Participar de un baile descoordinado dentro de su caja de acero privada, deteriora la calidad de vida de los barranquilleros.
Por: Lorenzo Zanello
El hito de masificar el automóvil, alcanzado por Henry Ford con su Modelo T, tiene hoy efectos sociales que su creador difícilmente pudo anticipar a inicios del s. XX. La cotidianidad actual en los centros urbanos está condicionada de forma transversal por cómo se mueven sus ciudadanos; y así como muchos aspectos de la vida en grupo está marcada por la dualidad entre los intereses particulares y colectivos.
Mientras que individuo prioriza comodidad y quiere ser capaz de moverse sin problemas, la sociedad en su conjunto demanda un transporte sostenible, teniendo en consideración su rapidez, seguridad y practicidad.
De acuerdo a la Secretaria de Movilidad, en Barranquilla hay un parque automotor activo de 147.388 unidades, reflejando un crecimiento anualizado del 7,4%(*). Este aumento está explicado por la dinámica de vehículos particulares, que llegan a representar el 82,1% del total, como resultado de la facilidad en las condiciones para hacerse propietario de un vehículo.
Lo anterior evidenció el retraso en la malla vial de la ciudad, lo que terminó por colapsar la movilidad. Aquellos años en los que moverse por “La Arenosa” era una aventura de pintorescas anécdotas, por las costumbres al volante que nos caracterizan, han sido reemplazados por el estrés de tener que conmutar por Barranquilla a paso lento e interrumpido.
La movilidad es neurálgica para el funcionamiento de la ciudad, y participar de este baile descoordinado dentro de su caja de acero privada, deteriora la calidad de vida de los barranquilleros.
Desde un abordaje sociológico, esto es el resultado de una sociedad que le da más valor a los intereses particulares, como la comodidad y propiedad privada, que a los intereses del colectivo en relación a una movilidad más eficiente. Lo anterior ha generado una ciudad incómoda para moverse, cuyo potencial se ve obstaculizado por esta situación.
Pero hay forma de solucionarlo. La empresa japonesa Hitachi, referente mundial en temas de ciudades inteligentes, plantea 3 tipos de controles para la congestión vehicular:
- (1) Limitar la demanda, lo cual implica reducir el número de vehículos que transitan por la ciudad. Un ejemplo sería el “pico y placa”, el problema radica en que es una medida regresiva, pues aquellos con mayores recursos compran nuevos vehículos con otra numeración, limitando la eficacia de la política.
- (2) Aumentar la oferta de la malla vial, lo cual en una ciudad como Barranquilla, limitada en espacio y con un ordenamiento territorial cuestionable históricamente, no es recomendable pues implicaría una alta inversión y el diferencial no sería de gran significancia.
- (3) Mejorar la interacción de demanda y oferta, quizás esta es la más adecuada para Barranquilla, pero demanda una capacidad logística que hoy las autoridades distritales no evidencian.
Los primeros pasos para avanzar en este tercer tipo de medidas es regular el transporte público eficientemente, introduciendo medidas como el sistema de “caja única” para evitar la “guerra del centavo”, emprender un proceso de modernización de los buses para dotarlos de aire acondicionado e integrarlo a un Transmetro más grande e introducir finalmente el taxímetro.
El gran reto para la Alcaldía es hacer que al particular le resulte más conveniente moverse de forma colectiva que individual.
Reflexión final: De acuerdo con algunos sociólogos el carro particular es uno de los primeros espacios de privacidad cuando se llega a la adultez; y quizás hoy, en este mundo caótico, se ha convertido en el último espacio individual en detrimento de la armonía colectiva.
(*) Cifras a Septiembre 30 de 2014.
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