Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – La Reserva Federal está en una encrucijada y no sabe dónde va. Tras mantener las tasas de interés de corto plazo casi a cero durante seis años, los funcionarios de la Fed, guiados por Janet Yellen, están preparados para elevarlas -pero no han dicho cuándo, en qué medida ni con qué consecuencias.
Las tasas de interés a corto plazo más altas podrían causar disturbios en los mercados de valores y bonos, mientras los inversores se adaptaran a un crédito más apretado. Pero también es posible que la reacción fuera atenuada. La Fed controla principalmente las tasas a corto plazo y la relación entre esas tasas y las hipotecas para viviendas a largo plazo y los bonos es distante. Éstas últimas son más importantes para la economía y quizás apenas se modifiquen. En la jerga económica la “curva de rendimiento” –la brecha entre las tasas a corto y largo plazo– se aplanaría.
¿Ocurriría eso? No lo sabemos.
Había una época en la que nos sentíamos más seguros. No prestábamos atención al detalle, porque los expertos tenían el asunto en sus manos. Durante la época de Alan Greenspan (1987-2006), se consideraba a la Fed como Superman. Sus cambios quirúrgicos en la “tasa de los fondos federales” parecían estabilizar la economía: Las expansiones eran largas, las recesiones, pocas y suaves. (La tasa de los fondos es la tasa a la que los bancos se prestan dinero mutuamente por un día–y es la tasa principal que manipula la Fed.) Ahora la Fed a menudo parece un alfeñique de 200 libras.
Es cierto que podría decirse que durante la crisis financiera 2008-9, la Fed evitó otra Gran Depresión. Proporcionó crédito cuando las aterradas entidades crediticias privadas no lo hicieron. Desde entonces, ha tenido menos éxito. Para reactivar la economía, liberó cantidades masivas de estímulo financiero. La tasa de los fondos federales se ha mantenido casi a cero desde fines de 2008; y la Fed compró 3 billones de dólares en bonos del gobierno y en hipotecas para reducir las tasas a largo plazo. Por este enérgico ejercicio en creación de dinero, lo único que obtuvo fue una recuperación perezosa y frustrante.
Su política no fue ni un glorioso éxito ni un tremendo fracaso. Ha sido un lío pragmático. La lenta recuperación redujo la tasa de desempleo de un 10 por ciento en octubre de 2009 a un 5,5 por ciento. El dinero increíblemente fácil es menos defendible. La Fed finalizó su programa de compra de bonos. Yellen dice que -suponiendo que la recuperación continúe- la Fed debe dejar de proporcionar a la economía dinero casi gratis.
Parece una buena idea, pero la manera de llevarla a cabo no está clara. La respuesta depende no sólo de los Estados Unidos. Pensamos en la Fed como en el Banco Central de Estados Unidos. Lo es. Pero si podemos hablar de un banco central del mundo, ése es la Fed. Su influencia refleja el papel del dólar como “moneda global” principal, la que –entre otras cosas– se usa para conceder préstamos a extranjeros.
La mayoría de esos préstamos no provienen de Estados Unidos; los dólares circulan en el resto del mundo y se prestan y piden prestados. A mediados de 2014, los extranjeros (excluyendo los bancos) tenían 9 billones de dólares en préstamos y bonos, informa un estudio del Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés). Esa cifra subió como en 3 billones de dólares desde 2008. Lo que significa que la Fed inevitablemente influye en las condiciones crediticias globales.
El peligro en apretar demasiado o demasiado pronto es que irrite a muchas prestatarios internacionales débiles -entre ellos firmas y gobiernos de países de “mercados emergentes” como India y China. La perspectiva de dinero más apretado ya ha elevado la tasa de cambio del dólar; para muchos prestatarios extranjeros, eso encarece el pago de las deudas. En Estados Unidos, el dinero más apretado podría dañar a sectores sensibles al crédito, comenzando por el de la vivienda y el de los vehículos. El fantasma de tasas más altas podría también dar lugar a una venta preventiva en el mercado de los bonos, lo que (casi con certeza) se pasaría al mercado de valores.
Como mínimo, la confianza sufriría; como máximo, cundiría el pánico. Es una escena desagradable. Por un lado, el peligro de no apretar es que se realicen más préstamos dudosos -interna e internacionalmente-aumentando las probabilidades de un mayor colapso en el futuro. La elección parece yacer entre el placer presente y la prudencia futura, excepto que la prudencia futura podría también infligir penurias en el presente. Hay una brecha de conocimientos que limita la capacidad de ver y moldear los hechos.
Yellen reconoce las sombrías opciones y se esfuerza por crear confianza, como una manera de atenuar los conflictos. En su reciente conferencia de prensa, Yellen recalcó que la Fed, aunque quiere tener la libertad de apretar su política, no se apresurará a incrementos de la tasa prematuros o agudos. Incluso después del cambio inicial, “es probable que nuestra política siga siendo sumamente permisiva.” El dinero continuará siendo barato. Los inversores no necesitan realizar cambios en sus portafolios que trastruequen el mercado.
Hasta el momento, esta estrategia calmante funcionó. Pase lo que pase, aún no se ha contestado la pregunta histórica de mayor envergadura: ¿Cómo un organismo que parecía tan poderoso y prominente en una época se volvió tan limitado y tentativo en la siguiente?
© 2015, The Washington Post Writers Group
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