Por: Francisco Manrique
Definitivamente Colombia parecería que estuviera condenada a reeditar su historia , que como una pesada ancla atada a su cuello, no le permite sacar cabeza para mirar hacia adelante y avanzar. Cuando deberíamos estar construyendo el futuro sobre el acuerdo de paz, lo que se observa es la repetición de una película de horror que no parece tener fin.
El ELN sigue más activo que nunca y las disidencias de las FARC están creciendo como espuma, todos protegidos por la dictadura de Maduro en Venezuela ( se calculan más de 6000 hombres en armas). Las Bactrín (nueva versión del paramilitarismo narcotraficante) siguen campantes adelante y los cultivos de coca están disparados.
Y todo lo anterior está sucediendo bajo las narices del partido de Uribe y su pupilo Duque, que llegaron al poder en el 2002 con la Seguridad Democrática, y por tercera vez en el 2018, para heredar irónicamente, la implementación del proceso de paz al que se opusieron con patas y manos. Una pesadilla hecha realidad: los enemigos de Santos implementando su legado.
Hoy, en la mitad del camino del mandato de Duque, la película de horror reeditada continúa pero un ingrediente adicional y un nuevo actor: unos niveles de desconfianza sin antecedentes en la Policía y el Ejército Nacional, en los partidos y en general de todas las instituciones, en medio de una polarización creciente, de nuevas marchas sociales, y de una pandemia histórica que tiene postrada a la economía de nuestro país.
Salvo la pandemia, todo lo anterior no me sorprende como voy a mostrar a continuación. Para hacerlo, en este Post quiero transcribir un artículo que escribí en febrero del 2017 sobre lo que se veía venir.
“Cuando veo en la primera página en El Espectador de la semana pasada, la foto de una retro excavadora en medio de un terreno pelado, me dio tristeza e indignación como colombiano. Este testimonio gráfico, correspondía a uno de los 26 sitios que deberían estar listos en diferentes regiones de nuestra geografía, para recibir a 15.000 personas desmovilizadas de las FARC, el 31 de enero de este año.
Pero mi indignación aumentó aún más, cuando leí la columna de León Valencia en la revista Semana, donde desnuda la incapacidad de ejecución que ha acompañado esta última etapa del acuerdo con las FARC, y que de no corregir el curso, tendría consecuencias muy graves para el país en los próximos meses. Leer: http://www.semana.com/opinion/articulo/leon-valencia-construccion-de-campamentos-de-las-farc/514298
Mi reacción es muy personal por una historia muy frustrante cuando traté de acercarme como ciudadano para ayudar en el proceso paz porque lo veía una necesidad y una obligación histórica.
Dada esta experiencia durante más de cinco años, no me sorprendió lo que Valencia evidenció, ni la respuesta de los funcionarios de Santos tratando de tapar el sol con las manos. De hecho, era de esperarse que se destapara muy rápidamente la tremenda debilidad institucional del Estado, para acometer los retos derivados de los acuerdos firmados con las FARC para la fase del post conflicto.
En agosto del 2012, me vinculé al tema por una invitación que me hicieran desde el Ministerio de Defensa, para apoyar al proceso con otros empresarios cuando se iniciaba el proceso, pero con miras a un eventual post conflicto que preocupaba mucho a algunos militares. A finales de ese mes, se hizo oficial la intención de Santos de llegar a un acuerdo con las FARC, para terminar décadas de confrontación armada con ese grupo guerrillero. Desde ese momento , dediqué muchas horas y recursos de mi bolsillo, para poner un grano de arena a una causa a la que muy pocos le apostaban en esa época .
Como consecuencia de esta decisión, nació la iniciativa de Innovación x Educacion = Desarrollo + Paz, para movilizar a las nuevas generaciones, que hasta el plebiscito de octubre del año pasado, fueron los grandes ausentes del proceso de paz. Sobre este tema he escrito en muchas oportunidades. Mientras en mi país la iniciativa no tuvo eco, fui invitado a exponerla en eventos internacionales donde hubo gran interés en escucharla, como la conferencia anual del 2016 del Instituto de Paz en Washington, y el World Innovation Forum en el 2015, en el corazón del Silicon Valley.
Durante los años que traté de mover la iniciativa, pude observar las incoherencias y divisiones internas de personas muy cercanas al proceso. En ese entorno, me fue imposible interesar a altos funcionarios de este gobierno, en el uso de la innovación para la Paz y la vinculación de los jóvenes al proceso.
