personas para sustituirlos por yuca, pero no había mercado para venderlas de forma rentable y se hizo ganadero, aunque sigue sin recibir lo que ganaba por la coca.

Ahora busca cambiar eso con la Escuela de Campo de Agricultores (ECA), un novedoso programa implantado en el Guaviare por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y financiado por la Unión Europea (UE) para aprender a sacar el máximo partido de sus tierras.

Las ECA, puestas en marcha en el Guaviare hace menos de un año, han beneficiado ya a unas 300 familias, y se unen a otro proyecto de la FAO sobre seguridad alimentaria, también financiado por la UE, para que los campesinos tengan huertas para autoconsumo, proyecto que ya utilizan unas 550 familias.

En total, la UE ha invertido en estas y otras iniciativas de convivencia y paz en el Guaviare más de 6,3 millones de euros (unos 6,9 millones de dólares), que han sido complementados con 2.270 millones de pesos (unos 712.000 dólares) aportados por el gubernamental Departamento de Prosperidad Social (DPS).

Los modelos de la ECA comenzaron en Colombia en los años 90. Se trata también de crear una escuela de asociatividad:  Rafael Zavala Gómez del Campo, representante de FAO en el país.

Uno de los pioneros en implantar la huerta fue José Vera, quien dice que ha visto mucha hoja de coca, aunque no propia, y que en comparación prefiere los plátanos y la patata porque “el beneficio es sostener a la familia”.

Algo parecido argumenta Caro, quien asegura “vivir más tranquilo” desde que es ganadero, si bien pide más ayudas y recursos para abrir mercado y que lo que produzcan no quede en nada.

Esa es la gran petición de muchos cocaleros actuales, que se muestran contrarios a destruir sus cultivos sin tener a cambio garantías de subsistencia digna, pues algunas alternativas, como el caucho, tardan más de cinco años en generar rentabilidad.

“Solo produce la ganadería. Carne y leche”, resume Caro. El paisaje del Guaviare, dominado por vacas, parece darle la razón. EFE


 

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