Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – En una fascinante charla reciente, Jason Furman—economista en jefe de la Casa Blanca—hizo un intento por resolver el gran enigma de la deslucida recuperación económica: las débiles inversiones de las empresas. La explicación adquiere una urgencia adicional tras el último y decepcionante informe sobre el desempleo. Aunque la tasa de desempleo de septiembre siguió en un 5,1 por ciento, el número de nuevos puestos de trabajo en la nómina fue sólo de 142.000, mucho menos de lo esperado. La pieza faltante para lograr una recuperación fuerte son inversiones vigorosas.
Por supuesto, las empresas no han dejado de invertir totalmente. En 2014, gastaron 2,2 billones de dólares en edificios, equipos (computadoras, maquinaria, camiones) software e investigaciones, estima el economista Michael Mandel, del Progressive Policy Institute, un centro de investigaciones de tendencia izquierdista. En 2014, AT&T fue líder en inversiones en Estados Unidos, con 21.200 millones de dólares, seguida por Verizon, con 16.000 millones de dólares y Exxon Mobil, con 12.400 millones de dólares.
Pero los gastos representan una reducción de lo que—según tendencias pasadas—podría esperarse. Según cálculos de Furman, las inversiones empresariales anuales estuvieron unos 400.000 millones de dólares por debajo de lo que la historia sugiere que deberían ser. (Furman consideró que la brecha representa un 2,3 por ciento del producto bruto interno, o PBI. Con un PBI—la economía—cerca de los 18 billones de dólares, esa cifra equivale a 400.000 millones de dólares.)
Si hubiera inversiones más enérgicas casi con seguridad los puestos de trabajo aumentarían y, posiblemente, habría jornales más altos. Y lo que es igualmente importante, las inversiones en nuevos equipos y nuevas tecnologías estimularían la productividad, que es esencial para obtener un estándar de vida más alto. Las inversiones débiles implican avances más débiles en el estándar de vida. Coherente con eso, el crecimiento anual de la productividad de la mano de obra promedió sólo un 0,4 por ciento entre 2011 y 2014. Esa cifra está muy por debajo del promedio posterior a la Segunda Guerra Mundial, de alrededor de un 2 por ciento.
Así pues, ¿qué obstaculiza las inversiones de las empresas?
Una teoría es que las políticas del gobierno de Obama—digamos, la Ley de Asistencia Médica Asequible—desalentaron las inversiones, creando incertidumbre y alimentando un clima anti-empresas. Esa idea parece cuestionable, porque la falta de inversiones afecta a la mayoría de las economías avanzadas. Comparadas con proyecciones anteriores a la crisis financiera de 2008-9, las inversiones de las empresas cayeron un 16 por ciento en Estados Unidos, un 15 por ciento en Reino Unido, un 20 por ciento en Japón y un 11 por ciento en los países ricos de la zona del euro, informó Furman.
Cualesquiera sean los defectos de las políticas de Obama, es difícil echarles la culpa de una caída de inversiones global. En verdad, Furman señaló, las ganancias de las empresas fueron fuertes en años recientes. Pero en lugar de invertir, las empresas canalizaron gran parte de sus flujos en efectivo hacia los accionistas por medio de dividendos más altos y recompra de acciones.
Otra teoría es que la economía experimentó un viraje “estructural”: Las empresas tecnológicas de hoy en día (pensemos en Facebook) requieren menos inversiones que sus predecesoras de la industria pesada (U.S. Steel). Furman es escéptico. Es cierto, las necesidades de inversión de muchas empresas tecnológicas—cita a Snapchat y WhatsApp—son modestas. Pero los consumidores utilizan esas aplicaciones tecnológicas “por medio de las inversiones a menudo grandes en redes de cable e inalámbricas realizadas por los proveedores de servicios de Internet.” Los gastos masivos de capital de AT&T y Verizon dan fe de ese hecho.
Lo que en última instancia explica la ralentización en las inversiones, sostiene Furman, es la economía de crecimiento lento. En muchas industrias, la capacidad es amplia para satisfacer una demanda moderada. Si la economía creciera con mayor celeridad, dice Furman, las empresas invertirían más. No es de sorprender que esta explicación apoye la propuesta de la Casa Blanca de aumentar el crecimiento económico elevando los actuales límites en los gastos federales.
Puede ser cierto, pero ese argumento es circular: Una economía más fuerte incentivaría las inversiones; pero un motivo por el que la economía está débil son las inversiones débiles. La cuestión fundamental es la siguiente: ¿Por qué las inversiones se han desviado tan marcadamente de las tendencias de posguerra, incluso ante ganancias notables? La respuesta podría yacer en algo que Furman apenas considera: el legado de la Gran Recesión.
Se podría sostener que ese legado cambió la conducta empresarial, porque las compañías—es decir los que las administran—se vieron sorprendidos cuando se produjo, y por la severidad con que se produjo. Desde entonces, se volvieron más cautelosos y desarrollaron una aversión al riesgo. Sólo aprueban proyectos que, comparados con los años anteriores a la crisis, tienen tasas más altas de rendimiento y menos incertidumbre.
Eso es coherente con ganancias fuertes a pesar de una recuperación débil. También ayuda a explicar por qué la caída en las inversiones es global—después de todo, la crisis financiera y la Gran Recesión son globales. Y ayuda a explicar por qué la caída en las inversiones ha sido tan difícil de curar: Sus orígenes yacen en el cambio de actitudes, que son difíciles de revertir.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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