Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – En los años 70, siendo un periodista joven, cubrí la Comisión Interestatal de Comercio (ICC, por sus siglas en inglés). Creada en 1887, la ICC regulaba los ferrocarriles de la nación y buscaba proteger al público contra las tarifas de carga abusivas. El Congreso desreguló los ferrocarriles en 1980 y finalmente abolió la ICC. El veredicto era que el organismo había debilitado tanto la industria que podría ser necesaria una toma de control del gobierno. La desregulación era una alternativa desesperada a la nacionalización.
Menciono todo esto porque hay paralelos obvios entre la actual Internet y los ferrocarriles de fines del siglo XIX. Como los ferrocarriles entonces, la actual Internet es la gran tecnología de la época. Como los ferrocarriles entonces, las empresas de Internet inspiran respeto y terror. Y ahora hay otro paralelo: el recurrir a la regulación.
Recientemente, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) votó 3-2 por adoptar una propuesta que asegure la “neutralidad de la Red”. Las nuevas reglas promueven una Internet “rápida, justa y abierta”, expresa el presidente de la FCC, Tom Wheeler. Como eslogan, la neutralidad de la Red es estupendo. ¿Quién podría oponerse a eso? La velocidad es buena, y casi nadie quiere que Internet favorezca a algunos usuarios y penalice a otros.
Seamos escépticos. Las nuevas reglas de la FCC debilitan —o revierten— décadas de regulaciones mínimas, durante las cuales Internet floreció. Generalmente, las regulaciones tiene efectos secundarios adversos no-intencionales. Eso ocurrió con los ferrocarriles y podría ocurrir con Internet.
Los ferrocarriles necesitaban de la aprobación de la ICC para casi todo: tarifas, fusiones, abandono de ramales poco utilizados. Los consignadores se opusieron a cambios que pudieran aumentar los costos. Los ferrocarriles lucharon para competir con camiones y barcazas. En 1970, el masivo ferrocarril Penn Central —que servía al Nordeste—quebró y fue tomado finalmente por el gobierno. Otros podrían haberle seguido.
La siguiente desregularización tuvo un brillante éxito, como demostró el economista Clifford Winston. Tanto los costos como las tarifas de envío de cargas bajaron. Los ferrocarriles se deshicieron de las líneas no rentables y ofrecieron paquetes de precios que recompensaban a los consignatarios por envíos en volumen. Hubo fusiones, de las que resultaron cuatro empresas importantes. Las ganancias crecieron. La industria se jacta de haber gastado 575.000 millones de dólares desde 1980, para mejorar la red ferroviaria.
Pasemos ahora a Internet. No está claro qué es lo que justifica nuevas regulaciones. El plan de la FCC prohíbe a empresas como Verizon y Comcast —Proveedores de Servicios de Internet (ISPs, por sus siglas en inglés)— bloquear toda conexión con Internet. Pero nunca hubo apoyo para ese tipo de censura, y el comunicado de prensa del organismo no contiene pruebas de que esté generalizada. “Es para desviar la atención”, dice el economista de la Brookings Institution, Robert Litan.
La cuestión real es quién paga las nuevas inversiones en Internet. ¿Quieren los grandes usuarios que Netflix y Facebook carguen con parte de los costos o se los deja a los ISPs -que los pasan a las cuentas mensuales de las familias? Por ejemplo: En 2014, Netflix acordó pagar a Comcast por un streaming más fluido de sus videos. La pregunta abierta es si la FCC permitirá esos pagos por interconexión y, si lo hace, en qué nivel. Pero la FCC ha debilitado la posición de negociación de los ISPs al requerir que acepten a todo el mundo.
Observen las consecuencias: Si Netflix no paga sus costos completos, algún otro lo hará. En la práctica, podría producirse una forma de subsidios masivos. La neutralidad de la Red, que se promueve como para proteger al “vulnerable” podría hacer lo opuesto.
Por el momento, la mayoría de la FCC promete no adoptar regulaciones de precios “al estilo de los servicios” (en efecto: limitando las ganancias), lo que -admite- desalentaría las inversiones en capacidad agregada de Internet. En cambio, Wheeler promete una regulación “liviana”. Pero esa promesa se mantendrá sólo hasta que otra FCC futura la cambie. Si las cuentas típicas de telecomunicaciones aumentan, las presiones políticas para regulaciones de tarifas en gran escala sin duda se intensificarán.
Lo que también es incoherente con la regulación “liviana” es “una regla de conducta general que”, como lo describe Wheeler, “pueda usarse para detener nuevas y novedosas amenazas a Internet.” Traducción: Todo el que tenga una queja sobre Internet puede pedir reparación. Aunque la FCC no está obligada a cumplir, eso crea una enorme incertidumbre.
Internet presenta muchos problemas genuinos, comenzando por la seguridad cibernética; la neutralidad de la Red no es uno de ellos. Es una oportunidad para imponer más regulaciones que, como nos advierte el ejemplo de los ferrocarriles, amenazan con imponer una carga lenta y creciente para la vitalidad de Internet.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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