Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – Grecia es un caos. Los bancos están cerrados; las extracciones de dinero de los cajeros automáticos están estrictamente limitadas. Un referendo determinará si Grecia acepta o no las duras condiciones necesarias para recibir asistencia económica adicional.
El panorama parece (y es) deprimente. Los mercados de acciones globales están nerviosos. Pero no se engañen. Pase lo que pase en Grecia, las consecuencias para el resto de Europa y la economía mundial serán probablemente modestas. Se puede concebir que el malestar de Grecia conduzca a una Lehman Brothers II-es decir a un pánico financiero global-pero hay más probabilidades de que eso no ocurra.
Por tres razones principales. En testimonio escrito la semana pasada para el Comité Bancario del Senado, cuatro economistas las expresaron.
Primero, la economía de Grecia es diminuta, representa alrededor del 1,8 por ciento de toda la zona del euro (los 19 países que usan esa moneda), según Jacob Kirkegaard, del Peterson Institute. Eso significa que incluso si la economía de Grecia se hunde aún más-lo que es casi una certeza-las exportaciones que otros países perderán serán pequeñas. Todas las exportaciones de Estados Unidos a Grecia equivalen a varios milésimos de un 1 por ciento de la economía norteamericana (producto bruto interno), señaló Kirkegaard. Incluso las exportaciones de Alemania a Grecia suman sólo un 0,2 por ciento de su PBI.
Segundo, el peligro del “contagio”-la propagación de la crisis mediante pérdidas de bancos e inversores-ha disminuido. El contagio es más probable cuando una crisis “toma a inversores y gobiernos por sorpresa”, testificó Carmen Reinhardt, de Harvard. “No hay sorpresa aquí”. Precisamente. Los problemas de Grecia no son secretos. Se han tomado precauciones. En 2010, la mayor parte de la deuda gubernamental de Grecia estaba en manos de bancos e inversores privados. Eso ya no es así. Bancos e inversores absorbieron las pérdidas o fueron rescatados por el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) u otros países de la eurozona. Esas entidades crediticias tienen ahora el 85 por ciento de la deuda de Grecia.
Tercero, Europa está más preparada para manejar una crisis ahora de lo que lo estaba antes, expresó Desmond Lachman, del American Enterprise Institute. Si Grecia entra en incumplimiento de pagos, otros países con deudas alzadas y economías débiles–por ejemplo, Portugal e Italia–podrían hallar más dificultad para obtener préstamos. Para contrarrestar esa posibilidad, Europa cuenta ahora con el Mecanismo de Estabilidad Europeo, que puede prestar a países vulnerables 500.000 millones de euros (alrededor de 560.000 millones de dólares). Además, el BCE indicó que otorgaría préstamos agresivamente para proteger al euro de pánicos y corridas bancarias.
Nada de ello significa que la situación de Grecia no infligirá penurias a los de afuera. Como señalara Lachman, si el BCE monta una defensa del euro, la moneda podría experimentar una “depreciación más significativa”. El euro más barato podría, a su vez, perjudicar a los exportadores norteamericanos. Además de los precios de las acciones globales más bajos, podría también haber tasas de interés más altas. Aún así, los que más sentirán las penurias serán los 11 millones de griegos.
Desde su pico más alto el PBI de Grecia ya cayó más de un 25 por ciento. El desempleo ronda en un 25 por ciento. Para los jóvenes (de 25 y menos años), la tasa es aproximadamente del 50 por ciento. Aparte de las extracciones de los depósitos, el sistema bancario está plagado de incumplimientos generalizados del pago de préstamos, según Reinhardt. Contra ese trasfondo desesperado, los griegos enfrentan una decisión en la que no pueden ganar: Aceptar los duros términos de los acreedores y la economía empeorará; o reemplazar el euro con su propia moneda, el dracma–y la economía empeorará.
Revivir el dracma sin “leyes ni precedentes sobre cómo convertir todos los flujos de pagos, bienes y pérdidas” de euros crearía el caos total en Grecia, testificó Matthew Slaughter, de Dartmouth. El consumo y las inversiones comerciales caerían, con “declives de dos dígitos … concebibles.” Cabe también preguntarse cuánto malestar social podría provocar esa situación.
Se suponía que adoptar el euro constituía un compromiso irrevocable. Era una declaración política de que una Europa continental era mayor y más importante que cualquiera de sus naciones miembro. Una vez que un país abandona la unión, esa premisa se destroza. La salida griega sugeriría la posibilidad de que otros países en la misma situación-deudas latas y crecimiento económico inexistente o pésimo-sufrirían el mismo destino.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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