La clase media china, en el centro de los desafíos climáticos

Tiananmen Square, Beijing , diciembre 1, 2015. AFP PHOTO / WANG ZHAO

Tiananmen Square, Beijing , diciembre 1, 2015. AFP PHOTO / WANG ZHAO


Chen Jian saborea los frutos de su ascenso a la clase media, utilizando su auto para ir al trabajo o el avión en vacaciones, un ejemplo de cómo la prosperidad de China va a la par con el aumento de las emisiones de CO2.

Hijo de silvicultores, Chen, de 33 años, creció sin televisión en una aldea de las afueras de Shanghai. Ahora, todos los días conduce su Chevrolet Lova para dirigirse a la empresa extranjera en la que ocupa un puesto de responsabilidad.

“Mi familia proviene de un medio económico pobre. Soy un hijo del campo”, dice, mientras se toma una gaseosa en un lujoso hotel del centro de la capital económica china. Hoy, todavía es capaz de trabajar en la finca familiar, donde se alinean los árboles de melocotones plantados por sus padres.

El caso de Chen Jian es un ejemplo de los cambios ocurridos en China, cada vez más urbana. El Partido Comunista (PCC), partido único, funda su legitimidad en un aumento del nivel de vida de la mayor población del mundo, con 1.400 millones de habitantes.

Desde que optó por un “socialismo de mercado”, el PCC fomenta un desarrollo económico sin precedentes, creando así una clase media china de unos 300 millones de personas, urbanitas en su mayoría.

Primer mercado mundial de los automóviles y los smartphones, China también es el primer contaminante del planeta, tras haber emitido hacia la atmósfera casi 10.000 millones de toneladas de dióxido de carbono en 2013.

La libertad al volante

El “milagro económico” de la segunda economía mundial se tradujo en una proliferación de las fábricas “humeantes” en el gran “taller del mundo”, creadoras de empleo pero también fuente de preocupación.

Solamente 18% de los chinos cree que un cambio climático les supondría “un grave problema”, y sólo un 15% piensa que este fenómeno le afectará durante su vida, según una reciente encuesta realizada por el Pew Research Center.

Cuando Chen Jian subía al autobús para visitar a su familia desde su casa en el centro de Shanghai, le llevaba dos horas y media de viaje. Ahora, en automóvil, apenas 45 minutos. Y considera comprar un segundo coche. Sus colegas le sugieren un Mercedes Benz, “porque es mi estilo”, dice.

“Si fuera a trabajar en bicicleta, se me haría mucho más largo”, asegura, añadiendo que “conducir un auto es una forma de libertad”.

Esto no se les escapa a sus conciudadanos: más de 260 millones de vehículos circulaban el año pasado en las carreteras chinas, de los cuales 23 millones comprados en 2014.

El auto eléctrico

Pero el próximo coche de Chen será eléctrico. Y es que al menos ocho grandes ciudades chinas, entre ellas Shanghai, contaminadas y saturadas, han instaurado restricciones al número de vehículos.

En Shanghai, una nueva matrícula se obtiene pagando altos precios en subastas, salvo para los autos eléctricos, que es gratuito. Un gran incentivo para pasarse a la economía verde.

Chen lo reconoce: “Si el aire en Shanghai es tan malo, es sobre todo a causa de las fábricas, pero los automóviles también constituyen un gran problema”.

La electricidad de las fábricas es alimentada por centrales, la mayoría de carbón, un combustible contaminante, del que China es el mayor productor y consumidor mundial.

En cuanto al aumento del nivel del mar que amenaza a Shanghai, al igual que a otras metrópolis en el mundo, Chen cree que “no sirve de nada preocuparse ahora, el riesgo es universal”. AFP


 

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