Por: Janell Ross.
Los votantes estadounidenses se encuentran entre los menos activos del mundo, especialmente entre los países desarrollados.
Según los datos más recientes del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, la última vez que los estadounidenses votaron por el presidente, en el año 2012, la población del país era de aproximadamente 313 millones, de los cuales alrededor de 241 millones eran mayores de 18 años, la edad a la que un ciudadano se considera apto para votar. Aproximadamente 194 millones de estadounidenses, o el 80% de los ciudadanos que cumplen los requisitos, estaban registrados para votar.
En esas elecciones, alrededor del 67% de los votantes registrados del país depositaron su voto en las urnas. Comparemos esa cifra con las últimas elecciones en diferentes países: 65% en Rusia, 68% en Canadá y 80% en Francia, según datos reunidos por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral.
Y cuando se trata de elecciones que dan forma al Congreso de la nación, incluso menos personas votan. En 2014, el año en que se realizaron elecciones intermedias en los EE. UU., solo alrededor del 43% de los votantes registrados del país ejercieron su derecho. Comparemos ese porcentaje con el 66% que participó en las elecciones parlamentarias más recientes en el Reino Unido y el 60% en las últimas elecciones en Rusia. En las elecciones más recientes de Alemania, participó el 71% de los votantes y en Francia el 55%.
¿Por qué los ciudadanos estadounidenses están menos atentos a la votación?
El problema no abarca necesariamente a todos los estadounidenses, sino solo a algunos votantes. Durante décadas, la mayoría de los periodistas políticos y los candidatos aspirantes a un cargo público han asumido que aquellos con niveles más elevados de educación, con mayores ingresos o propietarios de una vivienda conforman el conjunto de votantes más confiables del país.
Esa descripción abarca a los votantes en elecciones municipales. Y también incluye las elecciones intermedias, que se realizan dos años después de las elecciones presidenciales. Es en esas elecciones en las que los votantes blancos, los votantes con niveles más elevados de educación e ingresos, y los votantes de mayor edad representan las fuerzas dominantes. En pocas palabras, se presentan y votan en cantidades relativamente considerables, mientras los votantes registrados de más bajos ingresos y las minorías no lo hacen.
La mayoría de los politólogos explican esos patrones de la siguiente manera: Estos son los votantes con más tiempo, quienes más cuestiones en juego tienen y quienes tienen una fuerte convicción de que sus opiniones y prioridades son importantes. Pero también hay algunas políticas y prácticas significativas que influyen en la participación de los votantes.
Una decena de estados estadounidenses no otorgan derechos de votación a delincuentes convictos o les exigen que soliciten la restauración de los derechos de votación ante la Corte. Sentencing Project, una organización de investigación y defensa, calcula que al menos 2,6 millones de estadounidenses no pueden votar como consecuencia de estas leyes. La mayoría de los ciudadanos afectados son negros o latinos.
Además, más de 20 estados tienen leyes de identificación de votantes; reglas que exigen a los votantes registrados la presentación de formularios específicos de identificación en los centros de votación antes de que puedan emitir su voto. Para obtener esa identificación, es posible que los votantes deban acudir a agencias estatales durante su horario de trabajo y, algunas veces, la obtención de la identificación implica el pago de un arancel. Los politólogos estiman que esto podría afectar a millones de votantes en 2016, la mayoría de los cuales se espera que sean votantes de color.
El día de elecciones en los Estados Unidos no es un feriado nacional y votar no es obligatorio. Los funcionarios públicos que organizan las elecciones generalmente asignan máquinas de votación, personal para el sitio de votación y otros recursos en función de patrones de votación previos. Y el lugar donde el votante emite su voto normalmente se asigna en función de la proximidad con el domicilio del votante, por lo que la mayoría de los votantes sufragan en sitios dentro de sus vecindarios, que son mayormente homogéneos en los Estados Unidos.
Esto significa que a los barrios blancos de mayor poder adquisitivo, en los que la participación de votantes es mucho más significativa, se asignan más máquinas de votación y más personal, lo que resulta en filas más cortas y un menor tiempo de espera. También es más probable que esos votantes tengan sueldo fijo, por lo que disfrutan la ventaja de recibir su sueldo si pierden horas de trabajo para votar.
En los vecindarios más pobres en los que la participación de votantes es menos uniforme, las filas en los centros de votación tienden a ser más largas ante una oleada sorpresiva de votantes. Y es posible que aquellos que cobran un salario por hora no tengan tiempo para hacer largas filas, lo que puede convertir la votación en una tarea difícil, y a veces imposible. Una porción desproporcionada de votantes negros y latinos trabajan por hora y, por lo tanto, deben renunciar a su sueldo para poder votar.
Para algunos votantes pertenecientes a minorías que viven en vecindarios en los que no hay suficientes cabinas de votación, las largas filas pueden percibirse como una táctica para desalentar la votación o evitar que algunas personas voten. Y dados los antecedentes del país en relación con la supresión del voto para aquellos ciudadanos no blancos, es evidente por qué votar puede ser un asunto político complicado entre grupos étnicos y por qué cada vez son más los estadounidenses que no votan en las elecciones presidenciales.
The Washington Post, reproducido con autorización
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