Por: Juan David Cárdenas.
Los ojos del mundo en las últimas semanas se han posado sobre la cumbre climática de París.
Líderes políticos, organizaciones sociales e individuos se han reunido en espacios formales e informales para discutir sobre el futuro de nuestro planeta cada vez más amenazado por el fenómeno del cambio climáticos y las consecuencias de la relación que los seres humanos, y la forma como desarrollamos nuestras economías y estructuras productivas, hemos establecido con la naturaleza. Desde el discurso todo parece encaminarse positivamente.
Se han asumido compromisos para reducir la emisión de gases efecto invernadero, seguir investigando nuevas fuentes de energía e incluso de financiar países que tengan en sus territorios para que conserven recursos naturales que pueden ser fundamentales para asegurar el futuro de la humanidad.
El debate y el cubrimiento que han hecho los medios masivos de comunicación parece haber girado en torno a las consecuencias y los problemas que traer el calentamiento global en donde todos nos vemos afectados independiente de nuestro origen y posición al interior de nuestras sociedades.
Tristemente no parece haber mucho interés o voluntad por ir a las raíces del problema que tienen que ver inevitablemente con el modelo económico hegemónico en los países más ricos y con estructuras más productivas más desarrolladas, y peor aún, en como los intereses de esos países y sus empresas de diversa naturaleza –petroleras, mineras, entre otras- han condicionado de tal manera los ingresos de los países emergentes sometiéndolos a los vaivenes del mercado de materias primas evitando procesos de reconversión productiva y profundizando los lazos de dependencia económica y pérdida de soberanía.
Se escuchan todos los días iniciativas individuales, orientadas al consumo verde, el reciclaje, las energías alternativas, iniciativas organizacionales enmarcadas dentro de la responsabilidad social empresarial, incluso, como vemos en la cumbre de Paris parece haber un giro discursivo hacia el reconocimiento consensuado del problema, sin embargo ¿Hasta qué punto iniciativas aisladas, inconexas y sin articulación pueden realmente marcar una diferencia?
No se trata, de ninguna manera, en criticar estas iniciativas, por el contrario son muy loables y deberían ser cada día más. Sin embargo, lo que sorprende es que el debate de fondo, el del modelo económico y sus formas de producción, sigue sin ser abordado y seguramente nunca lo será.
Los intereses que están en juego son muy fuertes y poderosos, sobre todo en un marco en donde las fronteras entre lo público y lo privado son cada vez más difusos, y las relaciones económicas entre los países están muy lejos de romper los lazos de dependencia y especialización funcional que el mismo modelo necesita para su perpetuación.
Los poderosos tiene esto claro y por eso no se evidencia una voluntad política real de cambio. La sociedad civil también lo tiene claro y cada vez más reorienta el debate, sin importar las consecuencias del problema que todos padecemos día a día, hacia el verdadero foco del debate, cuestionar el modelo económico que llevó a que hoy en día hablemos de calentamiento global y de amenazas a la existencia de nuestra humanidad.
Nos corresponde a todos contribuir a neutralizar el fenómeno del calentamiento global. Lo que se puede lograr con una acción ciudadana global puede ser muy importante tanto en nuestras conductas cotidianas y en la forma en como presionemos y visibilicemos los debates de fondo, y el accountability que debemos ejercer hacia los compromisos adquiridos por los gobiernos en Paris.
Pero, por sobre toda las cosas, debemos cuestionar el modelo económico, ahí están las verdaderas soluciones de fondo.
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