Por: Francisco Manrique.
El domingo pasado se tuvo el resultado electoral que predijeron las encuestas: Duque y Petro pasaron a la segunda vuelta. Ninguno de los dos obtuvo la mayoría, pero hubo una votación muy importante por Fajardo, superior de la esperada, y se registró una disminución notable de la abstención histórica. Los partidos tradicionales desaparecieron, Vargas Lleras quedó marginado y De la Calle no pasó el umbral.
Los resultados electorales muestran a una sociedad polarizada e insatisfecha por el manejo que se ha tenido del Estado. Quien finalmente llegue a ser Presidente de Colombia va a tener una situación muy compleja de manejar.
En estos momentos de gran desorientación que viven muchas personas en Colombia, cuando enfrentamos un proceso electoral muy complejo y de alto impacto para el futuro del país, es pertinente poner el foco en algunos conceptos que hoy brillan por su ausencia en los espacios de opinión. Especialmente en las características personales de los dos finalistas que aspiran a la primera magistratura de nuestro país y que definirán su comportamiento futuro.
En Posts recientes me he referido a la desconfianza en las instituciones y su impacto en diferentes ámbitos de la realidad nacional, La desconfianza institucional y su impacto en la seguridad. También hice una distinción entre el lider y el caudillo, ¿Líder o caudillo?. El tema que conecta a estos temas, es el inmenso vacío de liderazgo que hoy tenemos en nuestra sociedad. En este Post, me voy a referir a otro aspecto que también está detrás de esta dinámica: la desconfianza creciente en la coherencia de los dirigentes políticos, como hoy lo muestran dramáticamente las encuestas.
¿Pero que es lo que genera tanta desconfianza en estas personas ? ¿Porqué su credibilidad está cada vez más en el suelo? Evidentemente la falta de resultados de las instituciones del Estado afectan la imagen de los políticos pues son los responsables. Pero hoy, más que nunca, es la consecuencia del pésimo ejemplo de los políticos envueltos en los grandes escándalos de corrupción, como los vistos en el robo de Bogotá, los sobornos de Oderbrech a los Ñoños en Cordoba, etc. Todos ellos han salido a la luz pública y generado una gran indignación.
Este estado de insatisfacción creciente es muy bueno, si nos hace más reflexivos e inquisitivos. Es un pésimo consejero, si por el contrario nos lleva a votar estúpidamente por quien ofrece soluciones mágicas sin cuestionarlas, con tal de llegar al poder y quedarse en el.
Pero es más grave aún, si no analizamos con cuidado la trayectoria y comportamiento a lo largo de la vida pública de esta persona. Los dos son como las huellas en el tiempo, que visibilizan el carácter, la personalidad y los valores de quien aspira al más alto cargo de la Nación. En conjunto, facilitan predecir como serán sus decisiones, su comportamiento y sus reacciones, ante las diferentes situaciones difíciles que va a enfrentar.
En estos momentos históricos, por los cuales atraviesa la sociedad colombiana, es evidente que la capacidad institucional es crítica para seguir adelante. Pero me atrevo a hacer una afirmación aún más contundente: para el momento histórico actual, la personalidad, el carácter y los valores del dirigente político que aspire a ser el próximo presidente, serán unos factores aún más determinantes en una sociedad huérfana de modelos de rol positivo.
El buen o mal ejemplo que esta persona de, desde una posición tan visible y de poder, será fundamental para que se pueda recuperar la confianza de la gente, sanar las heridas y unir a un país dividido, y así pode liderar los cambios que urgentemente necesita nuestra sociedad.
Pero ¿qué significan la personalidad y el carácter?. Siempre es útil recordar el significado de ciertas palabras que tienen tanto impacto para poder tomar la mejor decisión en el momento de votar o de abstenerse de hacerlo.
El carácter de una persona resume la manera en la que habitualmente reacciona, frente a una situación dada, y en cierto tipo de circunstancias. El concepto también puede definirse como “el patrón de actitudes y conductas, que caracteriza a una persona, y que tiene una cierta persistencia y estabilidad a lo largo de su vida”. El carácter se manifiesta en diferentes situaciones, y tiene algún grado de predictibilidad sobre la persona.
Aquí quiero subrayar la predecibilidad, que es una condición inherente para el ejercicio del liderazgo. Alguien que no es predecible, especialmente en términos de los valores que dice profesar, no es transparente ni confiable. Esta persona muestra un comportamiento errático que típicamente busca sólo sus propios intereses.
La personalidad se relaciona a la manera como una persona piensa, siente, se comporta e interpreta la realidad a través del tiempo, lo que le permite afrontar la vida, y mostrar la forma en que se ve a sí misma y al mundo que lo rodea.
En síntesis, la personalidad y el carácter de las personas, definen la interacción con su entorno, y cómo se rigen por las leyes tácitas que regulan la convivencia social en base a la cultura de donde son. Por lo tanto, no debe sorprender la importancia que se les da a estos temas en los procesos de selección, donde se pone cada vez más énfasis en estas características determinantes del modo de ser de una persona.
Lo increíble, es que para la selección de quien asume la responsabilidad de ser el presidente de un país, no hay un escrutinio serio por parte de los votantes en este campo, y las consecuencias se pagan muy duro después. No hay sino que observar lo que está sucediendo con el caso de Trump en los Estados Unidos, para dimensionar el problema de esta omisión.
La incapacidad institucional, sumada a la incompetencia de quienes manejan al Estado, es ya un inmenso problema que tenemos. Pero cuando, a esa mezcla explosiva, se se le añaden fallas inadmisibles por falencias de carácter y personalidad, se incrementa aún más la la desconfianza y credibilidad en el Estado.
Si a esto se adiciona la ausencia de ciertos valores, fundamentales para dar el ejemplo a la sociedad, le estamos abriendo la puerta a una situación muy peligrosa y de gran incertidumbre. Así llegan al poder personas sin escrúpulos, que abusan de su posición, y que manipulan a su favor las emociones de indignación contra “el sistema” para adueñarse de el . Es la base del autoritarismo que hoy demuestran varios dirigentes políticos en diferentes partes del mundo.
Pero detrás de estos comportamientos, que facilitan el saqueo de los bienes publicos y la corrupción sin límites, como hoy sucede en Venezuela, hay un común denominador: la falta de integridad que hoy se ha vuelto epidémica, y que debería de ser uno de los criterios más importantes para depositar un voto. El problema es que parece que este término desapareció de del diccionario nuestro con los inmensos costos que hoy estamos pagando.
En mi próximo Post seguiré explorando estos temas porque, más allá de la ideología de derecha o izquierda, quien llegue a la Presidencia de Colombia, deberá ser una persona íntegra, para poder liderar un proceso de reconciliación y de cambio, basado en el ejemplo. Y nadie da lo que no tiene.
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