Por: Francisco Manrique.
“Soy Daira Elsa Quiñónez Preciado, una mujer en condición de desplazamiento forzado de Tumaco, en el Departamento de Nariño. Soy mujer cabeza de familia, afro descendiente, cimarrona y eso me da una condición especial y particular. Hago parte de la mesa distrital de víctimas de Bogotá”.
El caso de Daira no es una más de las muchas historias, que hoy afortunadamente se están conociendo de personas afectadas por el conflicto colombiano y que siguen dividiendo a la sociedad a pesar de los acuerdos con las FARC.
No, este caso es muy especial por dos razones: La primera, por ser un ejemplo impresionante de como alguien, que ejerce un gran liderazgo, lo hace exponiendo su vida para poder servir a su comunidad. La segunda, porque muestra que el profesor James Robertson ( ver mi blog anterior) tiene razón cuando afirma, que los problemas de la tenencia de la tierra en Colombia, muestran una falla estructural del Estado y de nuestra sociedad.
Conocí a Daira en la promoción actual de Origen Red de Liderazgo. Nos fue referenciada por ser un modelo de rol de los que tanto necesitamos hoy en día en nuestro pais. La Fundación Origen le otorgó una beca, porque su historia personal, como líder en condiciones extremas, enriquecer un grupo que representa la diversidad de Colombia y apoyar a Daira en su proceso de fortalecimiento como líder para lograr los resultados que ella espera
Daira ha enfrentado la vida con su alegría, y su canto. Porque si, Daira canta como Mercedes Sosa si no aún mejor, habilidad que utiliza para enseñar, porque esta es su pasión. Pero también compone buscando recuperar la música del Pacífico colombiano, que es la de sus ancestros. Cantando sus canciones e irradiando energía y convicción, inspira a muchas personas de su comunidad porque sigue convencida que sus sueños colectivos se van a hacer una realidad.
En el informe Espacios Vividos Territorios Despojados de la Contraloría General de la República publicada en mayo del 2014, se evidencia la magnitud de la tragedia que ha golpeado a esta zona del país:
“Las prácticas de guerra han sido igualmente crueles por la violación a las mujeres, los asesinatos selectivos, las amenazas, las minas, así como el despojo y el abandono de las tierras. Todo esto ha fragmentado la herencia y el patrimonio cultural de la region, que tienen su base en relación con la tierra, la cual ha sido usurpada por otros por un proceso netamente mercantilista, donde la población pierde vigencia ante las demandas del monocultivo de la palma, la coca y la minería, porque estos proyectos se llevan acabo sin procesos ambientalmente sostenibles.”
Pero veamos las estadísticas. Desde 1996 hasta el 2013, se registraba un acumulado de 169.000 personas desplazadas, casi el 10% del total de la población del Departamento y el 3% del total nacional, número que probablemente sea mucho mayor porque hay muchas personas que no aparece en el estadística. Lo que hoy es evidente, es que el conflicto colombiano, ha tenido distintas formas de manifestación, de acuerdo a la region donde ha ocurrido como es el caso de Nariño.
La historia de Daira
En la entrevista que le hicieron a Daira, para la publicación de la Contraloría, comentaba que esa experiencia le permitió compenetrarse con el trabajo por el territorio, y para entender la dinámica del uso de la tierra en las plantaciones de la palma africana. Pero también, que esta dinámica dejaba sin tierra a su gente con un impacto social muy grande. En sus palabras : “Por esta razón, cuando yo regresé a Tumaco sentí muchas ganas de trabajar por eso”.
Durante siete largos años de esfuerzo y mucha tozudez, Daira y sus otros tres compañeros: José Aristides Rivera, Francisco Hurtado y la hermana Yolanda Cerón, se propusieron recuperar 182 hectáreas de la antigua base militar de San Jorge que eran del Estado. Con muchas dificultades tramitaron ante el Incora, institución del Estado encargada de los temas de tierras en esa época, la titulación colectiva, después de recorrer la region, recopilando información y moviendo a las comunidades a lo largo de la carretera que va de Tumaco a Pasto y otras zonas aledañas.
Desde hace 16 años vive en la ciudad Bogotá con sus tres hijos, en condiciones de desplazados. Cuando llegó, utilizó su talento artístico para ganarse la vida en las calles, mientras trataba de echar raíces en una tierra extraña para ella y su familia. Pero lo que no lograron quitarle, quienes la amenazaron en Tumaco, fue su capacidad de liderazgo que se fortaleció en la adversidad que ha enfrentado por tantos años.
