Se especula mucho acerca de la cantidad de puestos de trabajo que se podrían automatizar usando máquinas cada vez más inteligentes.
Una estimación (PDF, en inglés) indica que en países como Estados Unidos desaparecería casi la mitad de los empleos actuales, mientras que otro cálculo señala que eso podría suceder solo con 1 de cada 10 puestos de trabajo. Pero se sabe menos sobre quiénes perderán su empleo debido a este tipo de transiciones.
Y lo que es más importante, ¿qué podría sucederle al 40 % más pobre de la población de los países emergentes que solo ha estado expuesto a tecnologías digitales básicas en el último tiempo? ¿Este grupo se verá beneficiado con el progreso tecnológico, o tendrá que enfrentar impactos negativos, como la exclusión y la situación ventajosa de otros países o personas más acomodadas?
Resulta tentador pensar que los robots y la inteligencia artificial están tomando el control, pero incluso tecnologías consolidadas, como los teléfonos móviles o el acceso a internet, se encuentran parcialmente difundidas (y tienen una calidad heterogénea) en todo el mundo. Hasta 2014, menos de la mitad de la población de 145 países usaba internet.
Las políticas públicas podrían establecer maneras de gestionar los costos de la digitalización con el fin de combatir la desigualdad y mitigar los costos para los más pobres. Foto: Dominic Chavez/Banco Mundial.
Por consiguiente, las economías emergentes podrían experimentar un futuro del trabajo donde las oportunidades se ven restringidas debido a la limitada adopción de la tecnología por parte de los empleadores y los trabajadores. Y los riesgos son desproporcionados debido a las brechas en el acceso a la tecnología y en las habilidades en comparación con las economías avanzadas; los entornos favorables más frágiles, y las diversas características de los mercados laborales. Dicho de otra manera, el riesgo de profundizar la desigualdad entre los países y dentro de ellos es considerable.
En los países emergentes, los niveles de acceso a la tecnología y de las habilidades suelen ir a la zaga respecto de las economías avanzadas. El cuadro siguiente ilustra las diferencias entre distintos tipos de tecnologías en distintos tipos de países. En él se muestra que, si bien la tecnología dará forma al mercado laboral a través de vías similares en las economías emergentes así como en las economías avanzadas, el alcance y la intensidad de los impactos serán diferentes.
También existen diferencias dentro de cada país. Habitualmente, los pueblos y ciudades principales más están conectados a internet, pero la mayoría de las comunidades rurales o remotas no lo están, o deben pagar precios más altos o reciben servicios de menor calidad. También existen disparidades entre diferentes grupos demográficos. Las mujeres, las personas con discapacidad, las minorías sociales y étnicas y las personas mayores no tienen el mismo nivel de acceso a las tecnologías digitales.
Los grupos más pobres y vulnerables —el 40 % más pobre de la población en términos de distribución del ingreso— tienen menos probabilidades de beneficiarse con estas tecnologías. Casualmente, estos son los grupos que podrían recibir mayores beneficios si usaran estas herramientas. Del mismo modo, numerosos negocios de las zonas rurales no pueden acceder a estas tecnologías.
Esto significa que existe desigualdad en términos de productividad, ingresos y oportunidades de creación de buenos empleos. Y si las especulaciones sobre las pérdidas de puestos de trabajo debido a la digitalización se hacen realidad, entonces los responsables de formular políticas deberán preocuparse de cómo crear nuevas maneras para generar ingresos, en especial para los más pobres, y fomentar la inclusión de estos.
Políticas para hacer que el futuro del trabajo sea más inclusivo y equitativo
Las políticas públicas podrían ayudar a los países a estar en una mejor posición para superar los retrasos en términos de digitalización, y determinar maneras de gestionar los costos de la digitalización con el fin de combatir la desigualdad y mitigar los costos para los más pobres. De este modo, se podría lograr que el futuro del trabajo sea más inclusivo y equitativo.
Para ello se necesitan dos conjuntos de estrategias públicas. Primero, abordar los cuellos de botella en el acceso a la tecnología y desarrollar la capacidad de las empresas y las personas, especialmente del 40 % más pobre. Segundo, prestar apoyo al 40 % más pobre de la población durante la transición. Los experimentos iniciales señalan al menos tres posibles tipos de políticas.
En primer lugar, reformar los sistemas para proteger a los trabajadores “gig” (por encargo) y a los que realizan múltiples tareas de la misma manera que a los trabajadores tradicionales.
En segundo lugar, mejorar el apoyo a corto plazo para asistir mejor a las personas que pierden sus empleos o necesitan ayuda en el periodo de transición.
Por último, se puede necesitar una solución a más largo plazo (y más radical) para proporcionar apoyo a los ingresos cuando el cambio tecnológico ponga fin efectivamente a la demanda de la mayoría de las formas de trabajo humano.
Uno de los aspectos positivos es que el cambio tecnológico abre posibilidades para que los países den un salto y adopten tecnologías más avanzadas, tales como la identificación biométrica para los programas sociales (como en India) (PDF, en inglés) o los drones para el reparto de suministros médicos en lugar de hacerlo por tierra (como en Rwanda). Incluso con la adopción de este tipo de tecnologías, las economías emergentes podrían perder nuevas oportunidades digitales de participar de manera importante en el comercio electrónico mundial.
Y si las empresas de las economías avanzadas se modernizan, podrían acelerar el proceso de volver a localizar la producción y la fabricación de mercancías en su propio país, eliminando la posibilidad de que las economías emergentes se beneficien del cambio de los tipos de trabajos o tareas en los sectores de las manufacturas o los servicios.
Sin la existencia de las vías tradicionales de crecimiento y creación de empleos —como las exportaciones, la manufactura y la transformación de la agricultura en una actividad industrial— no queda claro de dónde provendrán los puestos de trabajo para los millones de jóvenes de Asia y África.
El desafío para la sociedad no es el cambio tecnológico en sí mismo, sino el riesgo de que algunas personas —en especial las que pertenecen al 40 % más pobre de la población— tengan que soportar una parte desproporcionada de los costos de cualquier transición en las habilidades que demanda el mercado laboral o de los cambios en la naturaleza del empleo.
Este blog se publicó primero en el Huffington Post, y luego en Voces, Perspectivas del desarrollo del Banco Mundial; reproducida en PCNPost con autorización
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