Por: Eduardo Lleras Losada.
Creo que pocas personas en el país podrían decirme con precisión quienes son Michael Egred, Guillermo García, Edgard Alfredo Gómez, Maureen Belky Ramírez, Fanny Lucia Martínez, Oscar Isaac Goldenberg, Juan Luis Londoño, Blanca Gladys Caldas o Jorge Mario Bergoglio. Y son pocos los que podrían decirme quienes son, pues en verdad son mejor conocidos como Mike Bahia, Billy Pontoni, Marcelo Cezán, Marbelle, Fannylu, Oscar Golden, Maluma, Claudia de Colombia y el Papa Francisco, en su orden.
Todos ellos han cambiado sus nombres, porque en un mundo gobernado por asesores de imagen, los apelativos otorgados por sus progenitores no tenían el impacto y resonancia necesarios para explotar sus virtudes y transmitir sus mensajes. El “Pretty boy” no se puede llamar Juan Luis Londoño, sonaría charro que Mike Bahía dijera Michael Egred al inicio de sus canciones, Blanca Gladys de Colombia no cuaja, Jorge Mario Bergoglio suena mas a un escritor o humorista argentino vaciado, Guillermo García no rima visualmente con el afro de Billy Pontoni y no seria serio (con el perdón de mi amigo el abuelo, que en realidad se llama Edgar Enrique) que un cantante y actor bonito se llame Edgar Alfredo.
Vayamos ahora al caso de Natalia Marlene Lizarazo, quien asumo que por razones artísticas también cambió su nombre a Natalia Springer Von Schwanzenberg. Me he dado a la tarea de tratar de entender la motivación que la llevó a esto y quiero en estas líneas compartir mis ideas en borrador. En un ejercicio más de memoria que científico, he tratado de asociar el apellido Lizarazo con alguna celebridad criolla que le hubiera permitido a Natalia, en un país arribista, sobresalir con su nombre original. El principal nombre que encuentro es el del gran Alfonso Lizarazo, presentador eterno de Sábados Felices y conductor del inolvidable programa de entretenimiento que marcó mi generación y que se llamaba Baila de Rumba.
He buscado en los lugares mas inhóspitos de mi memoria y he hecho algo de trampa recurriendo a youtube para despertar mis recuerdos adolecentes. Grande era Alfonso, grande en su arte. Grande su facha en Baila de Rumba con cachucha de cuero y chaleco negro para presentar y promover los bailarines de barrio que soñaban con una oportunidad de mostrar su arte. Envidia sentía de verlos moverse y contagiar mientras yo me consolaba con un cuerpo carente de ritmo y habilidad para el baile.
Volviendo a Natalia, es posible que para ella la concordancia de apellido con el de Alfonso Lizarazo no fuera de suficiente ayuda para promover su carrera artística. Me atrevo a pensar que su vocación no correspondía con la de conductora de programas de entretenimiento o que simplemente no se ve bien con boinas de cuero, y que por esto, tomó una decisión respetable y coherente con sus aspiraciones y se cambió el nombre.
Y como Dios protege a sus borrachitos, la vida la premió con un marido con apellidos pomposos, al menos para la pobre mentalidad del jet set criollo. Con su nuevo nombre Natalia Springer Von Schwanzenberg su carrera se disparó. Se convirtió en periodista de radio, columnista permanente de los principales diarios, decana universitaria y reconocida consultora. Sus innegables talentos profesionales (porque los debe tener para llegar hasta donde ha llegado) y su nombre llamativo la catapultaron a la fama.
La verdad es que Natalia supo leer los motivadores más profundos de nuestra sociedad esnobista, apostó y ganó. Su actuación, hasta este punto, podría tan solo afectar a sus padres quienes en un acto reflexivo habían decidido llamarla Natalia Marlene Lizarazo. Es chistoso ver como los antiguos jefes y colegas de Natalia se duelen y le recriminan el no haberles contado cuál era su verdadero nombre, cuando en verdad lo que están mostrando es su mentalidad arribista que seguro los habría llevado a darle un trato distinto a una tal Natalia Marlene. Piensa nuestra sociedad, que siempre es importante saber cuál es nuestro lugar y de dónde venimos, sin importar el éxito que hayamos alcanzado. Cuando tratamos de abrirnos espacios de clase siempre habrá alguien quien nos recuerde quienes somos y nos ponga de nuevo en nuestro lugar.
Frente a los contratos con la Fiscalía es poco lo que puedo afirmar, distinto a que así a vuelo de pájaro se ve mal y huele mal. El fiscal y nuestra criolla de noble nombre europeo tendrán la tarea de explicar y defender sus actuaciones. Mientras tanto a Natalia Marlene la vende la propia clase que la acogió y la consintió como Natalia Springer Von Schwanzenberg. Los costos de ser trepadora mi querida Natalia.
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