Una vez en Bogotá se puso en la tarea de organizar una comunidad de personas como ella, venidas del sur occidente colombiano, a través de una red social llamada AMDAE, que hoy articula, no sólo desplazados, sino también mujeres cabeza de familia como ella, adultos mayores, y algunos hombres que vienen de una extrema pobreza en la ciudad.
“Todos esos largos años de luchas y resistencias por un lado, nos han permitido ser más fuertes, yo soy una mujer muy fuerte, no me dejo dominar por la inclemencia ni por las angustias, yo sigo, sigo, sigo mi camino a pesar de las barreras de acceso, a pesar de todas las cosas, yo continúo; entonces eso nos ha permitido que muchos organismos internacionales conozcan nuestra historia, nuestra memoria. Estamos trabajando mucho el ámbito social, el ámbito político así como lo productivo y lo cultural” .
“Yo añoro de mi región la posibilidad de encontrarme con las matronas, con mis compañeras mujeres, con mis compañeros varones, con mis familiares, con mis amigos que no son fáciles de encontrar aquí en la ciudad, porque es una afinidad de territorio, de cosas, que uno aquí no encuentra. Uno aquí no tienen la posibilidad de ir al mar, de ir al río a tocar el agua, esas cosas que uno aquí no puede encontrar; eso es lo diferente, lo que yo añoro de mi tierra” dice Daira con una expresión que muestra que no la abandona la esperanza de regresar algún día a su lugar de origen.
“Yo veo mucha dispersión del movimiento social en Colombia, también es cierto, que eso lo ha dado el conflicto que por años y décadas hemos tenido en este país, pero creo que ya es hora de que todas las organizaciones y en conclusión el movimiento social, entiendan que todos debemos luchar unidos, que tenemos la necesidad de entender que la lucha es una sola, que no hay que luchar de manera dispersa, porque cuando a una mujer, cabeza de familia, le afectan su manera de vivir, porque cuando a una mujer indígena le afectan su modo de vida, o a un campesino lo mismo, somos la misma gente, no somos tan diferentes, a todos nos duele por igual”
Daría tiene un sueño en su cabeza para tejer territorios: Ciudadela Ecológica Razana. Su nombre significa ancestros, reconociendo que hay familias indígenas y también afros, así como de descendencia campesina. Algo similar si hizo en Tumaco y ahora lo quieren impulsar en Bogotá o en una zona donde puedan desarrollar un concepto integral y productivo para que 200 familias puedan vivir una vida digna. Por eso es que hoy le apuestan a volver Razana un ejemplo y una realidad que refleje sus raíces en el territorio que hoy los alberga.
“El concepto es trabajar sobre el fortalecimiento de la tradición y la territorialidad para aprender con la gente de aquí, de la ciudad, para darle un mejor uso de los espacios porque estos se convierten en un paso de vida. Cuando pensamos en la casa que vamos a construir y los espacios colectivos que va tener la Ciudadela, tienen que tener ese sentido ancestral de la tradición de nuestros pueblos y esa es la razón por la que decidimos que fuera Razana”.
Y termina con unas palabras que muestran de que está hecha esta mujer que me transportó con su voz, su valor y su ejemplo de líder de una comunidad, que ha sufrido como pocos la barbarie que se quiere acabar en Colombia, pero que muchos no lo entienden porque no lo han sufrido en carne propia.
“Pues de todo este proceso ¿que puedo decir?, que sigue existiendo primero una discriminación estructural, en el ámbito de lo étnico, en el ámbito de ser mujer, desde diferentes frentes donde uno lo quiera mirar. Si uno como mujer afro, en condiciones de desplazamiento, busca una posibilidad de una labor digna, uno no la encuentra por esas condiciones. Si uno se organiza, existe una serie barreras de acceso que no permiten llegar a nivel institucional y lograr un proyecto con apoyo del Estado. Si que es difícil lograr algo con enfoque étnico”.
Invito a los lectores que se interesen en ayudar a volver a Razana una realidad que me contacten, o lo hagan con Marcela Velásquez, Directora de Origen , para ver cómo podemos, entre muchos, ayudar a esas 200 familias a sentirse acogidos en Bogotá. Se lo merecen.
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