Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – El salario mínimo -por largo tiempo relegado en la guerra contra la pobreza y la desigualdad- está de nuevo en juego. Los Ángeles acaba de decretar que para 2020 el salario mínimo de la ciudad debe subir a $15 por hora, un aumento de 67 por ciento con respecto al mínimo de $9 de California. Previamente, San Francisco y Seattle habían aprobado $15. Pese a que probablemente el salario federal mínimo de $7.25 no aumente muy pronto, otros lugares están considerando aumentos altos.
La estampida en salarios mínimos locales parece tener base tanto en la noción de buena política como de buena economía. Se aboga por los pobres. Millones de trabajadores de bajo salario verían aumentos altos en el pago que llevan a su hogar. Eso es buena política. En cuanto a economía, la lógica popular ha sido derrocada. Hace un tiempo se creía generalmente que las empresas reaccionarían a salarios mínimos con recortes de empleos. Pero las investigaciones de expertos concluyen -con algo de disentimiento- que aumentos recientes castigaron poco al empleo.
En el libro de 2014 “What Does the Minimum Wage Do?” (¿Qué ocasiona el salario mínimo?), el economista Dale Belman de Michigan State University y Paul Wolfson de Darmouth College revisan más de 200 estudios sobre salario mínimo. La mayoría de los aumentos “tuvieron poco o nada de efecto sobre el empleo o las horas”. Los salarios mínimos más altos parecen ser una elección fácil. Podemos incrementar la paga de trabajadores de bajos ingresos sin eliminar sus empleos.
Bueno, quizás no.
Hay dos advertencias. La primera involucra el tamaño del aumento propuesto. Como señalan Bleman y Wolfson, la mayoría de los aumentos de salario mínimo desde la década de 1960 han sido “moderados”. Han sido infrecuentes y en un rango de 10 a 15 por ciento, dice Wolfson en una entrevista. Los rápidos aumentos que se abogan ahora empequeñecen esto, como lo demuestra Los Ángeles. “Nuestra sospecha es que grandes aumentos podrían desatar… desempleo”, escriben Belman y Wolfson en su estudio.
Podría decirse que lo que ha limitado la pérdida de empleos es que, con el tiempo, el salario mínimo ha perdido terreno con respecto a la inflación y los salarios de clase media. Si se ajusta por inflación, el salario federal mínimo de $7.25 es solo 76 por ciento del mínimo en 1968, señala el Instituto de Políticas Económicas (EPI, por sus siglas en inglés), un grupo de investigación y defensa de tendencia de izquierda. Precisamente esta erosión de valor es lo que buscan revertir los liberales y los gremios.
EPI insta a que el salario federal mínimo sea de $12 en 2020, lo que (se estima) valdría, después de considerar la inflación, 111 por ciento del poder de compra mínimo de 1968. Habría más trabajadores cubiertos por el mínimo que ahora -y correrían un riesgo mayor de perder su empleo. En 2020, el salario federal mínimo de $12 cubriría 23 por ciento de los trabajadores, un 4 por ciento más que hoy, señala EPI.
Incluso algunos partidarios de salarios mínimos más altos temen que aumentos grandes cuesten empleos de bajo salario. Kevin Drum es un bloguero bien conocido por su revista de izquierda Mother Jones. Vive en el sur de California y, si bien es partidario del salario mínimo más alto en Los Ángeles, sospecha que $15 es demasiado alto. Algo más realista hubiera sido $10 o $12. En una publicación de su blog, especula sobre la posible pérdida de empleos.
La mayoría de los restaurantes estaría a salvo porque las personas “necesitan comer en Los Ángeles”. Pero los salarios más altos “aumentarían el incentivo para que los lugares de comida rápida se automaticen”. Los fabricantes de vestimentas de bajo costo, en los que los empleos podrían eliminarse o mudarse a condados vecinos donde (se presume que) el salario mínimo permanecería más bajo, serían más vulnerables. Los hoteles podrían “fácilmente volverse menos competitivos para convenciones empresariales y terminarían recortando empleos”.
La segunda advertencia es que es posible que a los estudios sobre salario mínimo no consideren los efectos de largo plazo. Estos estudios típicamente evalúan si las compañías eliminan trabajos inmediatamente después de un aumento del salario mínimo estatal o local. ¿Pero qué pasaría si los efectos son retardados? ¿Qué pasaría si una compañía que podría haberse creado cinco o seis años más tarde es cancelada porque los posibles dueños juzgan que los costos laborales son demasiado altos? ¿O qué pasaría si una empresa que sobrevivió al aumento original sucumbe de a poco a los altos costos y cierra cinco años más tarde?
Quizás lo averiguaremos. Estos aumentos crean, según Drum, “una gran serie de experimentos que permitirán ver qué sucede cuando se aumenta mucho el salario mínimo”. Para los economistas que estudian el salario mínimo es una bonanza.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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