Todos coinciden en algo en Ibagué, la ciudad de los Andes colombianos en la que James Rodríguez empezó su carrera: la actual estrella de la selección de Colombia era un niño obsesionado por el fútbol y los videojuegos.
En la polvorienta cancha rodeada de palmeras “19 de Octubre”, en el barrio del Jordán, un centenar de chicos de la Academia Tolimense de Fútbol (ATF) sube y baja las gradas corriendo, sudando por la humedad y el calor, como hacía James a los nueve años.
Yul Calderón, el primer técnico del actual delantero de 23 años, les recuerda que su ídolo comenzó en ese mismo lugar.
James llegó a la popular ATF de la mano de su padrastro y mentor, Juan Carlos Restrepo. Antes había intentado inscribirlo en la escuela de fútbol del pudiente Club Campestre de Ibagué, pero sólo era para socios.
Visión periférica, elegancia para jugar. Buenos pases, tiros a media distancia. Calderón vio su potencial rápidamente. No se equivocó: años después, la academia ganó el torneo Pony Fútbol, clave para el futuro de James.
Ese triunfo le valió el fichaje, a los 12 años, del club colombiano de primera división Envigado FC, trampolín para su carrera internacional en el argentino Banfield, el Porto, el AS Mónaco y, finalmente, el Real Madrid, el equipo de sus sueños ya desde la videoconsola.
“¿El vicio de James? Todo el mundo lo sabe: los videojuegos, desde niño”, cuenta su compañero del ATF, Alberto “Beto” Bustos.
Para James, un niño tímido que cambió varias veces de colegio y a veces tartamudeaba, el fútbol siempre estuvo primero. Lloró el día en que le hicieron leer en voz alta “Cien años de soledad” en clase, dice a la AFP Nelson Padilla, autor de “James, su vida”.
En el barrio Arkaparaíso de Ibagué, en la casa donde vivía James, hoy hay una farmacia. Una vecina aún recuerda a su abuela cruzando apresurada la calle quejándose porque el niño se había vuelto a escapar a jugar fútbol en la plaza. Era una pasión.
“El día que cumplía años, la torta era una cancha de fútbol o un balón; entrabas a su pieza y había afiches de fútbol; todos sus videojuegos tenían que ver con fútbol (…) para ese muchacho todo era fútbol. Creo que hasta jugaba con la comida haciendo goles con las arvejas”, señala a la AFP Calderón, en su oficina llena de trofeos.
No fue fácil:
James tuvo siempre mentalidad de jugador profesional, según su amigo Beto. Cuenta que tras los partidos se aplicaba chorros de agua a las piernas para mejorar la recuperación, pese a que su cuerpo no lo necesitaba.
Y afirma que en sus ratos libres practicaba con su padrastro en verdes campos baldíos en la periferia de Ibagué, llenos ahora de edificios.
Ese apoyo familiar fue determinante para James, que creció en un entorno no ajeno a la violencia.
Beto menciona a Damián, un compañero referente para ellos y cuyas fotos destacan en la oficina de Calderón, que murió junto a su madre durante un asalto en Ibagué, meses antes de la partida de James a Envigado. “No fue fácil lo de James, ni fue de la noche a la mañana, ni de aquí salió al Real Madrid. Todo fue conseguido a punta de trabajo”, agrega.
En Ibagué, todavía vive, pero en una zona acomodada, la adorada abuela de James. En esa ciudad a unos 190 km al noroeste de Bogotá, las escuelas de fútbol han aumentado exponencialmente y se ven carteles gigantes de agradecimiento al futbolista.
Allí, la madre del astro, Pilar Rubio, dirige la fundación Colombia Somos Todos, que ofrece a menores vulnerables talleres educativos, apoyo nutricional y clases de fútbol en canchas sintéticas rodeadas de bananos y verdes colinas.
“James es ejemplo de perseverancia y de que con disciplina todo se puede”, asegura Adriana Pulido, cuyo hijo juega en la academia de Calderón.
El DT espera que James visite pronto su primera cancha a saludar a quienes sueñan con seguir sus pasos.
Por ahora, como todos los colombianos, confía en que James vuelva a marcar la diferencia en la Copa América de junio en Chile, próximo reto de la selección cafetera después del exitoso Mundial Brasil-2014. (AFP)
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