La maldición del dólar

Por: Robert J. Samuelson.

WASHINGTON – Se lo ha llamado “privilegio exorbitante”; también podría definírselo como “la maldición indestructible”. Los norteamericanos están orgullosos de que el dólar —su moneda— sea también la moneda dominante en el mundo. Pero ese mismo papel global también ayuda a explicar algunas de las principales quejas de los norteamericanos sobre la economía mundial: por qué tenemos constantemente un déficit comercial considerable; y por qué los fabricantes norteamericanos a menudo están en desventaja en cuanto a los precios con competidores extranjeros.

No se trata de que las otras monedas (principalmente el euro y el yen) no desempeñen un papel global. También se las utiliza para pagar importaciones y para préstamos trans-fronterizos. El dólar simplemente los eclipsa. Los dólares constituyen el 63 por ciento de las reservas de divisas extranjeras de los países, casi el triple de la siguiente moneda en la lista, el euro (22 por ciento), expresa el Fondo Monetario Internacional.

En parte, el papel del dólar refleja inercia. Después de la Segunda Guerra Mundial, con gran parte de Europa y Asia en ruinas, la moneda norteamericana dominó por no tener rivales. Más tarde, el dólar se benefició por la riqueza de los Estados Unidos y su sistema legal. Se considera que Estados Unidos es puerto seguro, dice el economista Eswar Prasad en su libro “The Dollar Trap”. Los extranjeros pueden invertir sus dólares en los grandes mercados de acciones y bonos. Y “el gobierno de derecho está firmemente establecido. … Los inversores extranjeros [saben] que serán tratados justamente si invierten en Estados Unidos,” escribe.

Valery Giscard d’Estaing, el ministro de finanzas y más tarde presidente de Francia, fue el que denominó el papel del dólar como de “exorbitante privilegio”. Con esa frase quiso decir que Estados Unidos podía pagar importaciones simplemente imprimiendo más dinero. Otros países necesitan exportar para ganar las divisas extranjeras (en su mayoría dólares) necesarias para pagar las importaciones. Existe una calidad de “algo por nada” en la posición del dólar que —paradójicamente— también alimenta el descontento con la globalización.

Lo que más irrita a los norteamericanos es que los demás países, al manipular sus monedas, den a sus exportaciones una ventaja injusta con respecto a sus rivales. En diversos momentos, China, Japón, Corea del Norte y Taiwan, fueron acusados de manipular su moneda. “Nuestras exportaciones fabricadas en Estados Unidos son más caras, mientras que las exportaciones de nuestros competidores que entran en nuestro país son más baratas,” dice el senador Rob Portman, republicanos por Ohio, que quiere que el gobierno de Obama negocie estrictas prohibiciones contra la manipulación en conversaciones sobre el Acuerdo Estratégico Trans-pacífico de Asociación Económica (TPP).

Hay dos problemas. El primero es que el peor de los abusos podría haber acabado. Desde 2005, China permitió que el yuan se apreciara un 33 por ciento. El Wall Street Journal reportó recientemente que el Fondo Monetario Internacional piensa que el yuan está “valuado justamente”. Los funcionarios norteamericanos no piensan lo mismo, pero toda sub-valuación parece haberse reducido. En cuanto a las recientes depreciaciones del yen y del euro, son reflejo de políticas de expansión monetaria del Banco Central Europeo y del Banco de Japón. Casi nadie piensa que se pueda retirar esa flexibilidad. La última vez que Japón intervino directamente en los mercados de cambio extranjeros fue en 2011, informa el personal de Portman.

El segundo problema es que la manipulación no es la única fuente de presión del dólar. La receta de los manuales para curar el déficit comercial es mediante ventas de divisas y compras en mercados de cambio extranjeros. El país con el déficit ve que su moneda se vende; la depreciación resultante hace que sus exportaciones sean más baratas y sus importaciones más caras. Lo opuesto ocurre en los países con excedentes. Pero para el dólar, ese ajuste es incompleto. Operadores globales, inversores y bancos centrales no venden todos su dólares excedentes. El resultado es que el dólar sigue estando más alto de lo que estaría. La creciente demanda de dólares para inversiones globales intensifica esta tendencia ascendente, como señala Prasad.

Desde 1976, Estados Unidos no ha tenido un excedente comercial anual. Es difícil creer que todos esos déficits reflejen una pobre competitividad de los Estados Unidos. En realidad, nuestros déficits proveen al mundo de una moneda para conducir su comercio e inversiones internacionales. Lo que es positivo para la economía global (y también para los norteamericanos) es negativo para los fabricantes norteamericanos y sus trabajadores, cuyos productos sufren una permanente desventaja en los precios. Para ellos, el dólar global no es un privilegio. Es una obcecada maldición.


© 2015, The Washington Post Writers Group


 

Debes loguearte para poder agregar comentarios ingresa ahora