Los ávidos lectores se forman junto a sus padres. El tiempo y la manera que dediquen a crear el hábito en sus hijos marcan la diferencia. Lo principal: no imponer la lectura como una obligación.
Ponerle alma a cada palabra. Ese es el secreto que, para la psicopedagoga española Mari Carmen Diez, está detrás de los niños que aman leer. El aprendizaje de lectoescritura debe estar lleno de aventuras con las que los más pequeños se emocionen y se identifiquen. Todas las letras pueden ser una historia que se conecte con su mundo de fantasía. Motivarlos es el mejor consejo para que se formen como lectores. Pero eso no se logra sin una compañía adecuada.
Y ahí el papel de los padres lleva la batuta. De ellos depende que el proceso de aprender a leer y escribir no sea tedioso ni aburrido. Justamente, han de ser la mano guía que orienta a los niños en un camino que, a todas luces, puede ser maravilloso. “Lo ideal es que el padre y la madre tengan la actitud de explicarle verbalmente lo que está pasando. Empieza por acompañar al niño desde bebé con las palabras, cantando, contando cuentos antes de dormir. Después leyéndole libros, así no sepa lo que dice cada palabra”, insiste Diez.
Aspecto en el que la secunda María Emilia López, argentina especialista en Educación Temprana y Literatura Infantil: “De los adultos depende que el libro sea un juguete, que se relacione con la fantasía en el juego y esté ligado a los relatos”. Ninguna de las dos duda que en los niños más pequeños las ganas por la lectura siempre existen. “Cuando ponemos a disposición los libros y nos sentamos a leer con ellos, no hay ninguno que se resista”, explica López.
Pero, entonces, ¿cómo evitar que este interés se pierda con los años? ¿Qué errores no se pueden cometer? ¿Cómo se debería realizar esta actividad en casa? Las dos expertas compartieron su experiencia en el ‘Encuentro internacional de lectura y escritura en la educación inicial de colegios públicos de Bogotá’, que realizó la Secretaría de Educación del Distrito. Semana Educación conversó con ellas y recopiló algunas claves que funcionan para formar ávidos lectores.
El motor de sus intereses:
Escuchar al niño es fundamental para saber lo que le interesa y le está preocupando. Un libro que trate el tema que le atrae inevitablemente le encantará. “Si tienes contacto con ellos, vas a saber de qué manera ofrecer lecturas que les digan algo”, sostiene Mari Carmen Díez. Y agrega que “el interés de cada niño es una especie de ir juntos por el camino de la lectura. Ellos van a estar desesperados porque le vuelvan a leer el libro”.
La obligación está prohibida:
No se puede formar lectores a punta de órdenes. En ningún momento la lectura se debe asociar con la obligación porque ahí se acaba la magia. Se daña toda la curiosidad que se pudo haber despertado. “La literatura tiene que estar al servicio de la literatura. Cuando no le pedimos nada diferente a disfrutarla, es difícil que los niños se aburran”, explica María Emilia López. Por eso, hay que sacarla del lugar del deber “y ponerla en el lugar de la necesidad humana de interpretar el mundo en el que vivimos y de enriquecerlo”.
El sentido de la lectura:
Hay que aprovechar la sensibilidad de los niños para darles sentido a cada letra y palabra. Formar el vínculo entre lo que ellos son y el proceso de lectura y escritura. “No es lo mismo decir que hoy vamos a aprender la letra P porque yo digo, sino explicar por qué la P es importante: es la letra con la que empieza papá. Hay que revestir de afecto la palabra”, añadió Mari Carmen. Así el niño siente que hay una vida en los libros que se relacionan con él.
Todo a su tiempo:
No hay que apresurar los procesos de aprendizaje. La palabra siempre puede estar cerca del niño, pero de diferentes maneras. Según Díez, “los primeros años todo tiene que ser oral. Luego ya pasarlo a un plano de papel y lápiz y solamente lo escrito viene después. El tramo más importante es el primero”. Es en el lenguaje oral donde empieza la relación con los libros, así el niño no sepa leer. De ahí la importancia de que el adulto le cuente las historias. “Como tú se los has leído, ellos miran los dibujos y empiezan a conocer las palabras. El niño se apropia del libro, empieza a hacerlo suyo”, añade la psicopedagoga.
Variedad y más variedad:
Tanto las bibliotecas de los colegios como la de la casa deben tener una amplia variedad para atender los intereses y la formación del niño en la lectura. “Yo creo que tiene que haber diversidad de libros. Literatura para niños, álbum, poesía, relatos, libros sin palabras e historieta. Así es más rica la experiencia con la lectura y escritura porque leer es descifrar el mundo”, sostuvo López.
No abusar de las moralejas:
La fábulas y los libros de moralejas son interesantes para la formación del niño. Sin embargo, Díez recomienda no abusar de ellos porque pueden ser tediosos. “En mi clase los tengo prohibidos porque en la escuela se dedican a leerles solo esos libros y a hablarles de lecciones. Son muy aburridos”, insistió Mari Carmen Diez.
Mientras más tiempo, mejor:
En el tiempo que se le dedique a la lectura está la clave para afianzarla como hábito en el niño. “El libro entra por el libro mismo, pero también por el calor de la voz de la mamá, por estar en sus piernas, por el momento de armonía”, afirmó María Emilia López. Por eso, recordó la importancia de que los padres compartan esta actividad con sus hijos. No siempre tiene que ser en la casa. De hecho, invitó a los colombianos a que visiten sus bibliotecas públicas y conozcan los programas de lectura que existen.
Tomado de la revista SEMANA
SOURCE: Revista SEMANA
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