Los vecinos de mi tía

Por: Antony Sampayo.


Cuando esa pareja se mudó al vecindario de mi pariente originó un revuelo. La chica, rubia, cuerpo de modelo, y unos veinticinco años de edad, era el prototipo soñado por un hombre normal como para tener una aventura extra matrimonial, e incluso matrimonial.

El tipo: alto, asiduo visitante de gimnasios, y de unos treinta, de seguro también era el modelo ideal de las chicas casadas y solteras del sector como para atreverse a arriesgar su seguridad hogareña.

En una de las tantas visitas a mi tía quedé impresionado por el porte de la chica, pero igual, preocupado porque noté que mi esposa quedó sin habla al conocer, a su vez, al tipo, por lo que analicé que la casa de mi tía ya no era un lugar muy seguro para pasar los domingos, no acompañado de mi treintañera mujer. Daba por hecho que mi calva, prominente barriga y los cinco pasos que me separaban del medio siglo de vida nada tenían que hacer frente al espigado vecino si por desdichas del destino este decidía fijar su vista y su esmero en mi compañera.

Pero descubrí que mi esposa también quedó preocupada al percatarse de la apariencia de la vecina, y más cuando se enteró que empecé, a sus espaldas, a visitar con más frecuencia la casa de mi tía, y cuando, contrariada, en varias oportunidades me inquirió por dicho motivo siempre tuve a la mano un buen pretexto. Lo que más la enojaba era que ya no la invitaba a acompañarme, como solía hacer, y para no reconocer el temor que me inspiraba que tarde o temprano ella entablase amistad con el vecino, una amistad que podría derivar en otra cosa, prefería argüir que me parecía notar que mi tía le hacía mala cara. De todas maneras mi esposa no masticaba el anzuelo, y por el contrario, se mantenía vigilante, así que para tranquilizarla manifesté que una muchacha tan atractiva como la vecina de mi tía nunca se fijaría de buenas a primeras en un veterano como yo, pero mi esposa no entendía razones con el argumento de que hoy en día las mujeres no se fijan en la cara sino en el bolsillo, yo contra atacaba señalando que si eso era verdad estaba reconociendo que ella tampoco se fijó en mi cara, a continuación se encogía de hombros y luego me recordaba que entonces yo tenía menos arrugas, menos peso corporal y más cabello, pero que de todas maneras aún me amaba porque ahora me miraba con los ojos del corazón. Siempre terminábamos esas discusiones en la cama, porque analizábamos que al final de cuentas nosotros dándonos mala vida y los vecinos de mi tía tan tranquilos en su casa.

Los vecinos pronto empezaron a tener problemas en el vecindario, o más bien el vecindario con los vecinos; la chica era demasiado celosa, y formó un par de escándalos en dos casas continuas pues supo por boca de su propio esposo que dos mujeres casadas se le insinuaron. Aproveché y dije a mi esposa: “¡Ya viste, no se te ocurra mirar a la cara de ese tipo ni por accidente, porque hasta pollerón es, no tenía nada que contarle a la esposa!”. Ella respondió: “Jamás le he mirado la cara, y no debes de preocuparte, sabes que te quiero mucho”. Sobra decir que sus palabras me colmaron de orgullo, más no de confianza, es bien sabido que al camarón que se duerme se lo lleva el guereguere.

Para colmos al que no quiere caldo se le dan dos platos, a la casa de los vecinos llegó a vivir poco después un viejo amigo de la familia, igual de joven y atlético; otro dolor de cabeza para mi, otra seria amenaza para mi tranquilidad conyugal, ¿por qué mejor no se mudo una chica?

A favor de los vecinos debo agregar que eran muy amables. Todos los fines de semana organizaban parrandas, solo los tres, y acudían de casa en casa, las cercanas, repartiendo bocadillos, y en alguna que otra oportunidad yo, que procuraba no perder detalles, recibí hasta cervezas si me encontraba de visita en casa de mi tía.

Pronto circuló el rumor de que la vecina se la jugaba al marido con su amigo, y es que el tiempo y la circunstancia jugaba a favor de tal aseveración, ambos tipos se desempeñaban como vigilantes y nunca concordaban sus turnos de labores, lo que provocaba que solo uno de los dos durmiera en casa; blanco es y lo pone la paloma, concluían las “malas lenguas”.

Pero una madrugada de un fin de semana un grito femenino que despertó medio vecindario demostró por donde le entraba el agua al pozo. La chica, a la que el sueño y el cansancio vencieron en medio de una de las típicas parrandas que realizaban, se fue al cuarto y dejó a la pareja de amigos departiendo solos en la sala, pero cuando abrió los ojos de pronto en su cama, intrigada por el silencio que reinaba, se levantó de puntillas y los encontró besándose a lo largo del sofá.

El escándalo fue mayúsculo, las mujeres del vecindario no dejaban de expresar los días posteriores, decepcionadas: “¡qué desperdicio!”, y los hombres, aliviados: “¡Eso es para que vean que los tipos bonitos casi siempre salen cafuches!”.

A partir de tal situación los vecinos nos mantuvimos en ascuas, pues en esa casa todo continuó como si no hubiera pasado nada, y otra vez las “malas lenguas” emitieron su opinión: “Parece que la chica aceptó irse de trío”. Pero ella misma nos sacó de dudas, o mejor dicho: sacó de dudas a una amiga que luego nos sacó de dudas a los demás, que le exigió a su esposo echar al amigo de la casa y que luego lo olvidaran todo, pero este no aceptó, y por el contrario, manifestó que si debía elegir quedarse con uno lo haría con su amigo, pues, confesó, era su novio desde mucho antes de conocerla a ella. La vecina nos contó, perdón, lo hizo a su única amiga del sector, que por tal razón a su esposo siempre le dolía la cabeza cuando ella lo requería, y que en los últimos años de convivencia solo aceptaba complacerla a regañadientes cada quince días. La pobre no dejaba de lamentar haberse abstenido de ponerle los cuernos.

La chica solo soportó un mes más y luego se mudó con su mamá. No se llevó un solo trasto. La pareja de ‘amigos’ continua viviendo al lado de mi tía y parrandeando los fines de semana, ya no les importa el qué dirán, y siempre se les ve tomados de las manos y besándose en la terraza de la casa, son populares en nuestro barrio.


 

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