La incertidumbre y la angustia aumentan entre los ambientalistas estadounidenses ante la investidura presidencial de Donald Trump, un escéptico con relación al cambio climático cuya acción puede debilitar medidas de protección ambiental y la lucha contra el calentamiento global.
El nuevo presidente estadounidense había dicho en 2012 que la tesis del cambio climático era un versión inventada por China contra Estados Unidos, aunque después de su victoria electoral afirmó que se mantenía “abierto” a mantener el país a bordo del acuerdo mundial ambiental alcanzado en París en 2015. También adelantó que planeaba limitar los poderes de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) y es un severo crítico de las normativas ambientales, que considera excesivas y limitadoras de la competitividad.
“Estamos claramente preocupados que el papel de los científicos que trabajan sobre la cuestión climática en el gobierno termine hundiéndose”, dijo Andrew Rosenberg, de la ONG Unión de Científicos Preocupados.
Rosenberg citó personas nombradas por Trump para conducir la propia EPA, los departamentos de Energía, Interior y Estado, y que en su mayoría han efectuado declaraciones cuestionando la ciencia del clima o que atacan a la legislación ambiental.
Para la EPA, Trump escogió a Scott Pruitt, un exfiscal general del Estado de Oklahoma, un hombre públicamente hostil a cualquier regulación federal sobre temas ambientales que afecten el sector industrial.
Como fiscal general de Oklahoma, Pruitt inició nada menos que 14 acciones judiciales contra la EPA, la misma agencia que ahora presidirá, por considerar que las normas ambientales estaban frenando a las empresas.
Para conducir el Departamento de Energía (que controla numerosos laboratorios de investigación científica) Trump escogió al ultraconservador Rick Perry, exgobernador de Texas, ácido crítico de la tesis de cambio climático y quien llegó a proponer la eliminación del departamento que ahora deberá conducir.
Caza de brujas
El equipo de transición de Trump había llegado a distribuir en el Departamento de Energía una circular para conocer los nombres de todos los científicos que trabajan en él y que hayan participado en conferencias sobre cambio climático.
Temiendo una abierta caza de brujas a científicos, las actuales autoridades del departamento se negaron a ofrecer esa información, y el equipo de Trump no insistió en el tema, por lo menos hasta ahora.
Rosenberg mencionó también la nominación del empresario Rex Tillerson, jefe del gigante petrolero ExxonMobil, para encabezar el Departamento de Estado.
Durante una audiencia ante el Senado para su confirmación en el cargo, Tillerson dijo que consideraba “importante” que Estados Unidos se mantenga a la mesa de negociaciones dispuesta por los acuerdos de París. Sin embargo, sostuvo que las bases científicas sobre el impacto de la actividad humana en el cambio climático “no son conclusivas”.
En la misma línea, Pruitt admitió reconocer que la actividad humana tenía un impacto en el cambio climático, pero afirmó que el tamaño de ese impacto era “aún objeto de debate”.
En opinión de Rush Holt, director de la Asociación Estadounidense para el Progreso de la Ciencia (que publica la prestigiosa revista Science), existe “incertidumbre y angustia” entre los científicos a raíz de las contradicciones expresadas por el gobierno.
“La incertidumbre y la angustia crecen desde la elección porque Trump continúa enviando mensajes contradictorios sobre su comprensión y su respeto a los datos científicos”, dijo Holt.
Por eso, “es difícil saber qué es lo que piensa” o lo que planea hacer sobre el clima y el medio ambiente, dijo Holt.
Ante este escenario, 5.500 científicos (incluyendo nada menos 20 ganadores de Premios Nobel) suscribieron una carta abierta dirigida al nuevo gobierno y al Congreso para “garantizar la mayor integridad, transparencia e independencia en la utilización de la ciencia para apoyar políticas federales”.
Lugar a algún optimismo
En tanto, Melinda Pierce, de la influyente ONG ecológica Sierra Club, piensa que no será fácil desmontar rápidamente las reglamentaciones ambientales y denunciar acuerdos internacionales. “Creo que habrá una presión internacional muy fuerte para persuadir a Trump a que no se retire de los acuerdos de París”.
A su vez, el climatólogo Michael Mann, de la Universidad de Pensilvania, señaló que un argumento económico podría convencer a Trump con relación al calentamiento global. “El resto del mundo ya no debate más el cambio climático, sino la inversión en una rápida transición hacia energías sin carbono”, dijo.
Por ello, “no creo que los conservadores quieran ver al país distanciarse de la gran revolución económica del siglo XXI, que ya está en curso y que permite crear mas y más empleos mientras lucha contra el calentamiento y preserva el ambiente”, apuntó Mann. AFP
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