Por: Juan David Cárdenas.
Uno de los aspectos característicos de la cultura política colombiana, que históricamente ha imperado, es el de despojar de cualquier asomo de ideología a los gobiernos y gobernantes de derecha. A raíz de las últimas elecciones vemos el retorno al poder en varias ciudades de gobernantes apoyados e impulsados por líderes, partidos y movimientos políticos de derecha que amparados en el discurso tecnocrático tratan de difuminar en el viento sus rasgos y postulados ideológicos.
Quizás por las particularidades histórico políticas de nuestro país, en donde la izquierda por distintas razones ha sido etiquetada como extremista, populista e ineficiente, tiene mucho arraigo el imaginario de la desideologización de los movimientos políticos de derecha que muy hábilmente han camuflado su ideología en su discurso tecnocrático. Sin embargo la realidad termina por desenmascarar sus ideas e intenciones cuando llegan al poder.
Los colombianos estamos siendo testigos de esa falacia justo en estos momentos. Todos los días vemos como organismos internacionales (¿Desprovistos de ideología?) hacen recomendaciones sobre reformas institucionales y fiscales. ¿Acaso eso no se sostiene sobre un conjunto de ideas, sobre una forma de organización del estado? Porque estas recomendaciones no son vistas como totalmente ideologizadas mientras que otro tipo de iniciativas reciben inmediatamente el desprecio público y son tildadas incluso de panfletos ideológicos.
En aras de la tecnocracia y las leyes del mercado el gobierno está a punto de vender uno de los mayores activos del patrimonio nacional, Isagen. El alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa sugiere, ¿desideologizadamente?, poner sobre el debate la venta de las empresas en servicios públicos, con el falso argumento de que es una tendencia mundial cuando las evidencias muestran una tendencia contraria.
¿No debería el debate plantearse en términos más universales y sociales apuntando al verdadero problema de fondo, la soberanía energética, medioambiental, alimentaria y económica, más allá del clásico debate público-privado, amparado en el también falso absoluto de “privado más eficiente que público?. ¿Es correcto, e incluso ético, dejar a las fuerzas del mercado los recursos más esenciales para nuestra supervivencia como especie, como nación?
Los intereses superiores del mercado y sus múltiples beneficiarios no pueden estar por encima de los derechos fundamentales de las personas y la supervivencia y viabilidad de los estados nacionales. Y si, este es un planteamiento ideológico. Pensar lo contrario también. Dejemos la farsa.
Imagen de la página principal: Torre de alta tensión en celosía de acero. Wikimedia Commons. Foto: Sergio Panei Pitrau, 2011. CC BY 3.0
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