Las mejores historias
Poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas es posible. Existen probadas soluciones para apoyar y empoderar a las sobrevivientes, y evitar la recurrencia de estas formas de violencia.
Las leyes y las normativas son poderosas herramientas de castigo contra los agresores, además de ofrecer justicia y servicios, y terminar con la impunidad. Existen numerosas formas de resistir y prevenir las normas, las actitudes y los comportamientos violentos que perpetúan la violencia contra las mujeres. Para ello, todas las personas deben cumplir una función.
Aunque todas las mujeres, en todas partes del mundo, pueden sufrir violencia de género, algunas mujeres y niñas son particularmente vulnerables, ejemplo de ellas son las niñas y las mujeres más mayores, las mujeres que se identifican como lesbianas, bisexuales, transgénero o intersex, las migrantes y refugiadas, las de pueblos indígenas o minorías étnicas, o mujeres y niñas que viven con el VIH y discapacidades, y aquellas en crisis humanitarias.
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Conozca las mejores historias que muestran lo que significa no dejar a nadie atrás en todo el mundo y de qué manera las personas están rompiendo el ciclo de la violencia contra las mujeres.
En palabras de Nongnee Kondii: “Me dijeron que ser lesbiana era pecado”
Nongnee Kondii tiene 25 años, es lesbiana y vive en Yala, una provincia fronteriza al sur de Tailandia. Nunca se ha sentido segura expresando su orientación sexual, ni en casa ni en su comunidad. Después de sufrir una agresión sexual traumática, guardó silencio al principio.
En mayo de 2016, Kondii decidió pronunciarse y buscar justicia después de participar en un retiro para jóvenes donde aprender sobre cuestiones relacionadas con el género.
Este retiro fue organizado por la Rainbow Sky Association (RSAT), una organización que trabaja para promover los derechos de lesbianas, gais, mujeres bisexuales, personas trans e intersexuales (LGBTI) en Tailandia, y que recibe el apoyo del Fondo Fiduciario de la ONU para poner fin a la violencia contra las mujeres (gestionado por ONU Mujeres).
“Me enamoré de una chica cuando estaba en escuela preparatoria. Me sentía bien, y mantuvimos la relación durante siete años. Cuando mi madre se dio cuenta, nos separó. Fui enviada a vivir a la granja de mi abuelo, lejos de todo el mundo. En aquel momento yo tenía 17 años.
No pude volver a expresarme como mujer lesbiana hasta que fui a la universidad.
Pero entonces ocurrió algo terrible. Un hombre que estaba ayudándonos a obtener un certificado de salud pública me agredió sexualmente a mí y a tres de mis amigas. Estábamos aterrorizadas y avergonzadas. No dije una palabra acerca de esto a nadie hasta que asistí al campamento de la RSAT.
Mi experiencia en la RSAT cambió mi percepción de las cosas. Me di cuenta de que mis amigas y yo habíamos sido atacadas y castigadas porque éramos lesbianas. ¡Lo que nos sucedió era un delito punible! Tras realizar unas consultas con la RSAT y Mae Ann, fundadora del refugio Baan Boontem, otra ONG afiliada a la RSAT, les pedí apoyo en mi búsqueda de justicia.
Cuando intenté denunciar el delito por primera vez, el policía me preguntó por qué estaba allí, en la comisaría. No creía que nuestro caso pudiese ser llevado a juicio. Le mostré todos los artículos pertinentes de la ley tailandesa que se aplicaban a mi caso. Pasé dos días tratando de convencerlo. No había intimidad, ningún lugar aparte donde pudiera hablar en privado. En un momento dado me preguntó, ¿cómo lo hacen las lesbianas?”.
Nota publicada en ONU Mujeres, reproducida en PCNPost con autorización
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SOURCE: ONU Mujeres
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