Por: Juan David Cárdenas.
Una semana después de las elecciones locales en Colombia aún se escucha el eco de las repercusiones del proceso electoral. Por un lado, la derrota de la izquierda en Bogotá, por otro el descalabro de Álvaro Uribe y su partido en Antioquia, considerado su bastión electoral. Otros siguen reclamando los votos que les hacen falta para la curul y todos reclaman ser ganadores de las elecciones gracias al (¿absurdo?) sistema de coaliciones que permitió a todos jugar con todos y reclamar como propias victorias ajenas.
La democracia colombiana sigue evidenciando un serio problema de ausencia de participación en los procesos electorales, aun cuando en estas elecciones, participó una proporción ligeramente mayor de electores de los que siempre acuden a las urnas.
El problema de fondo que encierra este escenario se ve reflejado en que los gobernantes elegidos no son en realidad fruto de la voluntad de las mayorías populares, lo que encierra no solo una baja legitimidad electoral sino también problemas de gobernabilidad máxime cuando muchos de estos gobernantes al presentarse por movimiento de firmas carecen de bancadas fuertes que soporten sus planes de gobierno dejando el ejercicio de gobierno a la típica relación administración-concejo municipal mediada por los favores, cargos y contratos.
Miremos algunos ejemplos concretos:
Ciudad | Alcalde electo | Votación
Ganador |
% de la votación total | %de participación | % real del ganador sobre el censo electoral |
Bogotá | Enrique Peñalosa | 903764 | 33,10% | 51,55% | 16,57% |
Medellín | Federico Gutierrez | 244636 | 35,64% | 49,49% | 16,46% |
Cali | Maurice Armitage | 264118 | 38,15% | 45,31% | 16,39% |
Barranquilla | Alex Char | 529966 | 54,68% | 60,52% | 30,12% |
En las cuatro capitales más importantes del país vemos como en tres casos (Bogota, Medellín y Cali) los mandatarios electos representan realmente a tan solo el 16%, en promedio, de todos los ciudadanos. En Barranquilla, donde la tasa de participación fue muy superior al promedio el alcalde electo representa al 30% de los ciudadanos.
Está claro que este fenómeno debe contextualizarse dentro de comportamientos muy recurrentes de nuestra cultura política como la abstención electoral, la apatía política y la desconfianza frente a los partidos y los políticos.
Sin embargo, esto debe ser un punto de referencia, un llamado de atención, para las nuevas administraciones para evaluar el tipo de liderazgo y gestión a implementar de cara a ese mayoritario porcentaje de personas que no votaron por ellos, sobre todo cuando a las administraciones salientes, sobre todo en Bogotá, se le criticó por su baja capacidad de generar consensos y se le acusó de gobernar de espaldas a las mayorías.
La legitimidad de las nuevas administraciones, que claramente no la dan únicamente las urnas, debe construirse en el día a día de la gestión tomando en cuenta a las personas y sectores políticos que también hacen parte del espacio público. Gobernar no debe ser sinónimo de imponer e ir en contra de la voluntad de las verdaderas mayorías. Tristemente en una democracia incompleta como la nuestra cuando hablamos de elecciones seguimos estando sometido a las minorías mayoritarias.
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