La presión real sobre la clase media

Por: Robert J. Samuelson. 

WASHINGTON – Dada la obsesión con la desigualdad económica, se podría pensar que es la fuerza principal que desplaza a la clase media. Pero no lo es. Esta información no proviene de un grupo de investigaciones de derecha, sino de los más altos economistas del presidente Obama. El principal culpable, demuestran, es el lento crecimiento de la productividad —ese caótico proceso por el cual la economía mejora su eficiencia y el estándar de vida. La mayor desigualdad es una segunda causa distante, que ataca los ingresos de la clase media.

Ésa es la conclusión del informe anual del Consejo de Asesores Económicos (CEA, por sus siglas en inglés) de la Casa Blanca. El CEA realizó un fascinante ejercicio de “qué pasaría si”. Supongamos que las tendencias más favorables posteriores a la Segunda Guerra Mundial hubieran continuado, dijo. Específicamente: Que la productividad hubiera mantenido el rápido crecimiento de los años 50 y 60; que la desigualdad se hubiera mantenido a niveles bajos y que la participación en la fuerza laboral no hubiera disminuido.

¿Qué hubiera sucedido entonces con los ingresos de la clase media?

Respuesta: Se habrían duplicado. Los ingresos de la familia media estarían entre 50.000 y 100.000 dólares después de la inflación. El mayor aumento, alrededor de 30.000 dólares, provendría de un crecimiento más rápido de la productividad. La menor desigualdad económica daría cuenta de 9.000 dólares y la mayor participación en la fuerza laboral —más trabajadores— de 3.000 dólares. (Sí, eso suma sólo 42.000 dólares; el resto es un reflejo de la interacción favorable de estas tendencias.)

Los motivos por los que esos avances no se produjeron representan la principal historia económica de nuestra época. La CEA no ofrece una teoría integral. Divide, meramente, la época posterior a la guerra en sub-períodos sobre la base de los cambios en el desempeño económico. Por ejemplo, los años de 1948 a 1973, se designan como “Los años del crecimiento compartido”, porque la economía creció con velocidad y los beneficios fueron distribuidos ampliamente.

Yo modificaría levemente el enfoque de la CEA. He aquí cómo caracterizaría yo las diferentes fases de la economía posterior a la guerra.

El auge posterior a la guerra, 1945-64: No se esperaba. Los recuerdos de la década de 1930 aún eran vívidos. Una encuesta de Gallup en 1946 halló que el 60 por ciento de los norteamericanos temía una depresión en esa década. Pero las condiciones subyacentes favorecieron la expansión. Había una enorme demanda acumulada de productos para el consumidor como resultado del poco gasto incurrido durante la Depresión y la guerra; también, un atraso en la explotación de nuevas tecnologías (televisión, fibras sintéticas, aire acondicionado, viajes por jet); y poca deuda familiar. La suburbanización entró en pleno apogeo. Como señala el CEA, los aumentos de los ingresos se compartieron ampliamente.

La gran inflación, 1963-1982: No nos conformamos con que todo anduviera bastante bien. Los economistas afirmaron que con medidas hábiles podríamos mantener la economía cerca del “pleno empleo” (definido como una tasa de desempleo del 4 por ciento). Pero les salió el tiro por la culata. La inflación —que en 1960 prácticamente no existía— llegó a un 6 por ciento en 1969 y a un 13 por ciento en 1979. Eso condujo a cuatro recesiones (1969, 1973, 1980 y 1981). Como nadie parecía capaz de frenar la inflación, la población perdió su fe en sus dirigentes nacionales. La creciente competencia extranjera profundizó el pesimismo.

La gran moderación, 1983-2007: Un período de dinero brutalmente apretado, diseñado por el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, aplastó la psicología inflacionaria e inició un auge de 25 años. Hubo sólo dos recesiones suaves (1990, 2001). A medida que la inflación cayó, también cayeron las tasas de interés; y cuando las tasas de interés cayeron, los precios de las acciones y de la vivienda crecieron. La gente gastó dinero o pidió préstamos contra la riqueza nueva. La tasa personal de ahorro cayó de un 10,6 por ciento de los ingresos disponibles en 1980, a un 2,5 por ciento en 2005.

El gran susto, 2008–¿???: La confianza excesiva durante el auge se volvió autodestructiva. La gente obtuvo préstamos excesivos; las entidades crediticias otorgaron préstamos excesivos. Lo más aterrador de la siguiente crisis fue que según la economía moderna y las regulaciones financieras era imposible que ocurriera. El hecho de que tuviera lugar de todas maneras, causó una cautela extra en los consumidores y los gerentes de empresas. Ahora se protegen contra riesgos conocidos y desconocidos. Seguimos bajo el control del “gran susto”, aunque quizás se esté aflojando un poco.

Lo que esta historia nos enseña es que tenemos menos control sobre nuestro destino económico de lo que a menudo se supone. En cada momento de la cronología, la población —incluyendo a los “expertos”— no pronosticó el gran cambio siguiente. A principios de los años 60, no anticipó la inflación alta; a fines de la década de 1970, no esperó su supresión. A ese respecto, la sorpresa de la crisis financiera 2008-9 fue típica.

La misma ignorancia inhibe lo que podemos hacer para la clase media. El gobierno —también conocido como los políticos— puede encarar algunos deseos de la clase media redistribuyendo los ingresos de los ricos por medio de exenciones fiscales y subsidios. Pero ese enfoque tiene sus límites y no meramente porque los ricos se resistirán.

Recuerden, tal como concluyó el CEA, la desigualdad no es la principal causa de los ingresos moderados de la clase media. La causa es la productividad deficiente. Siempre existen las soluciones retóricas: más gastos de infraestructura; escuelas mejores; impuestos más simples; más investigaciones. Aunque algunas de esas políticas podrían ser deseables, no hay garantía de que vayan a mejorar la productividad. Es difícil influir en la productividad porque depende de muchos factores (administración y trabajadores, conducta de los mercados, políticas gubernamentales y más).

Simplemente no sabemos cómo orquestar aumentos de productividad predecibles. Si fuera fácil, ya lo hubiéramos hecho. Salvar la clase media, aunque es una consigna popular, se ve afectada por la realidad económica. Nuestras ambiciones a menudo exceden nuestro poder.


 

© 2015, The Washington Post Writers Group


 

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