Las japonesas se lanzan a la arena del sumo, un deporte tradicionalmente masculino

Con 19 años y 60 kilos, Sayaka Matsuo, se lanza a la arena y mira sin miedo al “sumotori” que tiene enfrente, un luchador que la dobla en peso y tamaño, ilustrando la creciente presencia de las mujeres en este deporte tradicionalmente masculino.

Tras recibir un masaje en el cuello y los hombros, se sitúa en posición de combate, con su “mawashi” (cinturón de tela) atado a las bragas de lycra, antes de lanzarse contra su adversario masculino.

AFP PHOTO / TOSHIFUMI KITAMURA

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Aprovechando la enorme diferencia de peso, Matsuo se apoya contra su rival y logra empujarle con determinación a través de toda la arena. “Lo más duro es la colisión inicial. Duele, es fácil lesionarse. Pero con la práctica, te haces más fuerte”, explica la joven a la AFP. Para ella, se trata de una pasión que le viene de familia: su padre fue sumotori profesional. Con 5 años, se inició en las técnicas del combate y ahora forma parte del restringido círculo de las mujeres que practican sumo en Japón.

Vetadas de la arena sagrada

Se trata de una pequeña revolución para un deporte que nació hace 2.000 años como parte integrante de los rituales del sintoísmo, una religión animista de Japón. La tradición prohíbe a las mujeres pisar la tierra sagrada de la arena de Kokugikan en Tokio, donde se llevan a cabo las competiciones oficiales.

Pero desde 1997, pueden participar en las competiciones amateur internacionales. Y mientras no entren en el sumo tradicional, la Federación nacional acepta gustosa llevar la liga amateur al rango de disciplina olímpica, con distintas categorías de peso y combates para los dos sexos. “Cuando pensamos en el sumo, la imagen dominante es la de un deporte reservado a hombres obesos. Hay que cambiar eso, mostrar al mundo que las mujeres también pueden practicarlo y apreciarlo”, dice Toshiaki Hirahara, entrenador del club de sumo de la prestigiosa Tokyo University.

Entre los dos sexos hay diferencias. Mientras los grandes campeones ingieren una ración de 20.000 calorías diarias, las japonesas no ven ninguna necesidad de sobrecargar su régimen alimentario. “Pretendo mantenerme en la categoría de menos de 65 kilos, así que intento comer equilibradamente”, dice Matsuo.

Ana Fujita, de 21 años y entusiasta luchadora de sumo desde hace dos, vigila también su línea por razones prácticas: “Si engordo más, deberé combatir con chicas de más de cien kilos”, explica.

‘Cambiar la mentalidad’

Para la institución deportiva, la apertura a los amateurs y a las mujeres también es una forma de rescatar la imagen de disciplina asociada al sumo, que se ha visto desbaratada tras una sucesión de escándalos por combates amañados, apuestas ilegales y acoso, -como el caso en 2007 de la muerte a golpes de un joven luchador a manos de sus propios compañeros- y enturbiada por las sospechas de conexión con la yakuza (la mafia japonesa).

Asimismo es una forma de ampliar la cantera de nuevos talentos, en un momento en que los incondicionales del sumo ven cómo dominan en él los luchadores extranjeros, llegados en los años noventa al archipiélago. En la actualidad, los tres únicos “yokozuna” (el rango más elevado que puede alcanzar un sumotori) son mongoles.

Pero la feminización de este deporte milenario sigue siendo limitada: en las escuelas primarias, en las competiciones junior suele haber una sola chica por cada 300 chicos, según la Federación Japonesa de Sumo.

Ante todo, es la aceptación social la que avanza más despacio: “Borrar las diferencias entre hombres y mujeres es difícil. Hay que cambiar las mentalidades en Japón, afirma Ana Fujita.  (AFP)


 

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