Es un buen año para la árnica. En el macizo de los Vosgos, en Francia, los recolectores de esta flor amarilla codiciada por los laboratorios farmacéuticos por sus propiedades antiinflamatorias siguen a rajatabla el reglamento de recogida en estado salvaje.
“¡El tiempo ideal para la recogida!”, exclama Jean-François Messey, responsable de un equipo de ocho personas, en las pendientes del Markstein, en el Parque Natural Regional de los Balones de los Vosgos.
El laboratorio Boiron, líder mundial de homeopatía, le encargó este año 2,5 toneladas. Él espera recoger entre 5 y 6 toneladas de flores. La recogida de esta margarita de pétalos amarillos suele comenzar en julio pero este año se ha adelantado. Las nevadas invernales y las lluvias primaverales hicieron que floreciera antes. “Un buen año, la árnica representa un tercio de mi volumen de negocio”, afirma Messey, de 62 años. La tonelada de flores vale unos 10.000 euros.
Con un sombrero de paja y botas de goma, el hombre se encorva, agarra el tallo, lo gira con cuidado y lo arranca de golpe. La recogida dura tan sólo unos días. Colocan las flores sobre una lona de plástico y después en una red.
“La planta evoluciona rápido. Una vez recogida la flor sigue madurando y los granos aumentan”, recalca Sylvie Lemuid, de 56 años, recolectora desde 1990.
Para preservar la calidad de las flores, los sacos se transportan en un camión frigorífico hasta el laboratorio farmacéutico en la región de Lyon (centro este) donde la someten a controles y transforman en cápsulas, gel o crema.
“No la recolectamos por placer – la espalda y las manos sufren- sino por la belleza de los paisajes y para tomar el aire”, cuenta Cédric Ramber, de 35 años. Y cuidado con el sol, las garrapatas y las reacciones químicas de la flor.
“Es una planta rica en aceite, lo que puede provocar dolor de cabeza y quemaduras en la piel”, explica Sylvie Lemuid.
La árnica montana – la única especie inscrita en la farmacopea europea- abunda en los Altos Vosgos. “La flor necesita agua, sol, tierras ácidas y un hongo”, resume Messey que recoge desde hace 30 años entre 500 y 600 plantas diferentes para varios clientes.
Preservación:
La planta es víctima de su éxito. El Markstein “se transforma en un campo de tréboles, cada año la superficie se reduce”, se queja un recolector que pide mantener el anonimato.
“El primer día éramos 57 recolectores en una superficie reducida… Necesariamente habrá un impacto”, añade, anticipando una caída de la cosecha.
La flor amarilla sufre por los métodos de cultivo destinados a aumentar la producción de las granjas de la zona. Los campesinos echan cal al suelo para alimentar los campos de forraje para el ganado, lo cual destruye el sistema subterráneo.
“La árnica está presente gracias al pasto. Sin los rebaños no habría más que bosque”, matiza Clément Urion, que la recoge para su explotación agrícola y para clientes. Según él, la convención para proteger la especie, creada en 2007, “permitió establecer normas y comprender los intereses de cada cual”.
Esta convención, firmada por el parque natural regional de los Balones de los Vosgos, ayuntamientos, laboratorios y recolectores, reglamenta las prácticas agrícolas y la cosecha.
El equipo del laboratorio Boiron había llenado varios sacos de árnica cuando unos guardias a caballo se acercaron a él. Cada recolector les muestra la tarjeta expedida por las autoridades. Un recolector en una zona prohibida queda “excluido inmediatamente junto con su equipo” y puede perder la autorización del año que viene, advierte Pascal Haubensack, de la brigada verde.
En 120 hectáreas se pueden recoger hasta 11 toneladas de flores. Este año ronda las nueve.
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One Response to "La recogida de la árnica, el oro amarillo de las montañas"
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