Por: Francisco Manrique
Las universidades norteamericanas han sido un referente para la educación superior, y son consideradas las mejores del mundo. El sueño de miles de estudiantes de varios continentes, es el de recibir su formación universitaria en alguna de las mejores instituciones en los Estados Unidos. Lo que sucede en Harvard, MIT, Stanford , Universidad de Pennsylvania, Purdue, y muchas más que ofrecen excelentes programas, es observado con mucho cuidado por sus pares en otros países.
Por la razón anterior, es muy interesante ver con cuidado lo que le está sucediendo en ese país a muchísimas universidades, que han sido afectadas por el COVID-19, y cuyo impacto puede ser profundo. Dinámicas similares se están produciendo en otras partes del mundo y donde Colombia no es la excepción.
El título de un artículo en el NY Times de hace una semana es muy disiente : “A medida que las universidades se mueven online, las familias se rebelan contra los costos”, muestra el tsunami que se está encubando y que va a acelerar tendencias que ya estaban mostrando señales de alerta en el sistema de educación superior. Ya era evidente que había una brecha creciente entre el valor de las matrículas y lo que los estudiantes percibían como valor del proceso formativo. Para no hablar, del endeudamiento creciente y muy preocupante para pagar los costos de la educación universitaria.
La pandemia ha abierto la Caja de Pandora que las universidades hubieran querido evitar: tener que dar descuentos al costo de las matrículas cuando se estaban preparando para el segundo semestre de este año. El problema se evidenció cuando los casos de contagio se dispararon en varios estados como sucedió en California, obligando a abandonar los planes de volver a la normalidad de la vida en el campus universitario.
La realidad del coronavirus, ha obligado a las instituciones a continuar con el mundo de la virtualidad y tratar de convencer a los estudiantes de que el costo del semestre se justifica en estas condiciones. Los reclamos de los estudiantes y los padres de familia no se han demorado en surgir con muchísima fuerza en las redes sociales.
Se ven comentarios como: “nos merecemos una devolución” o “ estamos pagando mucho dinero por la matrícula , pero nuestros estudiantes no están obteniendo lo que pagamos” . Otra persona decía: “no tengo nada contra los cursos online , pero si me molesta mucho es que me cobren el mismo precio”. Estos comentarios muestran el descontento que el costo de las matrículas está generando. Para no hablar de los costos adicionales que se están incurriendo, como es el caso de una familia que yo conozco, que tuvo que pagar la renta del apartamento para su hijo por anticipado pero que no pudo ocupar porque la universidad no se abrió.
El problema del cierre de los campus universitarios se ha venido propagando como el virus en las últimas dos semanas. Instituciones como las universidades de Maryland, Pennsylvania, California, Virginia y Princeton con otras de menor calibre, anunciaron su decisión de mantener la virtualidad para no exponer a los estudiantes, profesores y empleados a un mayor contagio. Menos del 25% de las 5000 instituciones censadas, piensan volver a la “nueva normalidad” en el 2020.
Como resultado de estas decisiones, el artículo del NY Times muestra que la presión ha venido aumentando para lograr descuentos, solicitud de apoyo financiero o disminución significativa del costo de las matrículas. Hay una percepción de que hay una brecha creciente entre el valor pagado y el valor recibido, que no compensa la experiencia obtenida por el estudiante, cuando la educación se volvió virtual.
La ola del tsunami va creciendo. En Rutgers University, 30.000 personas firmaron una petición de la eliminación de unos pagos y la reducción del 20% de la matrícula. En la U de Carolina del Norte, más de 40.000 personas hicieron lo mismo exigiendo la evolución de los costos de alojamiento. En las universidades del sistema público en California, el más grande del país, también están demandando rebajas.
Un caso muy disiente se dio en estos días, cuando 340 estudiantes del primer semestre en varias carreras en la U de Harvard ( 20% del total de ingresados), tomaron la decisión de suspender su admisión a la universidad. Hay una solicitud formalmente presentada a la Administración, para que se reduzca la matrícula, y que se modifiquen las reglas para que estos estudiantes tengan una suspensión temporal.
Para las universidades no es nada fácil la situación creada. Especialmente cuando argumentan que los costos de la educación virtual es más alta. Además, afirman que estas solicitudes de reducción de matrículas, llegan en un momento de debilidad financiera de muchas instituciones, que en los últimos años han visto caer significativamente el número de estudiantes inscritos. Y como en Colombia, cuando muchas instituciones habían emprendido programas muy cuantiosos de expansión de su planta física.
Pero la realidad es tosuda: con más de 40 millones de norteamericanos recurriendo al seguro del desempleo ofrecido por el Gobierno Federal, cientos de miles de familias están en serios aprietos económicos y necesitan ayuda para enviar a sus hijos a la universidad.
Como lo mencioné al principio de este blog, el COVID-19 aceleró varias tendencias que estaban afectando al sistema universitario norteamericano: costos disparados, una caída en el crecimiento poblacional en varias partes del país y un cuestionamiento de la relación precio beneficio. El resultado: más del 30% de las universidades gringas mostraban déficits crecientes en los últimos años. La calificación crediticia del sector, por parte de Moody, la puso en negativa.
Y cuando las fuentes de ingreso se esfuman, las necesidades financieras aumentan. Hay un consenso de que la buena educación virtual es costosa por la tecnología, el contenido y la formación de profesores. Unos cálculos preliminares para el sistema universitario sobrepasa los US 70.000 millones. Los medios han denominado toda la situación: “la tormenta perfecta”
Y como lo menciona el NY Times: “el futuro de la educación superior es lo que está en juego” cuando además, enfrenta una realidad. Hay una brecha que tiene el sistema, con excepciones por supuesto, entre la velocidad de los cambios externos y la de la capacidad de las instituciones que lo componen, para andar a la par con la sociedad.
En el próximo blog me referiré a los posibles cambios que se pueden esperar en un sector que es clave para la formación del capital humano de un país. Porque si en los Estados Unidos llueve, en nuestro país no escampa. De hecho, la tormenta ya llegó.
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