El huracán Matthew acaba de azotar el Caribe, dejando atrás un rastro de devastación y estructuras derrumbadas. En Haití, caminos intransitables y puentes destruidosentre la capital Puerto Príncipe y las zonas más perjudicadas del país plantean desafíos importantes para llegar a la población afectada. El daño estimado asciende a miles de millones de dólares.
Ante fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, los desarrolladores y operadores de carreteras, puertos y otras estructuras están buscando nuevas formas de proteger sus inversiones. Sin embargo, a menudo pasan por alto ecosistemas como bosques, arrecifes y manglares que pueden actuar como barreras naturales contra los efectos adversos del cambio climático.
Imagínese, por ejemplo, una autovía costera al pie de una montaña con vistas al mar. Estas carreteras están expuestas de forma constante a tormentas, mareas altas y erosión. Para protegerlas, un desarrollador puede aprovechar los bosques que crecen en la ladera de la montaña para así estabilizar el suelo alrededor de la carretera y reducir el riesgo de deslizamientos de tierra. Es una manera altamente efectiva de evitar daños costosos a carreteras y puentes.
Ecosistemas como la vegetación costera, los manglares y los arrecifes de coral ofrecen beneficios tangibles cuando se toman en cuenta a la hora de planificar nuevas infraestructuras. Los arrecifes, por ejemplo, pueden reducir la energía de las olas en un 97%, con lo cual ayudan a proteger playas para uso recreativo y turismo. Del mismo modo, los manglares proporcionan una barrera natural que filtra contaminantes y estabiliza los sedimentos para proteger las costas de la erosión.
Aparte de evitar daños económicos, ecosistemas como los arrecifes ofrecen una serie de beneficios de ámbito social y medioambiental, ya que dan hogar a innumerables especies marinas y proporcionan ingresos y sustento a las poblaciones costeras que dependen de la pesca.
Además, hay una relación directa entre los beneficios empresariales y las soluciones infraestructurales que se apoyan en la naturaleza. Entre costos de mantenimiento y reparación más bajos, un flujo fiable de ingresos y estructuras más longevas, los desarrolladores y operadores de proyectos de infraestructura tienen muchos incentivos para invertir en los ecosistemas.
En algunos casos, aprovechar la naturaleza incluso sale más barato que usar estructuras artificiales. Un estudio de Nature Communications, por ejemplo, encontró que el costo medio de los rompeolas artificiales es de aproximadamente US$20 por metro. El costo de restauración de un metro de arrecife, en cambio, se estima en tan sólo US$1,30.
Incluso gigantes de la industria petrolera como Shell están investigando cómo aprovechar lo que se viene denominando infraestructura verde, en oposición a la infraestructura convencional o gris. Un proyecto piloto en el estado norteamericano de Luisiana está evaluando cómo la petrolera puede reducir los costos de mantenimiento de sus oleoductos costeros creando litorales tapizados de organismos marinos a modo de protección contra la erosión y los daños causados por la marea.
Los biólogos marinos incluso están trabajando en recultivar los corales. En condiciones controladas han conseguido que los corales crezcan hasta 50 veces más rápido que en su hábitat natural. La esperanza es de poder reintroducirlos de nuevo en arrecifes ya degradados.
Si los científicos son capaces de trasplantar los corales cultivados en laboratorio, tal vez un día los desarrolladores de grandes proyectos de infraestructura puedan cultivar sus propios arrecifes para proteger los puertos, carreteras costeras y hoteles frente al mar.
Sin lugar a dudas, estos ecosistemas vivos agregarían mucho atractivo a estructuras que en el pasado sólo dependían de rompeolas de hormigón.
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