Por: Jesús Ferro Bayona.
A lo largo del año pasado y en los primeros días de este nuevo, he escuchado y he leído afirmaciones sobre la paz que nos merecemos, promesas de educación que incluirá hasta el más humilde, la seguridad que ahora sí será en las calles a medianoche, el pleno empleo sin excusas, la pobreza que se va a acabar.
Estamos encandilados con tantas conjeturas. El futuro esplendoroso parece estar a la vuelta de la esquina. Nos arrollan las Utopías. Pero aun encontrándonos en esa embriaguez del año nuevo, pienso que lo básico, lo fundamental, debe hallarse más en los propósitos que se hacen y se cumplen, que en las promesas que se prodigan Y como mi experiencia más larga ha sido en el campo de la educación y la cultura, sugiero continuar y renovar con energía tres propósitos comunes.
Educarnos en la convivencia. Educar no es fácil y ser educado menos. Pero es una tarea posible que tiene la virtud de elevarnos sobre nosotros mismos y de igualarnos socialmente a todos. Educación en las mejores condiciones para el aprendizaje, con excelentes profesores y sabios maestros, libros innumerables, laboratorios didácticos, ambientes escolares que estimulan la disciplina del estudio, el respeto por el otro y por la diversidad. Educación que transforma la vida. Un joven recién graduado me decía hace poco : ahora que tengo el diploma de ingeniero, gracias a una beca, y que ya conseguí trabajo, mi vida ha cambiado, y la de mi madre y mis siete hermanos está cambiando. Gracias, profesor. Yo le respondí al oído : No tienes que agradecerme; lo que lograste fue por tus propios méritos. Es una deduda social.
Cultivar la armonía. Cultura es una palabra que se ha vuelto distante. A veces se cree que es menos urgente que la educación. He visto mucha gente educada pero inculta. Se llevan por delante las normas de la convivencia en las calles, en los almacenes, en los aeropuertos, en los recintos políticos y sociales. Y sin embargo cultura es una palabra y un concepto que inventaron los campesinos. Ellos saben lo que es la raíz de la cultura, pues viven cultivando la tierra para recoger más tarde la cosecha. Por eso nos enseñan a sembrar y a saber esperar, respetando los ciclos de la naturaleza. Nosotros, los citadinos, tenemos que aprender que la educación debe ser un cultivo de nosotros mismos, y que la cultura es menos una palabra elegante que el fundamento de la armonía de uno consigo mismo y con los demás.Con educación y cultura tendremos ciudades más habitables y sin duda alguna amigables.
Practicar la solidaridad. No se trata sólo de una virtud religiosa sino de una condición moral para que la sociedad educada y culta no consista en un frío protocolo que se restringe a los que tienen más dinero. La solidaridad nos hará mejores ciudadanos que buscan la justicia y la igualdad, y nos dará herramientas para practicar la compasión y la comprensión del sufrimiento ajeno. En suma, las virtudes ciudadanas hacen que podamos convivir cordialmente, transforman nuestra manera arrogante de demostrar el poder para hacernos bajar del escenario de las promesas y emprender entre todos el difícil camino de ser civilizados.
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