Por: Juan David Cárdenas.
Si bien la democracia como sistema político se basa en el principio de la participación política entendida en términos universales es claro que no todos los ciudadanos que aspiran a ser parte de las estructuras de poder lo pueden hacer.
El apellido, los recursos económicos, la preparación académica son elementos comunes que son tomados en cuenta en sociedades como la colombiana para validar la legitimidad de un aspirante al poder público. Obstáculos raciales, cognitivos y culturales también aparecen para complicar aún más el camino hacia la representación política.
Podría decirse que existe un consenso en torno a reconocer que quienes aspiran y llegan al poder deberían tener unas capacidades sobresalientes, no por lo extraordinarias, sino porque hacen que, de algún modo, sobresalgan sobre los demás. A esas cualidades, los expertos en participación política llamarían la vocación pública, es decir la voluntad de servir a otros desde el espacio del poder público. Esta vocación no la tenemos todos.
Ahora bien, con o sin vocación pública, miles de colombianos aspiran cada 4 años a cargos de representación popular y administración ejecutiva de departamentos, municipios y localidades. En las elecciones de 2015, según la Registaduría, se inscribieron más de 113.000 colombianos como candidatos y candidatas a algún cargo de elección popular regional y local.
Este panorama nos introduce a la discusión sobre el liderazgo político en relación con la vocación pública y las exigencias que se demandan socialmente para un ciudadano con aspiraciones políticas. La vocación pública y el liderazgo político, se relacionan pero no son necesariamente condiciones necesarias para acceder a un cargo público. Expertos que han abordado el fenómeno del liderazgo político como Arthur Miller sostienen que existen cuatro atributos personales de todo líder político: Competencia (capacidad intelectual y experiencia), Integridad (confianza, honestidad y sinceridad), Fiabilidad (responsabilidad, dedicación), Carisma (capacidad de comunicar y conectar con la gente).
Este tipo de definiciones idealizan la figura de un líder político con capacidad intelectual (en nuestro contexto se ve como trayectoria académica), honesto y transparente (sin escándalos o antecedentes de corrupción), responsable y dedicado con su trabajo y que sea cercano a la ciudadanía, empático.
Detrás de estas capacidades emerge una quinta categoría, la ética pública que, con el contexto actual, cobra vigencia y debe discutirse tomando en cuenta que en las elecciones del 2015 los ciudadanos eligieron a quien va a regir su destino por los próximos años.
Es un poco idealista pretender encontrar ese líder que cumpla con los cuatro atributos, pero si deberíamos los ciudadanos estar vigilantes y tomar decisiones en función del cumplimiento de la ética pública, entendida como el respeto a los ciudadanos, a sus derechos, a sus recursos, a las normas legales, a los procedimientos normativos, ente otros aspectos.
La llegada al poder público, desde la óptica de la vocación pública, debería concebirse como una virtud y no como una victoria política, o como la oportunidad para aumentar la riqueza o favorecer intereses particulares. La ética pública se rige por el respeto sagrado por lo público, por la gente y por sus recursos.
Por todo lo mencionado es inconcebible y condenable, así muchos quieran minimizarlo y tomarlo como una simple anécdota o descuido, lo que está pasando en Bogotá con el alcalde electo Enrique Peñalosa.
Las investigaciones de distintos periodistas han encontrado que el alcalde ha mentido en la información consignada en la hoja de vida para la función pública para acceder al cargo que hoy ostenta. Esto no es un detalle menor. Si bien, personalmente considero, que la experiencia académica no es una condición estrictamente necesaria, o que sea un obstáculo para la vocación pública, el mentir sobre ella si es una violación abierta a la confianza ciudadana y una burla a las normas y procedimientos que todos los ciudadanos debemos respetar, con mayor razón un líder político de la naturaleza de Enrique Peñalosa.
Los líderes políticos legitiman su liderazgo y su gestión representando en sus acciones y declaraciones esos atributos virtuosos, que lo llevaron a sobresalir sobre el resto de la gente y despertaron en el la vocación pública. En este caso, vemos a un líder que no ha sido transparente con su propia información personal, y que también se ve envuelto en muchas situaciones que lo involucran con conflictos de intereses con empresas privadas que tienen la mira puesta en la ciudad como una escenario para hacer crecer sus arcas a costa de los viene y el patrimonio de la ciudad.
Un líder político para ser legítimo, más allá de su ideología, y las diferencia políticas que puedan existir con sus posturas, debe ante todo respetar la ética pública. Peñalosa en este caso no lo hizo.
Tendremos que esperar el desenlace de esta novela para ver si en realidad es una pequeñez como algunos lo muestran, o si, por el contrario, se aplican las normas vigentes y se castiga, a mi juicio, una de las faltas más graves que puede cometer un político y líder público, mentir para llegar al poder.
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