Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – La globalización está viva.
Un aspecto fascinante, pero pocas veces comentado, de la reciente agitación financiera es en qué medida fue un hecho internacional. Se inició con dudas sobre la economía de China, simbolizada por una caída en el mercado de valores y una sorpresiva devaluación del renminbi (RMB). Pero la preocupación se expandió pronto a los principales mercados de valores, creando la inquietud de que la economía global enfrentaba, de pronto, nuevos-aunque no bien definidos-peligros.
Algunas conexiones entre China y el resto del mundo son evidentes. Como sostuve la semana pasada, una de ellas se refiere a las materias primas-los minerales, granos y combustibles que China consume en prodigiosas cantidades. Las necesidades de China dominan esos mercados. El economista John Mothersole, de IHS Global Insight, informa que la porción de China en el consumo mundial de cinco importantes metales industriales (aluminio, cobre, plomo, níquel y zinc) es ahora del 48 por ciento, mientras que en 2000 era del 13 por ciento.
Si la demanda china de materias primas cae por debajo de las expectativas, los efectos dominó han de sentirse en todas partes. Se producen excedentes de materias primas, deprimiendo los precios y las ganancias. Se cancelan nuevos proyectos de minas. Los países exportadores de materias primas-como Brasil, Indonesia-sufren un crecimiento económico más lento. Eso es lo que sucedió. Aunque la economía china está aún en expansión, se está expandiendo con menor rapidez de lo que se predijo.
El caso del petróleo es particular, pero similar: Decepción en el consumo. La Agencia Internacional de Energía pronostica que la demanda china de petróleo crecerá un 3 por ciento en 2015 y 2016, “muy por debajo [de] los avances porcentuales de dos dígitos que se vieron hace sólo unos años.” Esa reducción–junto con el petróleo de esquisto de Estados Unidos-creó los masivos excedentes de crudo, que bajaron los precios de más de 100 dólares por barril en 2014, a 40 dólares o menos, en este momento.
Pero esas conexiones entre China y el resto del mundo son bien conocidas. En sí mismas, no parecen explicar por qué los problemas de China precipitaron repentinamente una tormenta financiera internacional. La respuesta, pienso, reside en lo que los economistas llaman “flujos de capital”. Enormes cantidades de dinero pueden trasladarse, en un instante digital, entre países, monedas y diversos mercados financieros.
En nuestra mente, la “globalización” evoca imágenes de exportaciones, barcos de contenedores y cadenas de suministro. Esa globalización física no opera a la velocidad de la luz. Lleva tiempo entregar un cargamento o construir una cadena de suministro.
En cambio, la globalización financiera puede operar a la velocidad de la luz. Presionando unas pocas teclas en un teclado, los inversores pueden deshacerse de acciones en un país y comprar en otro o hacer lo mismo con bonos y monedas. Desde los años 80, ese tipo de globalización se ha propagado. La mayoría de los países desmanteló las restricciones que limitaban o impedían que individuos o empresas trasladaran dinero a través de fronteras. Después de la Segunda Guerra Mundial, esos “controles de capital” eran corrientes.
Como resultado, acontecimientos importantes e inesperados pueden desencadenar el pánico, provocando compras y ventas en todo el mundo cuando los inversores y corredores reaccionan a lo que piensan que harán otros inversores y corredores. La inesperada devaluación de China, junto con el declive en la bolsa, aparentemente constituyó ese tipo de desencadenante. Pero los efectos de la globalización financiera van más allá.
En un nuevo ensayo, los economistas del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), sostienen que la internacionalización de las finanzas redujo la influencia de muchos países sobre las tasas de interés a largo plazo. Los países de mercados emergentes, como Brasil, se ven particularmente afectados. Si a las empresas de esos países no les gustan las tasas de interés en la moneda local, muchas pueden obtener préstamos en dólares a tasas más bajas, dicen los economistas del BIS.
Para principios de 2015, los préstamos en los mercados de bonos en dólares de Estados Unidos, obtenidos por extranjeros que no son bancos, sumaron asombrosamente 4,5 billones de dólares. “Los mercados de bonos en dólares [se han vuelto] globales,” escriben. Además de debilitar los bancos centrales gubernamentales, esto crea nuevas vulnerabilidades económicas. Una de ellas es el desequilibrio en la moneda: Las empresas que obtienen préstamos en dólares deben pagarlos de vuelta en dólares; pero si ganan la mayor parte de sus ingresos en dinero local (por ejemplo, en pesos mexicanos), una moneda que se deprecia dificultará más el pago de la deuda.
La globalización también perjudicó a Estados Unidos. Entre 2004 y 2006, la Reserva Federal elevó las tasas de interés a corto plazo en 4,25 puntos porcentuales, con la creencia de que las tasas de interés a largo plazo para bonos e hipotecas-que afectan la economía en mayor medida-les seguirían. Pero no lo hicieron. Si lo hubieran hecho, ¿se hubiera evitado o suavizado la crisis financiera de 2008-9? Ben Bernanke más tarde sostuvo que “un exceso de ahorros global” en dólares-que fluyó masivamente a los bonos–mantuvo las tasas a largo plazo bajas.
No es que este tipo de globalización sea enteramente nueva. Greg Ip, comentarista económico en jefe del Wall Street Journal, recuerda acertadamente que la crisis de la deuda de Asia, en 1997-98, se generó por excesivos flujos de capital (en su mayoría en préstamos bancarios) a países como Tailandia y Corea del Sur. Pero desde entonces, los flujos de capital a través de las fronteras crecieron y se volvieron más complejos. Esos flujos son demasiado grandes para que puedan embotellarse; no podemos volver a controles de capital en todas partes.
Aún así, la globalización está escribiendo silenciosamente nuevas reglas económicas en formas que sugieren que quizás perdamos el control de los hechos. No estamos totalmente sujetos a los caprichos de los mercados internacionales-pero vamos en esa dirección. No es un pensamiento tranquilizador.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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