Lo que pude observar durante estos años, del comportamiento de funcionarios del gobierno de Santos, cuando traté de abrir las puertas a varias iniciativas innovadoras, me mostró que su apuesta de la paz, tenía tres grandes talones de Aquiles: la falta de liderazgo colectivo del Presidente y su equipo, el desinterés muy preocupante por escuchar ideas distintas, y la gran debilidad institucional. Por lo tanto, no me sorprende para nada la aseveración de Valencia: “lo que vemos es una terrible improvisación” al iniciar la primera etapa del post conflicto.
Al igual que Valencia, tampoco quiero ser un aguafiestas, ni asumir una posición negativa para lo que se nos viene. Pero eso no me inhibe para ser realista. Cuando me acerqué a la Oficina del Comisionado de Paz, a finales del 2014 y durante el siguiente año, tuve la oportunidad de observar cómo el post conflicto no fue una prioridad del Gobierno. Quienes trabajaban con el General Naranjo en esa época, se quejaban de las dificultades para posicionar el tema y darle la prioridad correspondiente. Muy a la colombiana, había que dejarlo para última hora, posición entendible, cuando las apuestas al éxito del proceso, al interior del propio gobierno, eran muy bajas.
Ahora viene la prueba de fuego para Santos y su gente. Los próximos 12 meses, van a estar enmarcados por una gran incertidumbre internacional, y un agitado año preelectoral, que también puede generar mucha incertidumbre interna. En este periodo tan complejo, se deberán demostrar excepcionales capacidades de ejecución de parte del Estado, para impedir que la reintegración de las FARC, se convierta en una inmensa frustración nacional y vuele el acuerdo por los aires. Y recordemos ,que detrás viene el ELN, quienes estarán observando con lupa, el cumplimento del Gobierno.
Hay que recordar que la experiencia internacional demuestra, que los primeros 12 meses después de firmada la paz, son cruciales para apuntalar años muy difíciles de negociación. Pero para lograrlo, se necesita una capacidad de planeación, de alineación institucional y de recursos de todo tipo, para después sumar una gran habilidad de coordinación de muchas entidades, para lograr la excelencia en la implementación de lo planeado y acordado.
En condiciones normales, para un Estado fuerte, estas son tareas que serían muy difíciles y complejas. Pero si se entiende que tenemos una institucionalidad muy débil, y un país polarizado, el reto va ser titánico, máxime cuando muchos van a tratar de meterle un palo a la rueda.
Voy a hacer una afirmación que ojalá esté totalmente equivocado en plantearla: durante los cuatro largos años de negociación con las FARC, no se construyó la capacidad para responder a las consecuencias de un acuerdo exitoso. Y ahora que nos llegó el momento, al que pocos le apostaban, las lamentables fotos del estado actual de los sitios de recepción para las tropas de las FARC, y la denuncia de Valencia, nos hacen evidente el problema.
En esta primera etapa del post conflicto, una vez más se hacen visibles las consecuencias del pobre liderazgo de Santos, para preparar al país y a las instituciones para lo que viene. El conejo que hizo con el plebiscito, se lo van a cobrar muy duro los opositores y millones de colombianos que votaron NO al acuerdo. En ese ambiente enrarecido, las fallas de planeación, coordinación, ejecución y control, serán la munición para tratar de descarrilar totalmente el proceso.
No me cabe duda que es un logro desarmar a 15.000 combatientes, en la medida que el Estado pueda sostener la caña y cumplir con los acuerdos. Será casi un milagro que esto suceda, porque como es claro, hay serias dudas de la capacidad del Estado para lograrlo. Y más aún, de sostener el esfuerzo inmenso en el largo plazo, especialmente ante la llegada de un nuevo gobierno en el 2018.
Pero el mayor reto es de liderazgo, que hasta ahora ha brillado por su ausencia. Y este será vital para desarmar el espíritu violento que habita en el alma de millones de colombianos, que no se ven parte fundamental del problema, y que además, esperan que el Estado sea el único que haga solo el milagro de pacificar los espíritus de este gran país que se llama Colombia.”
Espero qué haya sido claro para el lector el porqué no me sorprende lo que está sucediendo hoy, cuatro años más tarde, y también el porqué pienso que, el no podernos quitar la pesada ancla de nuestra historia que es la violencia, es el gran talón de Aquiles de la sociedad colombiana.
Se que no es una reflexión positiva la que estoy compartiendo, pero es la realidad que tenemos y que no hemos podido superar. Pero como bien lo decía Jack Welch, CEO de GE hace dos décadas: “hay que enfrentar la realidad para cambiarla” Y claramente, no es con las movilizaciones sociales que destruyen el patrimonio de todos, ni siguiendo a los Petro o los Uribe de este mundo, como lo vamos a lograr. Necesitamos que emergen nuevos liderazgos que unan y no dividan, y que impulsen la construcción de un propósito superior que oriente a nuestra sociedad.
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