Lucin, la armenia centenaria que no se permite olvidar

Nacida hace más de 100 años en la ciudad de Aintab, Lucin Khatcherian, única sobreviviente en Argentina del genocidio armenio, está decidida a ser la memoria viva de la persecución que padeció su nación a manos de los turcos a principio del siglo XX.

“Las cosas no se olvidan. Tengo una tía que tenía cuatro hijos, a tres de ellos los degollaron. Esa mujer se pasó toda la vida llorando. ¿Cómo se olvida uno?”, se emociona Lucin, que desde el año pasado es “la única” superviviente de esta masacre en el país austral, según la Asociación Armenia local.

Según su documento de identidad, Lucin nació el 12 de abril de 1909 y acaba de cumplir 106 años, pero como debió agregarse 4 años para figurar como mayor de edad para embarcarse hacia Argentina, en realidad ronda los 102.

Esta mujer de cabello blanco que camina lentamente ayudada por un bastón, perdió un poco el oído pero mantiene una voz jovial y las ganas de contar su historia. “Cuento para hacer un bien, otra cosa no tengo. Pero cuando recuerdo, de noche no puedo dormir, me duele”, reconoce en una entrevista con la AFP.

En el apartamento de su hija, con quien reside en Villa Crespo, un barrio comercial de clase media donde vivió desde que se instaló en Buenos Aires, va y viene con los recuerdos que saca de su memoria como de una caja de Pandora.

Su español no es fluido pese a que hace más de 80 años que llegó a Argentina, se nacionalizó y nunca se fue del país que la acogió, donde viven unos 150.000 armenios, la mayor colectividad de América Latina y la tercera del mundo. “Los argentinos son buena gente. Acá un vecino parece familia”, dice agradecida. “Al final estoy bien, tengo la familia, con esto me alcanza”, afirma mientras asienten sus dos hijos, Elena (77) y Eduardo (74) que le dieron cinco nietos y ocho bisnietos.

Nunca regresó a Armenia, donde ya no quedan parientes y de donde tuvo que exiliarse en dos ocasiones.

Lucin Khatcherian, 106 años, con su hijo Eduardo. AFP PHOTO / ALEJANDRO PAGNI

Lucin Khatcherian, 106 años, con su hijo Eduardo. AFP PHOTO / ALEJANDRO PAGNI

Una larga travesía:

Lucin, la menor de seis hermanos cuyo padre joyero también exportaba pistachos, nació en Aintab en “una linda casa de tres pisos” donde estaban “muy bien”, cuenta.

Pero lo bueno terminó el 24 de abril de 1915, cuando el Imperio Otomano hizo detener a centenares de intelectuales, docentes y artistas armenios, fecha simbólica en que se conmemora el genocidio en el que murieron 1,5 millón de armenios, según sus historiadores, lo que Turquía no admite.

Llegó el primer exilio de la familia Beredjiklian -su apellido de soltera-, en el que murió su madre, de la que no tiene recuerdos: “¿Qué vida pude tener sin mi mamá?”, se pregunta 100 años después. Lucin afirma que pese a todo tuvo “un Dios aparte” que la fue salvando a lo largo de la vida: “Siempre hubo gente que ayudó, me arreglé”.

Durante la primera huida a Damasco, intuyendo que algo andaba mal, su padre sobornó a un soldado para que les permitiera bajar del tren en la noche. Se cree que ese tren nunca llegó a destino y terminó en el desierto, donde miles de armenios murieron de hambre y sed.

La familia de Lucin se instaló en Damasco, los tíos partieron a Estados Unidos, pero su padre quiso esperar para regresar a su casa unos años después. Al volver “la casa estaba sin ventanas, todo robado, destruida”, recordó. Había terminado la Primera Guerra Mundial.

Pero en 1920 se desató la guerra de Aintab. Su casa, que quedó del lado armenio, “se llenó de parientes que venían del lado turco”. Tenía seis años. Pasaban hambre, robaban para comer, el padre se enfermó y hubo que volver al exilio. Partieron en un carro grande en el que pusieron unas alfombras debajo de un colchón para el padre enfermo, detalla. En un control, soldados turcos descubrieron que llevaban escondidos unos lingotes de oro. Tras llorar y suplicar debieron entregar la mitad para poder seguir.

Sin tiempo para el miedo:

Llegaron a Alepo, Siria, donde el padre murió dos años más tarde. Uno de sus hermanos, también joyero, se fue para empezar una vida nueva y llegó a Argentina. El resto de la familia, lo fue siguiendo de a uno, pero Lucin se quedó en Siria con su hermana mayor hasta terminar la primaria. A los 16 años emprendió el viaje con otra familia armenia.

Tras pasar por Beirut y Grecia, llegaron a Marsella, Francia, donde por una lastimadura en un ojo no la dejaron subirse al barco. Debió esperar un mes para embarcarse para un largo viaje en tercera clase.

“¡Que se mueran!”, exclama Lucin, cuando se le pregunta sobre los turcos quienes, según ella, “son todos ricos porque nos robaron todo”.

Recordar los dolores reavivan su rechazo pero no transmite temor. Para Lucin, “no quedó tiempo para sentir miedo”. (AFP)


 

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