La política como un deprimente espectáculo

Por: Juan David Cárdenas.

Los norteamericanos se encuentran en medio de las campañas electorales primarias de los dos grandes partidos políticos que buscan determinar sus candidatos oficiales a la elección presidencial del 8 de noviembre de este año.

Desde el 1 de febrero y hasta el 14 de junio, salvo que ocurra algo extraordinario, los candidatos de ambos partidos disputaran uno a uno los delegados de cada uno de los estados buscando el número mágico que les permita llegar a la convención nacional como los candidatos casi seguros de sus partidos a la presidencia de los Estados Unidos.

La campaña y sus resultados se han encargado de ir depurando el abanico de candidatos de ambos partidos. Hoy solo quedan en competencia por el Partido Demócrata, la Secretaria de Estado Hillary Clinton y el senador independiente por Vermont Bernie Sanders, y por el Partido Republicano el magnate Donald Trump ,los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, y el gobernador de Ohio John Kasich.

La política norteamericana, en la mayoría de los escenarios, se ha caracterizado por tener una cultura muy fuerte de la deliberación y el intercambio de argumentos. Es tan así, que los debates presidenciales, a diferencia de nuestro país, tienen una importancia política muy alta y son seguidos por la mayoría de los norteamericanos como un ritual tradicional de campaña.

En esta ocasión ha llamado la atención la diferencia tan marcada entre la dinámica de campaña de ambos partidos. Clinton y Sanders, por el lado demócrata, han librado enormes debates, llenos de argumentos, replicas e intercambio de opiniones, revelando la experiencia y capacidad retórica de ambos candidatos.

En el bando contrario es donde la contienda ha ido más orientada hacia los ataques personales, las burlas, las ofensas y el uso de lenguaje políticamente incorrecto por parte del candidato que va adelante en las primarias y en las encuestas, Donald Trump. Los candidatos, Cruz y Rubio, con una amplia trayectoria en el sector público y con una importante preparación académica, han sido consumidos por la lógica de campaña de Trump, en lo que hasta ahora no les ha rendido los réditos electorales suficientes para hacer tambalear al excéntrico candidato.

Candidatos arrojando agua sobre el escenario, prometiendo construir muros que van a pagar otros, acusaciones de ignorancia e incapacidad, y seguidores enfrentándose violentamente son acciones resultantes de una proceso electoral, que al menos desde el lado republicano, se ha enfocado más en generar un espectáculo político en donde quien más beneficios obtiene es quien más experiencia mediática tiene.

Lo más triste del asunto es lo que ocurre detrás del espectáculo, y que a menudo queda eclipsado por las acciones personales de estos candidatos. La reaparición de discursos xenófobos, las propuestas de segregación y discriminación hacia los inmigrantes en un país forjado por ellos mismos, las campanas de guerra y el endurecimiento militar en todo el mundo, los oídos sordos al calentamiento global y el cambio climático y la persistencia en no regular la venta y el porte de armas que tantas muertes ha generado en los Estados Unidos, son algunos de los temas, que si bien aparecen en los debates, pasan a un segundo plano cuando los candidatos debaten en torno a su nacionalidad, a su capacidad de generar riqueza, a su pasado familiar o a sus comportamientos juveniles.

Si la democracia “más avanzada” del mundo occidental se mueve en ese escenario no es extraño que en nuestras campañas electorales este tipo de prácticas vengan cogiendo carrera como lo vimos en las elecciones presidenciales del 2014 y en las elecciones locales del 2015. Nos movemos en el fango de la política espectáculo donde siendo espectadores de lujo terminamos siendo las primeras víctimas de tan despreciables prácticas y sus consecuencias para nuestra vida.


 

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