La primera amante que tuvo Fidel Castro cuando llegó al poder en Cuba solo se arrepiente de una cosa: no haberse quedado en la isla después de renunciar a convertirse, de la mano de la CIA, en la asesina del comandante.
Un primer plano de Fidel Castro, una fotografía de cuerpo entero con el uniforme arrugado, y otra en la que él la mira profundamente a los ojos en un barco: son los tesoros de Marita Lorenz, expuestos con mimo en las paredes de su salón, dedicado a un hombre al que estuvo a punto de aniquilar con dos pastillas.
“Todavía le amo, y amo el recuerdo que tengo de él. Cada día hay pequeñas cosas que me recuerdan a él”, afirma Lorenz en una entrevista con Efe en su modesta casa de Baltimore.
En los 75 años de Lorenz cabe más que en muchas vidas: pasó por un campo de concentración nazi en su Alemania natal, fue agente de la CIA y del FBI, novia de un exdictador venezolano, testigo de una presunta conspiración para asesinar a John F. Kennedy y del caso Watergate que hundió a Richard Nixon.
Pero la huella más importante en su vida la dejó su primer amor, el comandante cubano del que se enamoró con diecinueve años y con el que, asegura, tuvo un hijo al que no conoció hasta veintidós años después.
Su “intenso” idilio con Fidel en 1959 desembocó en lo que ella creyó ser un aborto y que la empujó confusa a EE.UU, algo que la CIA aprovechó para convencerla de viajar a La Habana con dos píldoras para asesinar a Castro a finales de 1960. “Puse las pastillas en un tarro de crema facial, pero eran cápsulas de gel, así que no funcionó, quedó todo viscoso”, recuerda.
Antes de viajar, Lorenz ya se había dado cuenta de que sería incapaz de matarlo. Una vez en la suite del hotel de Castro, donde ella había pasado más de ocho meses, trató de desechar la mezcla en el bidé, y terminó justo antes de que Fidel entrara. “Me había deshecho del veneno que iba a arrebatarle la vida. Estaba tan aliviada, me sentí como nueva, a punto de llorar”, dice.
Consciente de que su examante se había relacionado con los círculos anticastristas de Miami, Castro no tardó en preguntar a Lorenz si había venido a matarlo, y ella confesó de inmediato. “Nunca olvidaré ese momento, agarró su pistola, me la entregó y me dijo: ‘Aquí tienes, puedes matarme’. Le dije: ‘no quise matarte la primera vez, no quiero matarte una segunda'”, relata.
Según Lorenz, Castro recuerda ese incidente con humor. “Dice: ‘Mi novia trató de matarme’, lo convierte en una broma”.
La examante de Castro está convencida de que el expresidente cubano leerá su libro de memorias, “Yo fui la espía que amó al comandante” (Ediciones Península), que salió a la venta el martes en España y se distribuirá en toda Latinoamérica.
En el libro, Lorenz relata cómo conoció a Castro a bordo del barco de su padre, que había atracado en La Habana en 1959 y al que el flamante líder cubano se había acercado por curiosidad. “Fue amor a primera vista”, asegura Lorenz, a quien Fidel llamaba “alemanita” y que se quedó tan prendada que volvió a Cuba para vivir con él.
Castro llegó a decirle que sería “la primera dama de Cuba”, un título que nunca le atrajo: se contentaba con quedarse cerca de él.
Tampoco soñó con casarse, porque “sabía que nunca se casaría con nadie; estaba casado con Cuba”.
Lorenz no siente “rencor, odio ni sospecha” hacia Castro por lo que pasó con su hijo, Andrés, después de que la “drogaran” cuando su embarazo ya estaba avanzado y despertara horas después con fuertes sangrados, pensando que le habían provocado un aborto.
Volvió de inmediato a Estados Unidos, y Castro no le dijo que su hijo estaba vivo hasta que regresó a Cuba para intentar asesinarlo. “No le culpo de nada, él se escandalizó por ello, hizo que mataran” al médico que la drogó y que forzó el parto, sostiene.
La madre de Lorenz, Alice, le aconsejó durante años que se olvidara de Andrés, que se centrara en los dos hijos que tuvo más tarde, Mónica y Mark, porque de lo contrario se “volvería loca”.
Pero cuando Alice falleció, Lorenz encontró entre sus documentos una foto de Andrés con 5 años, y supo que tenía que volver a La Habana para conocerlo. Lo hizo en 1981, la última vez que vio tanto a Fidel Castro como a su hijo, un médico formado en Nicaragua. “Creo que ahora (Andrés) está en Cuba. He leído que Fidel depende de uno de sus cinco hijos para ayudarle a caminar. Podría ser Andrés”, dice Lorenz, esperanzada.
El reciente anuncio de la normalización de relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba alegró “muchísimo” a Lorenz, que celebra que Washington “finalmente” enderece su política y sueña con volver a la isla y reencontrarse con Andrés una vez que “levanten el embargo”, aunque eso “tomará tiempo”.
Después de incumplir las órdenes de la CIA de asesinar a Castro, Lorenz intentó alejarse del espionaje, pero “sabía demasiado” y se sentía “atrapada, muerta de miedo”.
Estuvo vinculada a agencias de inteligencia durante años, espiando a los soviéticos, hasta que Frank Sturgis, involucrado en el intento de asesinato a Castro y uno de los cinco ladrones del escándalo Watergate, destapó su identidad en 1975.
Cuando echa la vista atrás, Lorenz asegura que solo se arrepiente de una cosa: no haber “escuchado a Fidel” y haberse “quedado en Cuba” el día que frustró la misión de la CIA para matarlo.
Tiene claro que el punto de inflexión lo marcó aquel joven barbudo que se atrevió a besarla en el barco de su padre.
“(Si no hubiera conocido a Fidel) habría sido una secretaria aburrida”, concluye. (EFE USA)
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