Por: Francisco Manrique.
En el Post anterior, La integridad requisito para recuperar la confianza – I parte, introduje el tema de la integridad del próximo presidente de Colombia, desde del contexto del papel que juegan su carácter y personalidad, en el comportamiento que va tener y las decisiones que va a tomar. En conjunto, definirán el nivel de confianza que pueda generar, para liderar la agenda de cambios que necesita nuestro país .
¿Pero qué es la integridad en el contexto de este Post?
La definición de integridad proporcionada por la Real Academia Española nos da una buena luz: “cualidad de integro”. Pero que en su segunda acepción indica: “dicho de una persona: recta, proba, e intachable”.
Buscando una ampliación de la definición, la integridad de una persona se refiere a la práctica de los valores como la honestidad, la lealtad, el control emocional, la disciplina, el respeto por sí mismo y los demás, la responsabilidad por sus acciones, la coherencia, la firmeza, la pulcritud, y el ser intachable.
Esto le permite a la persona “hacer lo correcto, por las razones correctas y del modo correcto”.
En resumen, se puede afirmar que una persona íntegra es alguien en quien se puede confiar, porque práctica lo que predica, y lo hace dentro de un marco de valores que orientan a la comunidad.
Se dice que Winston Chrurchill afirmaba: “con integridad nada más cuenta, sin integridad nada más cuenta”. Cuando esta no existe, es como un cáncer que carcome, se retroalimenta con las mentiras y las artimañas, y hace metástasis con mucha facilidad. La integridad es esencial en el ejercicio del liderazgo de la persona que aspire a ser un modelo de rol positivo para los demás.
El nivel de desprestigio de la clase política en nuestro país, se puede explicar en una buena medida, por la falta de integridad que han tenido muchos de sus más visibles exponentes. Los actos de corrupción en que han estado envueltos, sus rencillas y odios personales, la incoherencia manifiesta entre su discurso y sus actuaciones, son un pésimo ejemplo para una sociedad que pide a gritos unos modelos de rol positivo, que la orienten.
En un artículo reciente de Nicholas Kristof en el New York Time sobre este tema, donde analizaba a la administración de Trump, escribía: “mirando al caso que se ve en estos días en La Casa Blanca, le preocupa la inexperiencia, la incompetencia y la falta de juicio. Pero lo que tal vez le preocupa más es la absoluta falta de integridad, y la forma en que se ha vuelto infecciosa”.
Cuando esto sucede, la indiferencia a la ética abre la puerta para los escándalos diarios y a la hipocresía. “Es como una epidemia que contagia a todos los que toca. La norma es el encubrimiento, la falta de transparencia, y de responsabilidad por las acciones inescrupulosas. En el entorno de Trump, los abusos contra las mujeres, las mentiras sistemáticas, los ataques racistas, el narcisismo, se han convertido en el sello de la personalidad y carácter de su Administración”.
Pero como bien lo describe el articulista, la falta de integridad en el manejo de lo público por parte de quien ejerce la Presidencia, deja sin un compás moral a su nación.
Los riesgos son inmensos, porque las decisiones que afectan a todos, “se toman con el único criterio de servir los intereses obscuros de la camarilla que detenta el poder. Piensan que lo que les sirve a ellos también favorecen los intereses de los demás”. Ver a Venezuela para entender mejor esta afirmación.
En este ambiente, estas personas andan a la casa de los temas que distraigan la atención pública, cuando son cogidos con las manos en la masa. Y en el proceso, se exponen a cometer errores garrafales de juicio que pueden comprometer la seguridad y la economía de un país.
Colombia tiene una sociedad fragmentada, que no ha tenido la orientación para poder sanar las heridas de tantos años de violencia. Pero además, la confrontación y los manejos turbios de la clase política, aceleraron la descomposición y los fenómenos de corrupción en el sector público.
En estas condiciones, la personalidad y el carácter del próximo Jefe del Estado, que condicionan su integridad, serán definitivos para que pueda asumir la tremenda responsabilidad de liderar el proceso que permita sanar las heridas de nuestra sociedad. Pero también, para lograr la recuperación de la confianza en la capacidad de los políticos, los partidos, y la las instituciones del Estado, para responder a las crecientes expectativas y retos que tenemos colectivamente hacia adelante.
Para lograr esta tarea hercúlea, quien aspire a la Presidencia de nuestro país, deberá fundamentalmente liderar con el ejemplo. Esto implica, que la integridad de esta persona, deberá ser incuestionable. Y por lo tanto, hay que ser muy consiente cuando se deposite el voto, que se revise con lupa la trayectoria pública de cada candidato. Una equivocación en este tema, puede ser nefasta en las condiciones actuales de nuestra sociedad.
Los resultado de la primera vuelta electoral, demuestran que la polarización sigue vigente en. Colombia. Las conversaciones sobre Duque y Petro que hoy se observan, demuestran que hay una profunda desconfianza sobre la capacidad de los dos finalistas para liderar los cambios que se necesitan.
La sombre de Uribe, y el polémico comportamiento que ha tenido durante su vida política, envuelve como una nube negra a su pupilo. La escasa trayectoria pública de Duque, en el manejo de temas muy complejos, impide tener un juicio confiable sobre su personalidad y carácter, así como su integridad. Esto explica la inmensa desconfianza que tienen millones de colombianos, sobre la independencia que podrá tener de su mentor, y como será su comportamiento para liderar la reconciliacion de una sociedad profundamente divida.
En el caso de Petro, su paso por la Alcaldía de Bogotá, no solo demostró una gran incompetencia en el manejo de la administración de una ciudad tan compleja, sino que evidenció unos rasgos muy problemáticos de su personalidad y carácter. Además, el manejo de temas como el de las basuras, el Transmilenio, la contratación desbordada al final de su periodo, dejaron muy serias dudas sobre su integridad y ejemplo. En resumen, su comportamiento errático, y su irresponsable incitación a la lucha de clases, explican igualmente, la tremenda desconfianza que genera este candidato en millones de colombianos.
Como se puede observar, no es un panorama muy alentador el que tenemos quienes pensamos, que la integridad del próximo presidente de Colombia, será fundamental para sanar las heridas de tantos años de violencia, y para tener un país que nos convoque a todos. Para que esto sea posible, se requiere que su comportamiento sea impecable. Desafortunadamente, y a mi juicio, hay razones y antecedentes muy importantes, para desconfiar de la capacidad los dos finalistas para liderar este proceso.
Por esta razón, este blog es un llamado para que la rabia, el miedo y la indignación irreflexiva, definitivamente no sirvan de guia para el ejercicio más sagrado de nuestra democracia: el voto.
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One Response to "La integridad requisito para recuperar la confianza – II Parte"
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